Cómo convertir una obra contemporánea en un clásico
ÓPERA ‘Nixon en China’ narra un hecho reciente, pero con referencias e imágenes del pasado.
Cuando Richard Nixon viajó a China para reunirse con Mao Zedong en febrero de 1972, la expectación entre los estadounidenses fue tan grande que el apretón de manos que ambos se dieron se convirtió en lo segundo más visto de la historia de la televisión, solo por detrás del alunizaje de la misión Apolo 11 que se produjo el 20 de julio de 1969. Cuesta creer hoy, si se compara con una televisión marcada por los realities, que una visita de Estado, aunque fuera a la China comunista y aunque ningún presidente de EEUU hubiera viajado antes a dicho país, estuviera tan cerca de robarle el número uno en el ránking histórico de audiencias a los astronautas Neil Armstrong, Edwin Buzz Aldrin y Michael Collins.
Éste es uno de los motivos por el que la ópera Nixon en China ha pasado a la historia como un clásico, aunque se base en un hecho que se produjo hace cincuenta años. Otro factor se lo debemos a John Adams, que, en su empeño por llevar este acontecimiento al escenario, compuso una partitura llena de referencias clásicas. “Adams era escéptico ante la idea de basar una ópera en un tema contemporáneo. Decía que su concepto de ópera era algo que tenía que ver con arquetipos clásicos o mitos, pero finalmente reconoció que Nixon en China era exactamente eso, sólo que los arquetipos eran políticos de nuestro tiempo”, explica Joan Matabosch, director artístico del Teatro Real, que añade: “Cuando se supo del proyecto, se asumió que iba a ser una sátira sobre un presidente republicano y su esposa, pero no iba por ahí. No es una obra de denuncia política; es de una sutileza mucho mayor de lo que cabe imaginar a primera vista. La ópera se toma en serio el encuentro de dos civilizaciones que se han dado la espalda”.
Sólo Henry Kissinger “es tratado como una figura básicamente absurda, y tiene un tratamiento de opera buffa”, reconoce Matabosch, que admira cómo Adams y Alice Goodman, que firma el libreto, caracterizaron al resto de personajes. “No quieren ser fotografías de la historia. Nixon tiene un estilo enérgico, incisivo y nervioso, con frases melódicas breves y atropelladas, casi siempre silábicas. Su primera gran aria, que comienza con una serie de irónicas repeticiones neuróticas sobre la palabra news, dibuja a este personaje obsesionado con convertirlo todo en un gran circo mediático. Solo cede en su hipe‘Nixon en China’ es una de las óperas más representadas dentro y fuera de EEUU por haber convertido un hecho de hace cincuenta años en el argumento principal de una ópera clásica. “John Adams es un compositor que conecta con el público, que es comprensible, disfrutable y extraordinario”, reconoce Joan Matabosch, director artístico del Teatro Real, que ve en la obsesión de Nixon por los medios un avance de lo que hoy son los ‘influencers’ o los ‘instagramers’.
ractividad patológica en los momentos en los que evoca sus misiones en el Pacífico y sus primeros años de convivencia con su esposa Pat. Ahí descubrimos su otra cara, un tipo fantasioso, soñador, a veces distraído”, señala el director artístico del Teatro Real donde se puede disfrutar de esta ópera hasta el 2 de mayo. “En cambio, Mao Tse-Tung se encuentra en el ocaso de su vida convertido en un icono, casi en un semi dios, atrapado por el culto a la personalidad que ha instaurado, rodeado por tres secretarias que son el símbolo del aparato del partido y de su rigidez, que repiten y amplifican la más mínima de sus palabras, a veces incluso adelantándose a lo que va a decir, como para evitar que este Mao más filósofo que político se salga del discurso oficial”.
Quizá el personaje más entrañable de la ópera y que explica también su apuesta por el canon clásico del género es el de la esposa de Nixon. “Detesta
la política, pero es capaz de hacer todo lo que se espera de ella con una sonrisa, mucha humildad, una enorme sensibilidad para percibir señales que, sin preocuparse por analizarlas ni por comprenderlas, despiertan su infalible intuición en el momento de reaccionar. Sus orígenes son modestos y a lo largo de la visita manifiesta cierta empatía con el pueblo chino, o al menos consigue que se filtre esta sensación gracias a su carácter espontáneo, cálido, capaz de sentirse cómoda ante cualquier interlocutor. Además, la partitura le reserva una de las arias más bellas de la ópera, This is prophetic!”. Una postura radicalmente distinta a la de la cuarta y última esposa de Mao, Chiang Ching. “De pasado sulfuroso, dogmática, ambiciosa, intransigente, colérica, se hizo detestar por todo el país por su papel en la Revolución Cultural. Su endiablada aria final del segundo acto, I am the wife of Mao Tse-Tung, es arrolladora”.
El contrapunto a los egos de los personajes de esta ópera que es una de las más representadas del mundo, otro factor que la convierte en clásica, lo pone el primer ministro chino, Chou En-Lai. “Discreto, reservado, con tendencia a desaparecer siempre que no resulta imprescindible y que cuando no logra esfumarse y tiene que intervenir lo hace con proposiciones ponderadas, lúcidas, conciliadoras, diplomáticas, aunque no exentas de convicciones revolucionarias. Él es quien va a clausurar la ópera con un sentimiento que no es de nostalgia sino de cuestionamiento sobre la legitimidad de sus acciones pasadas. La ópera termina en un ambiente camerístico, sin catarsis, sin final feliz, sin moraleja, con un ser íntegro y lúcido provisto de un inmenso poder que revela toda su fragilidad que se pregunta How much of what we did was good?, es decir, De todo cuanto hemos hecho, ¿qué fue realmente bueno?”.