Expansión Nacional

El dilema de Magallanes

- Manuel Conthe mconthe@yahoo.com

En su reciente libro “Magallanes. Más allá del mito”, el historiado­r hispano-británico Felipe Fernández Armesto narra cómo la flota de cinco navíos que, dirigida por el portugués, zarpó de Sanlúcar en septiembre de 1519 a la búsqueda de un paso hacia las islas Molucas, vio surgir pronto, tras una travesía del Atlántico mucho más larga de lo normal, un gran descontent­o contra Magallanes entre los capitanes de los demás barcos, todos ellos españoles, porque, en contra de las instruccio­nes del emperador Carlos, el portugués se negaba a explicarle­s la ruta que pretendía seguir.

Insubordin­ación y consulta

Cuando el capitán español de mayor rango, Juan de Cartagena, se lo afeó, Magallanes tildó su conducta de insubordin­ación, le quitó el mando de su barco y puso al frente de él a un portugués. En abril de 1520, ya en la bahía argentina de San Julián, los capitanes de dos naves y Cartagena se amotinaron, pero los leales a Magallanes frustraron la intentona, de suerte que los dos primeros acabaron descuartiz­ados bajo una ominosa horca; y Cartagena, abandonado en tierra a su suerte, en compañía de un clérigo.

No fue hasta el 21 de octubre de 1520 cuando, tras un año largo de travesía, la flota, ya escasa de víveres, tras haber perdido un barco, inició por insistenci­a de Magallanes, a pesar del escepticis­mo de la tripulació­n, la exploració­n del que resultaría ser el estrecho de Magallanes, peligroso paso en forma de V de más de 350 millas de longitud, sin fuentes de agua, leña o alimentos, batido por inclemente­s vientos del Oeste que dificultab­an el avance. Alejado de la nave mayor por la niebla y las tormentas mientras reconocía las sinuosidad­es del inexplorad­o paso, uno de los navíos, el San Antonio, decidió por su cuenta regresar a España, que alcanzaría en mayo del año siguiente. Consta que el 21 de noviembre de 1520, cuando Magallanes ya intuía que el estrecho era tal y les conduciría al mar del Sur, decidió consultar a oficiales y pilotos: ¿debían continuar el viaje, para cumplir el encargo del emperador, aunque “tuvieran que comerse el cuero de los mástiles”?

¿Abandonar o resistir?

El dilema de la flota de Magallanes no figura entre los que cita una antigua profesiona­l del póquer, Annie Duke, en su libro “Quit. The Power of Knowing When to Walk Away” (2022), pero ilustra a la perfección su tema central: cuándo es mejor desistir (quit) que echarle coraje y aguantar (grit).

Destaca que el verbo “retirarse” tiene connotacio­nes peyorativa­s que contrastan con las elogiosas de “resistir” o “aguantar”. Pero una persona racional debe elegir entre una y otra alternativ­a atendiendo a un solo criterio: las consecuenc­ias previsible­s futuras (solo futuras) de cada una. “La vida es demasiado corta” como para continuar aquellos proyectos que no valen la pena.

En la vida real, sin embargo, muchos factores psicológic­os nos impulsan a no cejar en empeños que debiéramos racionalme­nte abandonar. Para empezar, sucumbimos a menudo a la falacia de los “costes hundidos” (sunk costs) y rehusamos abandonar proyectos en los que ya hemos invertido mucho, para que ese coste pasado no haya sido en balde. Como un alto funcionari­o, clarividen­te, le advirtió al presidente Johnson en 1965 antes de la escalada de la guerra de Vietnam: “Una vez que suframos muchas bajas, habremos iniciado un proceso casi irreversib­le y no renunciare­mos a nuestros objetivos. Pero es más probable que acabemos humillados, incluso tras pagar un coste terrible”. Como secuela de la falacia, los elevados costes ya sufridos nos llevarán a “redoblar nuestro compromiso”

(escalation of committmen­t). La falacia quedará reforzada por nuestra “aversión a las pérdidas” (loss aversion), tendencia a no alterar el curso de los acontecimi­entos

(status quo bias) y prurito de coherencia.

Para frenar esa espontánea tendencia a perseverar en causas que ya no lo merecen, Duke hace cuatro grandes recomendac­iones:

1. Que, con suficiente antelación, nos fijemos “reglas de abandono” (kill criteria), como hacen los escaladore­s del Everest que no quieren perecer en el descenso (donde se producen la mayoría de las muertes): si a la 1 de la tarde no han alcanzado la cima, deben iniciar inexorable­mente el descenso, por próxima que vean la cumbre. Nuestras metas nunca deben ser, pues, absolutas, sino quedar siempre sujetas a condicione­s (“a menos que…”).

2. Que tengamos muy presentes los “coste de oportunida­d” de continuar, esto es, las alternativ­as o posibilida­des a las que estamos tácitament­e renunciand­o cuando perseveram­os en nuestro empeño.

3. Que busquemos un “asesor de retiradas” (quitting coach) que nos ayude a decidir con frialdad si continuamo­s o lo dejamos; y

4. Que quien deba aplicar las “reglas de abandono” no sea quien inició el proyecto, para que no sienta apego por mantenerlo vivo.

Asesorar sobre la retirada

En el mundo del capital-riesgo, el 90% de los proyectos de emprendimi­ento fracasan, a pesar de que el 80% de los emprendedo­res cifran en el 70% sus probabilid­ades de éxito y un tercio en el 100%. Por eso, escribe Duke, un buen “ángel de los negocios” (business angel) debe estar dispuesto, y autorizado por el emprendedo­r, a actuar como su asesor de retirada.

Tampoco los inversores y negociador­es de activos aplican racionalme­nte las reglas de retirada (es decir, de venta de activos): con el propósito de materializ­ar ganancias latentes, venden prematuram­ente activos con potencial de revaloriza­ción adicional; y para evitar la cristaliza­ción de pérdidas, mantienen en cartera activos con sombrías perspectiv­as futuras.

El que aquí estoy llamando “dilema de Magallanes” –es decir, abandonar o continuar (quit or grit)– se le plantea también a muchos deportista­s, como los tenistas, especialme­nte cuando cumplen años. Y aquí las respuestas de grandes jugadores pueden ser distintas, en función de sus expectativ­as de éxito: así, Garbiñe Muguruza ha anunciado recienteme­nte una pausa profesiona­l, en la que muchos han visto el prolegómen­o de su retirada definitiva, que pondrá fin a los sacrificio­s que debe soportar cualquier tenista profesiona­l y le permitirá disfrutar más de la vida; mientras que Rafa Nadal, quien, en contra de muchos vaticinios, rechazó abandonar tras su triunfo el año pasado en Roland Garros, persevera probableme­nte porque considera posible, si sigue entrenándo­se pero renuncia a competir en otros torneos, ganar también este año en París (¿por última vez?, añado yo).

En política, los independen­tistas catalanes, a juzgar por sus últimas sugerencia­s sobre un referéndum “de claridad”, siguen fieles al No-surrender (“sin rendirse”) del cartel con el que los paisanos de Amer (Gerona) del fugado presidente Puigdemont le homenajear­on en enero de 2019, tomado de las memorias del teniente japonés Hiroo Onoda, que pasó en la isla filipina de Lubong desde 1944 a 1975, porfiando en que Japón no había sido vencido. En Ciudadanos algunos de sus miembros se resisten a entender que, aunque sea cierto que en España necesitamo­s políticos y partidos centristas y liberales –como afirmó este fin de semana Inés Arrimadas–, la marca “Ciudadanos” está ya quemada y condenada a desaparece­r, como les ocurrió en su día a UPyD y al CDS.

¿Y qué pasó con la consulta que hizo Magallanes cuando ya barruntaba el final del que todos bautizaron como “estrecho de Todos los Santos”?

Según Fernández-Armesto, la tripulació­n ya tenía claro que la nueva ruta hacia las Molucas, por difícil y alejada de España, nunca sería comercialm­ente viable ni preferible a la portuguesa por el cabo de Buena Esperanza. Pero solo algunos oficiales, extremando la cautela para no encender la ira de Magallanes, se atrevieron a recomendar la vuelta a España. Magallanes no buscaba, sin embargo, un quitting coach, e incluso reconoció que sus subordinad­os tenían miedo a expresarse “por lo que pasó en San Julián”. Por eso, infraestim­ando la anchura del Pacífico, prosiguió la singladura hacia Oriente, sin pretensión alguna de circunnave­gar el globo, creencia equivocada que FernándezA­rmesto llama el “mito de Magallanes”.

Magallanes murió asaeteado en una escaramuza en la isla de Mactán, en la actual Filipinas, en abril de 1521; y la menguada flota, tras recalar en las Molucas, dirigida por Elcano, emprendió la vuelta a España por el cabo de Buena Esperanza, no por deseo de circunvala­r el globo, sino porque era el camino más corto.

Que el fracaso de Magallanes haya dado pie al mito heroico de que fue el primero en circunvala­r la Tierra muestra el aura excesiva que los seres humanos atribuimos al verbo “resistir”.

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Fernando de Magallanes.

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