Expansión Nacional

¿Se puede recuperar el fin de semana el sueño perdido?

BIENESTAR Como la ingesta de calorías, solo es posible restablece­r una pequeña cantidad.

- Isabel Vilches. “Una mala noche o un par se pueden reponer; un déficit de descanso habitual es irrecupera­ble” “La siesta es un mecanismo magnífico para aliviar la falta de sueño; no se debe asociar a perezosos”

Tres noches sin apenas pegar ojo, tres días que no levanta cabeza. Llega el fin de semana y el plan es aprovechar para dormir lo máximo posible. Pero, ¿se puede recuperar el sueño perdido? La respuesta, con un simple símil, es sencilla: si un día uno se salta la comida es probable que llegue a la cena desfalleci­do y asalte la nevera sin piedad, pero si deja prácticame­nte de comer durante varias jornadas seguidas es imposible atiborrars­e hasta conseguir todas las calorías no disfrutada­s en un solo atracón: por mucho que lo intente el estómago no da para más. Lo mismo pasa con la falta de horas de sueño si se acumulan: “Una mala noche o un par se pueden reponer, pero un déficit de descanso mantenido en el tiempo es irrecupera­ble. Se pierde por el camino como esas calorías no asumidas, porque, llegado a un punto, la saciedad defiende el cuerpo humano”, explica el neurólogo Juan Pareja Grande, responsabl­e de la Unidad del Sueño del Hospital Universita­rio Quironsalu­d Madrid.

En enero de 1964, Randy Gardner, un estudiante california­no de 17 años, aguantó 11 días y 25 minutos despierto, un experiment­o que idearon dos amigos adolescent­es que batió el récord del mundo (marca hoy no superada, como certifica el Guinness World Records). Cuando se le cerraron los ojos “solo pudo dormir 14 horas seguidas”, apunta el doctor, porque necesitó ir al baño. Es decir, no llegó jamás a recuperar las 80 horas quizás perdidas en esas eternas jornadas que permaneció con los ojos como platos mientras mataba el rato jugando al baloncesto, porque el sueño es un proceso diario que no se acumula para su posterior compensaci­ón si se dilata en el tiempo. Sí que consiguió restablece­r, a los días, su patrón de descanso normal, porque, por mucho que se esté durante años mal durmiendo, si no hay un problema extra, “la función y el equilibrio sí se restauran, el organismo se recupera y se comienza de nuevo a dormir lo necesario. Pero el pasado no volverá”, señala Pareja Grande, el especialis­ta en Medicina del Sueño.

Bendita siesta

Por mucho que la typical Spanish siesta sea para muchos extranjero­s (y también para compatriot­as) sinónimo de receso de vagos, “es un mecanismo natural, biológico, magnífico para aliviar una mala noche, para conseguir un beneficio inmediato a un inconvenie­nte puntual, que no se

Randy Garner (con los ojos vendados) aguantó 264 horas y 25 minutos sin dormir a comienzos de 1964, un ensayo que ideó junto a su compañero de escuela Bruce McAllister (a la drcha.) que les hizo, aún hoy en día, ostentar el récord del mundo. En la imagen, en San Diego, California, con Joe Marciano Jr., mientras le dan a oler a Garner ciertas esencias para comprobar si su sentido del olfato estaba debilitado por la falta de sueño.

debe asociar a perezosos e indolentes. Es como el pincho de tortilla, que te saca de un apuro cuando no has podido comer”, ejemplific­a el médico, que recuerda la dedicatori­a que le escribió el doctor William C. Dement, pionero en el estudio del sueño y fundador del primer laboratori­o sobre la materia, el Centro de Investigac­iones del Sueño de la Universida­d de Stanford: “Me escribió: Juan, por favor, no dejéis de hacer la siesta en España”. Y así debería ser.

Como con el apetito, cada uno sabe lo que necesita descansar. “Cada persona conoce lo que requiere, igual que cada adulto se sacia con unas calorías, pero lo normal es dormir unas siete u ocho horas de manera razonablem­ente continua para despertars­e despejado”, simplifica Pareja Grande.

Aun muy poco aconsejabl­e, se puede acostumbra­r al organismo a dormir poco, “menos de cinco horas al día, pero, al hacerlo, se va a pagar un precio por ello, a corto y a largo plazo”, alerta Javier Puertas, neurofisió­logo y secretario de la Federación Española de Sociedades de

Medicina del Sueño (Fesmes), que argumenta que “tiene un coste metabólico, suele asociarse con índices de sobrepeso mayores, además de que, para despejarse, es corriente hincharse a carbohidra­tos; produce bajadas, además de un deterioro, del rendimient­o cognitivo... ¿Quién no ha llegado a la oficina sin ser consciente del camino que ha tomado, con el consiguien­te peligro que conlleva por falta de atención? Sin dormir, se consigue el cóctel perfecto de los malos hábitos porque, como se está cansado, tampoco se hace ejercicio físico”.

Unas dos o tres horas antes de meterse en la cama, a la que hay que llegar con “una desconexió­n física, psíquica y emocional”, apunta el doctor Puertas, es recomendab­le crear una “rutina que permita esa desconexió­n”.

Los móviles y las pantallas en general son los principale­s enemigos del sueño, por lo que lo mejor es reducir su uso antes de meterse en la habitación. Según gustos, el especialis­ta sugiere desde cocinar (a fuego lento), leer una novela o relajarse viendo una serie divertida o una película de risa para detener el ritmo y el estrés diario. “También ayudan las duchas templadas, colorear mandalas, resolver sudokus, escuchar música relajante o incluso planchar, que es una tarea que no requiere mucha atención. Además, una infusión o un vaso de leche calentito puede calmar”, enumera el doctor, que también aconseja evitar el ejercicio físico intenso o de fuerza por la noche, “porque aumenta la alerta y la temperatur­a corporal, que afecta, sobre todo, a las mujeres, incapaces de dormir ni con frío ni con calor”.

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UN EXPERIMENT­O ADOLESCENT­E DE RÉCORD

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