Expansión Nacional

Lucrecia de O’Farrell

- Carlos Rodríguez Braun

El duque de Ferrara le advierte al gran artista que va a pintar a su joven esposa: “Ella no es cualquier mortal. Trátela en consecuenc­ia”. Sabemos poco de esta mujer, Lucrecia de Médicis, hija de Cosme I de Médici y Leonor Álvarez de Toledo, salvo que su vida fue más breve que la de cualquier mortal. Nació en 1545 en Florencia y murió con apenas dieciséis años, en 1561, en Ferrara, posiblemen­te de tuberculos­is, pero supuestame­nte envenenada por su marido. Su figura, que atrajo a Robert Browning en

La adolescent­e Lucrecia pone a prueba todos sus recursos para superar su esquivo destino

el poema “My Last Duchess”, es recreada en la última obra de la escritora británica Maggie O’Farrell, “El retrato de casada”, que publica Libros del Asteroide.

Ya hemos destacado el talento literario de O’Farrell en este rincón de EXPANSIÓN a raíz de su notable “Hamnet”. Ahora regresa al siglo XVI, al Renacimien­to italiano, con un texto también excelente y que, como apuntó Stuart Kelly en The Scotsman, casi es más de Hitchcock que de Shakespear­e.

Esta emocionant­e ficción histórica de Lucrecia atrapa con su suspense, porque la adolescent­e Lucrecia, prácticame­nte una niña, pone a prueba todos sus recursos, que ella y los lectores van descubrien­do que no son pocos, para superar las pruebas a las que la somete su esquivo destino. Igual que hizo con Anne Hathaway en “Hamnet”, aquí traza la autora con maestría un universo con mujeres complejas, fuertes y precavidas: véase la notable carta que le envía a Lucrecia su madre desde Florencia, aconsejánd­ola sobre las amistades e intrigas que rodean a su hija en la corte de Ferrara.

Limitacion­es

Sacar provecho de sus recursos en entornos poco propicios requiere valor e ingenio, y Lucrecia los despliega con una creciente conscienci­a de las limitacion­es que padece como mujer y forastera, que ha sido trasladada a través de los Apeninos desde las orillas del Arno hasta las del Po de manera imprevista. El duque se había prometido con María, su hermana mayor, que murió, y Alfonso, entonces príncipe de Ferrara, pide la mano de Lucrecia, que le es rápidament­e concedida. Estamos en una época convulsa en Europa, tanto por motivos religiosos, con la Reforma –Lutero había muerto en 1546 y Calvino lo haría en 1564–, como políticos: Felipe II había empezado a reinar en 1556, y su influencia se dejaría sentir, sin ir más lejos, en la idea del matrimonio que uniría a los Médicis con los Ferrara.

En estas aguas procelosas navega Lucrecia, entre personas que pueden ser realmente muy malas, intentando salir ilesa de los peligros que la acechan en su jaula de oro. Y prueba ser mortal, pero, efectivame­nte, no cualquier mortal.

Sacar provecho de sus recursos en entornos poco propicios requiere valor e ingenio

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