El dilema de Biden sobre Israel
Desde que Hamás atacó Israel el 7 de octubre del año pasado, Estados Unidos ha intentado conseguir dos objetivos clave: proporcionar un apoyo incondicional a Israel y evitar una guerra generalizada en Oriente Próximo que pudiera arrastrarle. Pero existe una tensión latente entre esos dos objetivos. Y esa tensión está ahora a punto de estallar.
El problema es que el apoyo incondicional puede interpretarse como un cheque en blanco a Israel para que emprenda las acciones militares que considere oportunas, con la confianza de que, cuando llegue el momento, Washington le cubrirá las espaldas. Esto puede dar a Israel licencia para asumir riesgos que provoquen una guerra en la región que Joe Biden intenta evitar.
Israel no advirtió a Estados Unidos de que iba a lanzar un ataque a la embajada iraní en Damasco. Irán respondió debidamente, con un bombardeo sin precedentes de misiles y drones contra el Estado judío. Ahora, Biden está tratando urgentemente de evitar que Israel vuelva a intensificar la guerra.
La insistencia del presidente Biden en que Estados Unidos no participará en ningún contraataque contra Irán provocó que el Gobierno israelí no respondiera inmediatamente. Pero Israel ha jurado que responderá al ataque a su debido tiempo. Los israelíes señalan que si Irán hubiera lanzado cientos de misiles contra Estados Unidos, éste sin duda habría respondido. Pero Israel cuenta con el apoyo militar estadounidense y con la garantía de seguridad implícita de Washington. Según un funcionario estadounidense, “los israelíes están jugando con el dinero de Estados Unidos”.
En las últimas semanas, Biden se ha mostrado mucho más abierto a la hora de criticar las acciones israelíes en Gaza, sin especificar cómo podría condicionar su apoyo a Israel o si podría restringirle el suministro de armas. La cuestión de cómo abordar el conflicto con Irán añade otra capa de desacuerdo entre Washington y Jerusalén.
Durante muchos años, las autoridades israelíes han insistido en que Irán y su programa nuclear son una amenaza existencial para el Estado judío. En ocasiones se ha hablado de que Israel o Estados Unidos podrían bombardear las instalaciones nucleares iraníes. Teherán está ahora más cerca que nunca de conseguir armas nucleares y la percepción de Israel de que constituye una amenaza aumentó notablemente tras el atentado de Hamás, por lo que debe tomar medidas preventivas.
La opinión mayoritaria en Israel es que el régimen iraní es un culto religioso fanático que se arriesgaría a provocar el Armagedón. Pero Estados Unidos considera a Irán más bien como un régimen superviviente, brutal pero racional. El Gobierno de Joe Biden reconoce que Irán ha cruzado un umbral importante con su bombardeo de misiles. Pero cree que Teherán está dando señales de que quiere reducir la tensión.
Washington teme que Israel actúe basándose en la idea de esta amenaza y lance un ataque significativo contra Irán, creyendo que, en última instancia, Estados Unidos se unirá a la guerra e, incluso, podría derrotar al régimen iraní en nombre de Israel. Pero esta forma de pensar también implica riesgos para Israel. Iniciar una guerra con Irán podría arrastrar a Estados Unidos a la lucha, pero también podría poner a prueba su histórico apoyo hasta el punto de la ruptura.
Aparte de los tensos debates en Washington sobre lo que implica el apoyo incondicional a Israel, hay otra cuestión que a menudo no se plantea: ¿Sigue siendo Israel un activo estratégico para Estados Unidos, o se está convirtiendo en un lastre estratégico?
El coste global para Washington
La mayor preocupación de Estados Unidos es que las acciones israelíes le arrastren de nuevo a otra guerra en Oriente Próximo. El apoyo estadounidense a Israel en Gaza también ha dañado su imagen en gran parte del mundo y ha complicando sus esfuerzos por conseguir apoyo frente a Rusia y China.
Biden también está pagando un precio político interno, al perder apoyo entre los votantes jóvenes. Dado que su equipo cree sinceramente que la democracia estadounidense está en juego en las próximas elecciones, no se trata de un asunto trivial. El hecho de que Benjamin Netanyahu sea cercano a Donald Trump y esté acusado de socavar la democracia israelí aumenta las reservas de la Casa Blanca sobre el Gobierno israelí.
Pero Israel sigue siendo un viejo aliado de Estados Unidos y la sociedad más abierta de Oriente Próximo. También existe una estrecha cooperación entre los servicios de inteligencia israelíes y occidentales debido a la preocupación por el terrorismo islamista.
Y aunque el Gobierno de Biden no comparte la visión apocalíptica de Israel sobre Irán, sí que considera que el país es altamente peligroso. Washington opina que Irán es uno de los cuatro miembros del “eje de adversarios”, que incluye a Rusia, China y Corea del Norte. Ese eje ganaría fuerza y confianza si Irán pudiera demostrar que puede hacer frente a Israel.
El hecho de que, al parecer, Jordania ayudara a bloquear el lanzamiento de misiles iraníes indica que incluso en Oriente Próximo hay países que comparten la determinación de Estados Unidos de frustrar los ataques de Irán contra Israel.
Tal vez haya en la Casa Blanca un mago capaz de equilibrar todos estos objetivos contrapuestos. Si no es así, necesitará suerte y buen juicio para salir de esta crisis sin verse arrastrado a otra guerra.