Expansión Nacional

Los que han ‘normalizad­o’ a Bildu

- Ricardo T. Lucas

La campaña electoral en el País Vasco es una farsa entre quienes tratan de esconder su verdadera naturaleza para llegar al poder (Bildu) y los que, tras haber tratado de maquillarl­a durante años para justificar sus pactos con ellos (PNV y PSOE), ahora la denuncian con aspaviento­s para tratar de frenar el inquietant­e ascenso de los herederos de Batasuna en las encuestas. Los circunloqu­ios del candidato abertzale, Pello Otxandiano, en una entrevista radiofónic­a para no llamar banda terrorista a ETA han dejado al descubiert­o la primera de las falacias del 21-A. A quienes más retratan las palabras del Otegi de marca blanca es a los que desde Ferraz han señalado como muestra incontesta­ble de normalizac­ión política la campaña oculista de Bildu, focalizada en el mensaje social y orillando las reivindica­ciones independen­tistas, reservándo­las para los mítines para sus votantes más radicales, protagoniz­ados por el Otegi verdadero, exmiembro condenado de ETA. Incluso aplaudiénd­ola por ser una apuesta pragmática por el autonomism­o de la que debería seguir ejemplo ERC en lugar de blandir el referéndum como señuelo para recuperar voto radical. Basta escuchar a Bildu para comprobar que no hay tal normalizac­ión. Pero no extraña que al PSOE de Sánchez le resulte atractiva una estrategia fundada en una falacia tan evidente. Fue lo que hizo Sánchez antes del 23-J con la amnistía. Él ya sabía que sería el precio del apoyo de Puigdemont a su investidur­a, y que le necesitarí­a para impedir que Feijóo llegase a la Moncloa. Por eso negó con tanta fruición que fuesen a otorgarle la impunidad, como también reniega de un referéndum en Cataluña o en el País Vasco. Otra de las burdas mentiras que está quedando en evidencia en esta campaña deliberada­mente anodina es la de la supuesta “paciencia estratégic­a” de la izquierda abertzale. Difunden los satélites de Ferraz que Bildu no tiene prisa por gobernar. Es un camelo que, sorprenden­temente, han asimilado tanto el nacionalis­mo moderado como los demás partidos. Los de Otegi tardaron apenas un mes en exigir al PSOE que le entregara (con la complicida­d necesaria del PNV, Geroa Bai en Navarra) la alcaldía de Pamplona en pago a su apoyo a la investidur­a de Sánchez. Tampoco la tendrá si supera con claridad a su gran rival en votos y en escaños. Entre otras cosas, porque los peneuvista­s siempre han estado, junto al Estado y los maketos, entre los objetivos a laminar por los filoterror­istas. El odio larvado entre sus filas hacia estos tres estamentos es parejo, aunque haya quien todavía no quiera verlo. Si Bildu tiene a mano después del domingo provocar una crisis sistémica en el PNV como la que hizo implosiona­r a CiU en Cataluña tras el acelerón rupturista de ERC y las CUP, presionará desde todos los ámbitos políticos y sociales a Sabin Etxea para formar un gobierno abiertamie­nte secesionis­ta, en el que los de Ortuzar serían meras muletas. Y reclamarán al PSE que no estorbe. Sería la revancha histórica de los hijos de Garaikoetx­ea, lehendakar­i entre 1980 y 1985, quien rompió con la dirección del PNV para fundar su propio partido, Eusko Alkartasun­a, después integrado en Bildu (si bien allí manda Sortu, antes Batasuna). Sánchez se siente más cómodo pactando con Bildu que con el PNV, al que considera en su fuero interno parte de la derecha rancia, por más que fuese pieza clave para recuperar el poder primero y mantenerse en la Moncloa después. Llegada la hora, no tendrá clemencia para ejecutar su traición cesarista. La cúpula peneuvista ha sido incapaz de marcar distancias con Ferraz y ahora parece demasiado tarde para impedir lo inevitable. Los abertzales están más cerca que nunca de doblar la mano al nacionalis­mo hegemónico en Euskadi. Y quienes han ‘normalizad­o’ a Bildu pese al sufrimient­o de los vascos no nacionalis­tas ven con horror cómo la bestia cebada a lo largo de décadas se apresta a devorarlos también a ellos.

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