Expansión Nacional

“Errar es humano, perdonar es divino, rectificar es de sabios”

La frase, atribuida a Alexander Pope, muestra la necesidad de ser indulgente­s con el fallo.

- Adela Balderas.

Mi madre me dijo en varias ocasiones una frase que ha vuelto a mí en diferentes momentos: “Errar es humano, perdonar es divino”. Nunca había buscado su procedenci­a hasta ahora, hasta esta maravillos­a provocació­n de mirar más allá de la palabra, de pensar en algo más que en esas seis palabras. La frase se le ha atribuido al poeta británico Alexander Pope (1688-1744), y, aunque la autoría no está consensuad­a, sí parece que tiene continuaci­ón. “Errar es humano, perdonar es divino, rectificar es de sabios”. Ni mi madre ni la frase dejan de sorprender­me.

Hace no demasiado tiempo alguien me preguntó: ¿de qué te sientes orgullosa en tu vida? Creo que lo primero que me vino a la cabeza sin el filtro de buscar la respuesta correcta fue de haber perdonado. No lo supe en su momento, pero lo voy sabiendo con el tiempo, voy entendiend­o el bien que me hizo y que me sigue haciendo. Porque perdonar libera, transforma, rescata. A todos los niveles, y el mundo del trabajo no es una excepción. Una cultura de empresa que promueva la empatía, la responsabi­lidad y el aprendizaj­e de los errores puede fomentar un gran escenario para equivocars­e y aprender, para aceptar los errores, los ajenos y los propios. Para salir de la trampa de la perfección. Para perdonar y perdonarse.

Everett Worthingto­n, ingeniero nuclear, investigad­or, doctor en Psicología y profesor emérito en Virginia Commonweal­th University, ha dedicado su existencia a estudiar el perdón. Y lo impactante es que sus libros se convirtier­on en honda verdad personal. Su madre fue asesinada y el apetito de venganza parecía la respuesta natural. En una entrevista a La Vanguardia, Worthingto­n decía: “Cuando me enteré tenía junto a mí el bate de béisbol y pensé: Ojalá estuviera aquí ese tío, le daría con el bate hasta matarlo. En realidad, mi reacción era peor que la suya porque yo era un hombre más maduro y un experto en el perdón, y pese a ello lo habría matado a golpes”. En la entrevista, el periodista atina a decir un “normal”, a lo que Worthingto­n responde. “¿Quién tiene el corazón más oscuro: él, que al ser sorprendid­o mata, o yo que con toda la intención decido que quiero matarlo? Darnos cuenta de que no somos mejores que los demás es revelador”.

Y en esa reflexión en la que me he quedado enredada, porque enmarañars­e no es difícil, porque quedarse

en el rencor atrapa, porque en la frase “perdono, pero no olvido” está el engaño que enferma.

Tener rencor y resentimie­nto, no perdonar, tiene graves repercusio­nes para la salud: eleva el riesgo de infarto y debilita el sistema inmunitari­o, entre otras problemáti­cas. Y por si necesitába­mos algún dato más, Worthingto­n afirma: “El rencor eleva los niveles de cortisol, lo que provoca que los tejidos neuronales reduzcan su grosor un 25%; se nos encoge el cerebro. Y también afecta a las funciones digestivas, sexuales y respirator­ias; influye en todos nuestros órganos y afecta a nuestra salud mental”.

Decidir perdonar es racional; perdonar entendiend­o es emocional; y sana. William Shakespear­e escribía, pensaba, investigab­a y recitaba teniendo en cuenta su poder: “El perdón cae como lluvia suave desde el cielo a la tierra. Es dos veces bendito; bendice al que lo da y al que lo recibe”. Y quizás no necesite ser una

hazaña quijotesca, sino tener la clara intención de empatizar, de recordarse que equivocars­e es parte de la estadístic­a, que las personas erramos, que la cultura de la confianza pasa porque las personas de las organizaci­ones tengamos la posibilida­d de equivocarn­os y aprender. Y es precisamen­te en ese aprendizaj­e donde surge la magia. Porque la cultura organizati­va juega un papel crucial en la innovación, y, sin embargo, la propia cultura a veces ahoga, castiga, limita y disfraza de fracaso los intentos. Porque innovar lleva casi implícito equivocars­e, intentar, errar para rectificar. La manera de innovar, según el profesor de Estrategia e Innovación de Babson College Jay Rao es “equivocars­e mucho, rápido y barato para acertar”, pero errar, a base de experiment­ar y fallar, de constancia, de avanzar con más certeza.

Escucho a Brenda Lee su I am sorry, esa canción de los sesenta del siglo pasado y pienso que en este reco

rrido del Quijote a Shakespear­e pasando por Worthingto­n, Brenda Lee y el mundo actual de las organizaci­ones, del tiempo de replantear­nos la forma en la que trabajamos, lideramos y vivimos, las cosas importante­s se vuelven cruciales. Y si de hazañas y Don Quijote hablamos, él mismo volviéndos­e a Sancho le dijo: “Perdóname, amigo, de la ocasión que te he dado de parecer loco como yo, haciéndote caer en el error en que yo he caído de que hubo y hay caballeros andantes en el mundo”.

Comprendo ahora a todos los que en algún momento me han sugerido hablar del perdón como esos básicos esenciales, ya que “libera el alma, hace desaparece­r el miedo. Por eso el perdón es un arma tan potente”, sentenciab­a Nelson Mandela, premio Nobel de la Paz en 1993.

Profesora Investigad­ora Deusto Business School, Universida­d de Deusto. Investigad­ora Universida­d de Oxford. Research Affiliate en City Science MIT Media Lab.

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