España vista desde lejos
Con la amnistía el sanchismo le ha dado la vuelta a la gobernanza en España como se le da a un calcetín. Y esto es lo que muchos, empezando por los que auparán al PSC a la victoria, se resisten a admitir. Increíblemente durante la campaña electoral en Cat
Hasta hace poco los medios internacionales pasaban de las altercaciones en este crispado corral hispano que por fortuna y en compensación es soleado. La falta de interés era normal. Se mueven piezas de peso en el tablero geopolítico, por doquier hay hiperliderazgos reales y no faltan aspirantes a ser hombres fuertes. La polarización global es el pan nuestro de cada día.
Hasta hace muy poco las cosas de España eran más bien íntimas. Se hablaba de ellas bajo los soportales de sus plazas y las sombrillas de las terrazas. No aparecían en el radar internacional. España no era noticia y lo de aquí no se tomaba en cuenta. Pero de repente el mundo se enteró de los ejercicios espirituales presidenciales y de la introspección acerca de que si merecía o no la pena seguir. Y que el país estaba en vilo.
Esos cinco días de reflexión interesaron enormemente allende de los Pirineos porque el emocionado órdago de Pedro Sánchez fue toda una extravagancia impensable en cualquier país que no sea el del todo o nada. Y el pecado lleva su penitencia.
La cuestión es que la descomunal jugada fue precisamente lo que en el extranjero se espera de la siempre sorprendente e impredecible España del toro negro zaino y del muro de blanca cal. Por lo pronto, dos tazas bien cargadas serán servidas en Cataluña.
Para ver bien lo que pasa suele ser útil tomar distancias y contemplarlo desde lejos como hacen los que llegan desde fuera. Así se entera uno de que la deriva que han tomado los asuntos públicos se acerca a lo que pasa por ser anormal. Es chocante lo que se dice, lo que se hace y, también, como se vota.
Las elecciones catalanas ilustran el impracticability, la ausencia de pragmatismo en la gobernanza de la península que reiteradamente denunció el futuro duque de Wellington en sus informes a Londres durante la Guerra de Independencia cuando dirigía las campañas bélicas contra la grande armée napoleónica entre Talavera y Vitoria, pasando por Arapiles. El estigma wellingtoniano pervive.
Los enviados de los medios internacionales que, como norma general en cualquier lugar a donde viajan, le hacen preguntas al taxista que les recoge en el aeropuerto y plagian lo que publica la prensa local, se entretienen ahora detallando el posible bloqueo político que se avecina en un lugar que les suena a sus lectores por aquello de la Costa Brava, el Barça y el Barcelona Mobile.
Nada subraya mejor la desaparición del sentido práctico en una sociedad como la paralización de sus procesos políticos. Las elecciones de domingo 12 de mayo pueden repartir sorpresas, pero en lo fundamental no habrá ninguna. En todas sus parcelas el fragmentado electorado catalán está partido por la mitad entre los muy y los no tanto independentistas, los muy y los no tanto constitucionalistas, los muy y los no tanto izquierdistas y los muy y los no tanto conservadores.
Barcelona desinflamada
El catalán es un cuerpo electoral en el que cada uno está especialmente preso de su “idea” y de su “verdad”. No contempla concesiones ni consensos. Es impractical, por decirlo en inglés. Y con estos votantes se la juegan tanto Sánchez como Carles Puigdemont. Los veteranos cronistas que presumen de “olfato” piensan que harán tablas. Y que la normalidad de una Barcelona “desinflamada” puede ser engañosa.
El enviado especial que aterriza en un país que no es el suyo siempre busca algo “picante” siendo esto un elemento necesario para poder interesar a su público con las historias de in partibus infidelium que se propone contar.
A finales de abril esto fue el carácter enamorado de la carta a la ciudadanía que Sánchez colgó en la red; fue la figura de su mujer, tan fotogénica como él, y los hirientes bulos acerca de un supuesto tráfico de influencias. La historia de un político que con furia salta a la defensa de la honorabilidad de su esposa se escribe sola. Pero el pin pan pun de la corrupción es una pista falsa y finalmente efímera. Lo gordo es lo de pasado mañana en Cataluña.
Lo realmente “picante” lo sirve un terco y vengativo fanático de carne y hueso que es tan experto con los naipes como lo es el presidente del Gobierno. La astucia es lo que el extranjero espera en el espectáculo del cainismo hispano y el programado el 12 de mayo no defrauda.
Al enviado especial le fascina el papel que juega un prófugo de la justicia en la parálisis institucional que se prevé. Le hipnotiza la figura de quien después de llevar casi siete años de autoexilio negoció su autoamnistía con el presidente del Gobierno. A poco que obtenga un buen resultado en las elecciones catalanas, Puigdemont se va a hartar de dar entrevistas a los medios internacionales.
La políticas identitarias proliferan en Europa, pero fuera de Bélgica donde el tema ya aburre, el desmembramiento de un estado nacional no está en la agenda. El nacionalismo escocés es una cáscara hueca y el de un Quebec “libre” se ha olvidado. El de Cataluña, sin embargo, aparentemente goza de un insultante buena salud y domina la conversación.
La vigencia del derecho a decidir que airean los independentistas catalanes se conoce de sobra aquí, pero los que no son de estos pagos pasaron página al procés el día siguiente a la entrada en vigor del artículo 155.
Ahora se fijarán de nuevo en ese desafío y concurrirán que se trata del histórico desencuentro en una vieja nación que está a medio hacer porque sigue siendo un work in progress.
En la “mirada del otro”, la noticia, una vez más, es la del choque de trenes y el descarrilamiento hispano. Vuelven los sempiternos tópicos y los lugares comunes que llevan más de dos siglos perjudicando a España.
Todo esto tiene la potencia de ser muy malo para la imagen exterior de España y quienes se preocupan por la proyección de la estampa patria han de saber que puede empeorar la percepción del impracticability made in Spain en las cancillerías diplomáticas , en los mercados financieros y en las empresas foráneas.
Se agravará porque los medios internacionales irán atando cabos ahora que España ha vuelto a ser noticia. El renovado interés amenaza la imagen del país al desenterrar los estereotipos y ponerlos en la vitrina. Y si se deteriora la del país, la de Sánchez caerá en picado.
Se perfila un bloqueo político en Cataluña porque Sánchez, el del órdago, lo ha hecho inevitable. Si España carece de la gobernanza que se exige a las “plenas” democracias liberales es porque Sánchez se ha entregado al frentismo contra quien debiera pactar políticas del Estado y al apaciguamiento con quien le traicionará a la primera de cambio.
El presidente del Gobierno hizo suyo el victimismo del relato nacionalista y acusó a la derecha de haber creado adrede el “conflicto catalán”. La derecha, ya se sabe, es muy dada a practicar la intolerancia. Sánchez asumió la narrativa nacionalista hasta tal punto que amnistió a los que sueñan con hacer realidad la República de Cataluña.
La gobernanza
Con la amnistía el sanchismo le ha dado la vuelta a la gobernanza en España como se le da a un calcetín. Y esto es lo que muchos, empezando por los que auparán al Partido de los Socialista de Cataluña a la victoria pasado mañana, se resisten a admitir. Increíblemente durante la campaña electoral en Cataluña se evitó hablar de amnistía.
Desde la distancia puede que los periodistas extranjeros caigan en la cuenta de lo que ha sucedido. Sánchez ha convertido en doctrina oficial y memoria democrática el hecho de que los anticonstitucionalistas de la sedición tuvieron razón y que el Estado de Derecho está obligado a pedir perdón por haberles procesado. Hay numerosos ejemplos de lo errónea que ha sido la política apaciguadora a lo largo de los tiempos. El disconforme que se pretende pacificar, nunca se sacia porque, comprobada la debilidad del adversario, siempre quiere más. Una y otra vez, tales iniciativas han tenido consecuencias no deseadas. La gestionada por Sánchez tras las inconclusas elecciones generales del 23 de julio del año pasado fue de las más impúdicas.
Sánchez debería de haber pactado un acuerdo en torno a la centralidad de la gobernanza con el Partido Popular que superó en votos y escaños al Socialista. Hubiera sido lo pragmático. Pero su sectarismo y su narcicismo no se lo permitieron.
Como se sabe muy bien porque para ello existen las hemerotecas, Sánchez se opuso como el que más a cualquier medida de gracia con los sediciosos del procés hasta que necesitó los siete votos en el Congreso leales a Puigdemont para completar su “mayoría parlamentaria” y ser investido de nuevo presidente. Tocó entonces la tecla apaciguadora.
Y de aquellos polvos vienen los actuales lodos en el soleado corral de las altercaciones. Según Sánchez, los produce una “máquina de fango” que opera una derecha que no le tolera como presidente del Gobierno. Según sus críticos en el gallinero mediático, el que embarra es él. Y por eso, se está con el muy enfangado terreno del “Duelo a garrotazos”. Spain is news una vez más.
Las elecciones catalanas ilustran la ausencia de pragmatismo en la gobernanza española
Los cinco días de reflexión de Pedro Sánchez interesaron enormemente allende de los Pirineos