Liderazgo emocional
Emoción, estado de ánimo producido por impresiones de los sentidos, ideas o recuerdos que con frecuencia se traduce en gestos, actitudes u otras formas de expresión”, así reza el diccionario de la lengua española. Define perfectamente lo que se vivió en Madrid, en la caja Mágica, la noche del pasado 30 de Abril. Ese día Rafa Nadal jugó contra Lehecka su último partido en la capital. Después de 20 años de victorias inolvidables, de derrotas honrosas, de gestas históricas, llegaba el momento que todos queríamos retrasar. Aunque los meses anteriores nos han ido preparando, resulta que no lo estábamos. La hermana de Rafa, inconsolable, su mujer Xisca, sus padres, su equipo … no eran los únicos que estaban emocionados. Conozco a más de uno, empezando por el que suscribe esta columna, al que se le escaparon lágrimas de gratitud y reconocimiento a una carrera excepcional que trasciende los límites del tenis. Fotos, imágenes, recuerdos, se agolpaban espontáneos generando una caldera emocional hirviente, incontenible. Muchos, no solo como aficionados al tenis, también como padres, como ciudadanos, desde lo más hondo de nuestro ser, expresábamos a Rafa nuestra admiración, nuestra gratitud por una actitud impecable, por un civismo ejemplar. Tenacidad, espíritu de lucha, humildad, fortaleza… son algunos de los valores y virtudes que ha encarnado este manacorí universal. Sabiendo que son experiencias que no volverán, la nostalgia se colaba unos momentos en nuestro interior.
El deporte se presta especialmente a ello. Dimensión lúdica, actividad física, espíritu competitivo, colores afectivos, pasiones desatadas, pueden generar un estado de agitación colectiva muy singular. Desgraciadamente no siempre genera un ambiente sano, edificante, que saque lo mejor de jugadores y espectadores. A menudo el fútbol es un triste ejemplo. Deportistas metidos a actores teatrales, entrenadores disfrazados de hooligans, público enfervorizado que solo ve sus colores, periodistas poco ecuánimes e imparciales, todo coadyuva a generar un clima de crispación y agresividad. Incluso a nivel amateur, en los campos donde juegan nuestros hijos, nuestros nietos, ves escenas de padres transformados en hinchas enfervorizados. Traicionando la esencia del deporte, olvidándonos del fair-play, todo degenera en una escuela partidista de broncas, descalificaciones e insultos al contrario. Deberíamos volver a las raíces, donde estrechar la mano del contrario, competir limpiamente, ganar con elegancia, perder con dignidad, no sea una utopía.
La política también se presta a esta delicada dualidad. De escenario noble donde se dirimen importantes cuestiones de gobierno, donde el adversario es respetado como pilar insustituible del edificio democrático, donde la palabra se expresa con naturalidad, sencillez, sinceridad, altura de miras, donde se debaten y negocian acuerdos estratégicos, se prostituye en función teatral con parlamentarios representando personajes histriónicos, vulgares, donde se demoniza y señala al que no es de los tuyos, donde se insulta y se miente con temeraria impunidad.
Escuchaba hace días a una persona respetable reivindicar, visto como está el patio hispano, el imperio de la razón. Lógica, necesaria iniciativa, creo entender lo que subyace a tal reflexión. Solo como apunte complementario quisiera invitar también al corazón, tiene mucho que aportar. Si no pensamos, malo, pero si solo pensamos y no sentimos, estamos cojos. Blaise Pascal, filósofo eminente, jesuita, ensayista, insigne matemático es el autor de la lúcida frase, “el corazón tiene razones que la razón no entiende”. La razón tiene un papel fundamental que jugar en la convivencia pública, pero llegados a un punto debe invitar al corazón que esconde iniciativas, intuiciones, sensibilidades, sentimientos que aquella no alcanza y domina.
El dilema ético, moral, es qué tipo de emociones se quieren movilizar, manipular. Todos los grandes egos totalitarios han sido expertos en explotar la epidermis de hombres y mujeres, allí donde habitan y se retroalimentan el miedo, la envidia, el odio, la ira, el resentimiento, todo ello cocinado en un discurso cainita, ellos contra nosotros, donde los slogans insultantes y las etiquetas ideológicas monopolizan la escena. Por esta razón es tiempo ideal para que la razón convoque al corazón, no para que lo silencie en textos escritos sin alma, encerrado entre papeles previsibles y anodinos. Hay otra forma de hacer política cosida a la justicia, a la sagrada independencia de un juez, al espíritu crítico, a la libertad y responsabilidad de cada persona, a menudo pisoteada por la masa aborregada, a la honestidad y sinceridad de nuestra vida , al ejercicio de derechos y deberes inexcusables, a la nobleza y dignidad de valores que nos definen e impulsan a soñar en grande. Todo ello desde la prudencia, desde la templanza, necesarias para hacer un diagnóstico correcto de la realidad. Como hace Nadal, son tiempos para sudar la camiseta, para no desfallecer, para desafiar los límites , el partido está muy feo, para creer en plena tormenta, para convocar las emociones más sublimes y edificantes. La verdad dictará sentencia, no lo dude.