Los impresionistas de la justicia
El perenne objeto del deseo de la política es la justicia, para poseerla y manosearla según guste, en cualquier lugar del globo terráqueo.
Pierre-Auguste Renoir y Paul Cézanne, la extraña pareja del impresionismo francés. Sus orígenes no podían ser más distintos. Hijo de un sastre y de una obrera el primero, pintó por amor y por necesidad. El segundo, en cambio, había nacido en una familia acomodada, padre banquero y residencia familiar en plena urbe.
Renoir, tal vez por curiosidad mezclada con revanchismo social, pasó sus días en París, fatalmente atraído por la luz de gas de su alta sociedad, cuyos salones frecuentaba y retrataba en colores tenues.
Cézanne, por su parte, no soportaba la gran ciudad, el desarrollismo y el ruido, la burguesía de la que provenía y sus convenciones, así que se refugió en la Provenza francesa, entre sus prados de lavanda morada y pequeños pueblos calmados.
En el terreno meramente artístico, tampoco compartieron demasiado: Renoir maravillosamente anclado en el siglo XIX y Cézanne, mirando hacia el nuevo siglo y la abstracción.
Sin embargo, su amistad fue muy sólida y profunda.
En sus réndez-vous en la Costa Azul, hablaban mucho sobre colores. Pasaban las tardes disertando y discutiendo sobre el único elemento en Natura que es imposible de describir fehacientemente, salvo con ejemplos directos: el color. Por cierto, intenten hacer una descripción de un color, el que sea, y verán que deberán forzosamente recurrir a un ejemplo para lograrlo.
Decíamos de sus largas charlas que, lo habrán imaginado por las premisas, eran especialmente vivaces por la alta concentración de brillantez mental y por las obvias disonancias entre los dos personajes.
Aun así, siempre acababan convergiendo en lo mismo, que era lo esencial para su pintura: el color designado por ambos para crear el espacio en sus cuadros era precisamente el azul. El azul del infinito, del respiro, del mar, del aire rarefacto. El azul para los dos, tan distintos y tan cercanos en el fondo del lienzo, cada uno a su manera.
Compartieron también mecenas, el joven y apasionado marchante de arte Paul Guillaume, quien impulsó sus nombres en las primeras décadas del siglo XX y que apreciaba enormemente sus peculiaridades y diversas declinaciones artísticas.
Si dos genios del Arte tuvieron estas contradictorias vivencias, no debe sorprender que la más prosaica Política (aquí utilizamos la mayúscula sin mucha convicción) vea situaciones parecidas, igualmente llamativas.
Da el caso que, en estas semanas, en Italia, a raíz de una propuesta de reforma del sistema judicial, ha vuelto a abrirse el debate sobre la separación de las carreras de jueces y fiscales. A diferencia de lo que ocurre en España, no hay un estatuto de autonomía para el Ministerio Fiscal con respeto a los jueces. Sus funciones, nombramientos y regulación en general se hallan sometidos a los mismos criterios y órganos de gobierno que aplican a la judicatura. El llamado CSM, Consiglio Superiore della Magistratura, es el órgano único de gobierno de fiscales y jueces.
El gobierno italiano, presidido por la derechista Giorgia Meloni, ha promovido la reforma histórica que se presentará en el Parlamento transalpino antes de las elecciones europeas.
¿Puntos clave? La creación de dos carreras distintas para jueces y fiscales y el desdoblamiento del CSM, para que cada cuerpo tenga su órgano de gobierno. Separado e independiente.
No se conoce aún la letra pequeña de la reforma. Hay debate sobre la posibilidad de que el Ejecutivo nombre a parte de los miembros de sendos órganos.
En el muy reciente congreso nacional de la Asociación Nacional de Jueces, el presidente de esta ha expresado públicamente su preocupación: considera que estas medidas pueden ser el golpe de gracia a la independencia del poder judicial que, a fecha de hoy, engloba a los fiscales.
Todos ellos, jueces y fiscales, acomunados por el mismo alto objetivo constitucional de defensa imparcial de la legalidad: “[…]En nuestra República, ni siquiera el Ministerio Fiscal es ni puede ser una judicatura intencionada; comparte con la judicatura de los tribunales el mismo desinterés por el resultado de la acción y del proceso, requisito indispensable para no ser indiferente a los derechos y garantías de las personas […]”. Así se ha significado delante del presidente de la República Sergio Mattarella, quien actualmente ostenta facultades constitucionales suficientes para garantizar cierta independencia del CSM. A saber, después de la reforma.
Palabras de fuego han sido pronunciadas por la secretaria general del Partido Democrático Elly Schlein (muy fan de Pedro S.): según la líder progresista, esta reforma es la puerta de entrada para la sumisión del Ministerio Fiscal a las directrices del gobierno del país.
Este teatro, cuyas cuestiones de fondo no vamos a tratar aquí, causa ciertamente mucha sorpresa y hace dudar de que exista la menor coordinación, dentro de la UE, entre partidos políticos teóricamente afines.
Por un lado, en España, el ejecutivo progresista de la Nación hace amplio uso de su discrecionalidad y de su influencia institucionalizada para inspirar –cuando menos– la acción de la Fiscalía General del Estado. Además, el mismo presidente del Gobierno pone en tela de juicio el rol de los jueces según se le antoja.
Por el otro, en Italia, la líder del partido de izquierdas homólogo del PSOE, censura duramente una propuesta de reforma de la Justicia en sentido “español”, promovida por un gobierno de derechas (o extrema derecha, como ha sido repetidamente tildado por Pedro Sánchez y sus adláteres).
Esto ya es la casa de los líos. Meloni quiere una reforma de la Justicia para parecerse a Sánchez. Schlein (la líder de la izquierda italiana) censura a Meloni. Sánchez tilda de ultraderechista a Meloni… Todo ello, con las elecciones europeas a la vuelta de la esquina.
La única verdad contrastada y meridiana, es que el perenne objeto del deseo de la política es la justicia, para poseerla y manosearla según guste, en cualquier lugar del globo terráqueo. No hay color político, no hay virtud ninguna.
Renoir y Cézanne, tan distintos y cercanos al tiempo, compartieron marchante y el azul para sus fondos. Poquito, pero suficiente para alimentar su amistad y para que cada uno, con su estilo, nos dejase un legado inmortal.
Estos líderes actuales, desde sus diversas latitudes, oficialmente viven en galaxias paralelas, pero en realidad tienen en común muchos más rasgos y apetitos de lo que sería razonable esperar. La justicia es su color azul, al vuelven siempre que pueden. Y sus legados … Ojalá, ojalá no sean inmortales.