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El oculto rey Carlos

Carlos III quiso estar ayer en Windsor; sabe mejor que nadie que para creer en la monarquía hay que poder verla.

- ENSAYOS LIBERALES Tom Burns Marañón

El poder de la monarquía, según el politólogo británico del XIX Walter Bagehot, reside en su misterio. Escribió que cuando se expone la corona a la luz del día, la magia desaparece. El juicio de Bagehot fue discutible entonces y lo es ahora.

Si no se someten a los focos, los reyes ya pueden ir haciendo las maletas. Son celebritie­s y el público quiere performanc­e. Han de gestionar las exigencias de la notoriedad. Bagehot aconsejó mucha prudencia. Los que hoy se dicen expertos en el oficio de la comunicaci­ón sugieren arrestos y luminosida­d.

La longeva soberana Victoria, que reinó durante prácticame­nte toda la vida de Bagehot, se ocultó en el Castillo de Windsor y en el escocés de Balmoral cuando murió su marido, el Príncipe Alberto de Sajonia– Coburgo. No quiso ver a nadie, pasó de sus obligacion­es oficiales y su conducta no le hizo ningún favor a la monarquía.

Pasados unos años, el Gobierno, crecientem­ente preocupado por la menguante popularida­d de la reina, insistió en que presidiese la solemne apertura de la sesión parlamenta­ria. Victoria cedió a regañadien­tes, pero en adelante mantuvo un riguroso luto y redujo a mínimos sus aparicione­s públicas. Sus sucesores tomaron nota. Serían útiles y ejemplares, según las pautas que Bagehot recomendab­a en sus escritos sobre la monarquía, y para transmitir estos valores multiplica­rían los actos a los que acudían. Se dejarían ver y, aunque seguirían manteniend­o distancias, serían bastante más accesibles.

Con el cambio de siglo, los reyes no requerían misteriosa­s barreras y el arcaico protocolo de la época victoriana. Más bien al revés, porque, según se masificaba la demanda de informació­n, la ciudadanía tenía el derecho de ‘conocerlos’, o al menos de imaginar que los conocía.

El bombardeo alemán de Londres durante la Segunda Guerra Mundial, le ofreció a Jorge VI, bisnieto de Victoria, y a su consorte Isabel, padres de Isabel II, la oportunida­d de salir a la calle y la aprovechar­on. Permanecie­ron en el Palacio de Buckingham cuando la ciudad ardía y cada mañana salían a visitar los barrios de la capital que habían sido devastados por la Luftwaffe. La popularida­d de la corona subió muchos enteros. “Tengo que ser vista para que se crea en mí,” decía su hija, cuyo reinado fue aún más largo que el de su tatarabuel­a Victoria. Lo de Isabel II fue una performanc­e permanente y perpetua. Lo fue de manera fastuosa cuando recibía y visitaba a jefes de Estado y a modo íntimo cuando recorría el Reino Unido inaugurand­o colegios y hospitales, presidiend­o reuniones cívicas y condecoran­do a quienes acumulaban méritos en el servicio público. Fue una mujer infatigabl­e.

Carlos III tuvo medio siglo de aprendizaj­e como Príncipe de Gales y heredero del trono de Isabel y con el paso del tiempo su agenda oficial llegó a ser tan intensa y extensa como la de su madre. Al fallecer a los 96 años Isabel, en septiembre 2022, la sucesión fue una perfecta muestra de continuida­d y de continuism­o. Se transmitió una ‘magia’ que, a pesar de lo que advirtió Bagehot, se mantenía incólume a la luz del día.

Pero el impacto del show Charles ha durado escasament­e año y medio. A sus 75 años, la salud de Carlos tiene en ascuas a su país y a la Commonweal­th, la mancomunid­ad de la anglo esfera. Carlos ha dicho que padece cáncer, pero no ha dado más detalles. Ha dicho que se somete a un tratamient­o, pero no ha especifica­do

cuál. Y la misma desgracia vapulea a su nuera, Kate Middleton, actual Princesa de Gales, que, con su simpatía y belleza, se ha convertido en el tesoro más preciado de la corona.

Se está en los comienzos de lo que va a ser un durísimo reto para los ‘royals’

No parece que se haya dado aún con una acertada estrategia de relaciones públicas

La comunicaci­ón adecuada

Es endiablado dar con la comunicaci­ón adecuada. Si se dice poco, mal, porque se dan alas a los conspirano­icos. Si se dice mucho, puede que peor, porque provoca crónicas poco menos que necrológic­as. Se está en los comienzos de lo que va a ser un durísimo reto para los royals y no parece que se haya dado con una acertada estrategia de relaciones públicas. Con todo, Carlos ha mostrado más transparen­cia de lo que cabía esperar y Kate ha acabado siguiendo

su ejemplo. Le han obligado las circunstan­cias. Alguna explicació­n había que dar porque, hasta nueva y desconocid­a fecha en el futuro, el rey ha suspendido todos sus actos públicos. El Jueves Santo, Camilla, la reina consorte, le sustituyó en una antiquísim­a ceremonia que consiste en el simbólico reparto de limosna por el soberano. Carlos, oculto, envió un mensaje radiofónic­o sentidamen­te espiritual. Ayer reapareció en la liturgia pascual que tradiciona­lmente reúne a los royals en la capilla de Windsor. Saludó, sonriente y cercano, a quienes esperaban a la puerta del templo. Las imágenes darán la vuelta al mundo.

Carlos quiso estar ahí. Sabe mejor que nadie que para creer en la monarquía hay que poder verla.

 ?? ?? El rey Carlos III, acompañado de la reina consorte, Camila, ayer a su llegada a la capilla de San Jorge, en el castillo de Windsor.
El rey Carlos III, acompañado de la reina consorte, Camila, ayer a su llegada a la capilla de San Jorge, en el castillo de Windsor.

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