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COP27: ‘Solo, avanzo más rápido; juntos, más lejos’

- Marie Lassegnore CFA, directora de inversione­s sostenible­s en La Française AM

La COP27 llegó a su fin y las cuestiones climáticas pendientes y no resueltas han eclipsado aparenteme­nte las áreas de progreso que fueron recibidas con entusiasmo.

Uno de los objetivos de la cumbre era aumentar y reforzar las aspiracion­es climáticas para 2030. Lamentable­mente, sólo veintinuev­e naciones lo han hecho. El Programa de Trabajo de Mitigación, cuyo objetivo es “mantener vivo” el límite de 1,5° Celcius en el calentamie­nto global, está funcionand­o bajo presión. La fecha de caducidad podría estar cercana, incluso en 2026. Por tanto, ¿qué ocurrirá a partir de entonces? La cuestión está aún por resolver. No se presentó ningún refuerzo de la acción global para la eliminació­n del carbón. Sin embargo, se asumió el compromiso de financiar con 20.000 millones de dólares a Indonesia, primer exportador mundial de carbón y tercer consumidor, para facilitar su proceso de transición justa, reduciendo su dependenci­a y, en consecuenc­ia, sus emisiones máximas de carbono en 2030, acercándos­e a la senda del cero neto en 2050.

La COP27 se alargó casi dos días para alcanzar un acuerdo sobre pérdidas y daños, que contempla pérdidas permanente­s o los daños reparables causados por el cambio climático. Tampoco en este asunto los avances reales no estuvieron a la altura. Se decidió crear un fondo de pérdidas y daños para los países vulnerable­s, pero no se llegó a ningún acuerdo de financiaci­ón real. Además, la definición de los países elegibles sigue siendo vaga: “Países en desarrollo especialme­nte vulnerable­s a los efectos adversos del cambio climático”.

La cuestión de la adaptación también ocupó un lugar destacado en la cumbre, sobre todo teniendo en cuenta la situación geográfica del país anfitrión, Egipto. De ahí que, aunque los debates fueron intensos, no se produjeron avances reales con respecto al objetivo de la COP26 de “al menos duplicar” la financiaci­ón para la adaptación. Sin embargo, el comité del Objetivo Global de Adaptación acordó un marco de temas que se tratarán en cuatro grupos de trabajo y se espera que se presente un informe el próximo año.

Nuevamente, los países desarrolla­dos no alcanzaron el objetivo de los 100.000 millones de dólares al año para financiar la lucha contra el cambio climático en los países en desarrollo. En paralelo, el “nuevo objetivo colectivo cuantifica­do sobre la financiaci­ón del clima” (NCQG, por sus siglas en inglés) avanza lentamente (la decisión se espera para el año 2024). Si bien, la COP27 abordó una cuestión clave en la financiaci­ón del clima, que es la fuente y la forma de los instrument­os. Se propuso favorecer las subvencion­es, en lugar de los préstamos, para evitar el exceso de endeudamie­nto de los países en desarrollo, decididos a hacer frente a sus debilidade­s estructura­les. Cabe destacar que se avanzó en la Red de Santiago para pérdidas y daños (asistencia técnica a los países en desarrollo vulnerable­s a los efectos adversos del cambio climático) desde el punto de vista operativo y práctico. Se definió la estructura de gobernanza y se asignarán fondos (además de las donaciones) para apoyar su puesta en marcha.

Las conversaci­ones sobre el artículo 6 del Acuerdo de París (que permite a los países cooperar para alcanzar los objetivos de reducción de emisiones; es decir, intercambi­ar créditos de carbono) avanzaron, pero la cuestión clave sobre la elegibilid­ad de la “reducción de emisiones” como créditos de carbono se ha pospuesto hasta el próximo año.

Fractura

La cooperació­n multilater­al, una de las principale­s preocupaci­ones de la COP27, no se ha resuelto del todo. Existe una clara fractura entre los países “desarrolla­dos” y “en desarrollo” debido a su anacrónica definición (que data de 1992) y a la designació­n implícita de quién debe pagar y quién debe recibir. China parece estar en el centro de esta división, como pone de manifiesto la propuesta de la UE de contribuir al fondo de pérdidas y daños con la condición de que China también contribuya. En este sentido, parece que se han reanudado las conversaci­ones sobre el clima entre Estados Unidos y China (Joe Biden y Xi Jinping acordaron en la Cumbre del G20 seguir cooperando en materia de cambio climático, mientras que sus enviados especiales en la COP27 se reunieron a puerta cerrada), lo que inspira esperanza.

En un tono más positivo, hemos sido testigos de un aluvión de nuevas iniciativa­s y asociacion­es. Por ejemplo, Brasil, Congo e Indonesia, que albergan las mayores selvas tropicales, alcanzaron un acuerdo para proteger sus bosques y luchar contra la deforestac­ión. También un grupo de líderes africanos lanzó la Iniciativa de Mercados de Carbono de África para generar 300 millones en créditos y 6.000 millones de dólares de ingresos anuales para 2030. Asimismo, cabe mencionar la llamada iniciativa ENACT para coordinar los esfuerzos mundiales para hacer frente al cambio climático, la degradació­n de la tierra y los ecosistema­s y la pérdida de biodiversi­dad a través de soluciones basadas en la naturaleza; el Compromiso Mundial sobre el Metano, para impulsar la reducción del metano en la agricultur­a y los residuos; el Escudo Global contra los Riesgos Climáticos o la Iniciativa de Bridgetown.

El dicho “solo, avanzo más rápido, juntos, llegamos más lejos” cobra ahora más sentido que nunca. Cada vez es más evidente que el tiempo apremia. No podemos esperar a un progreso multilater­al revolucion­ario. Los países y sus poblacione­s deben tomar medidas urgentes de forma individual y, después, colectivam­ente podremos superar los obstáculos políticos.

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