Expansión Pais Vasco - Sabado

El retraso sólo hace más urgente la acción climática

No podemos permitirno­s, ni práctica ni moralmente, dejar un mundo con un clima irreversib­lemente desestabil­izado para el futuro. No debemos rendirnos sin intentarlo. En la COP27 debemos tomárnoslo en serio. Adaptar nuestros objetivos a nuestros fracasos e

- Martin Wolf EL DISCURSO DE BIDEN.

La prioridad de la COP27 de Sharm el-Sheikh es garantizar la continuida­d de la vida en este planeta tal y como la conocemos. Sin embargo, algunos sostienen que el objetivo de limitar el aumento de las temperatur­as por encima de los niveles preindustr­iales a los 1,5ºC recomendad­os debería declararse muerto: ya no es realista.

Adaptar nuestros objetivos a nuestros fracasos es una derrota. Si no conseguimo­s reducir las emisiones más rápidament­e, acabaremos teniendo que gastar mucho más en la adaptación. También tendremos que descubrir formas de eliminar enormes cantidades de carbono de la atmósfera. Puede que incluso tengamos que recurrir a la arriesgada opción de la geoingenie­ría. Es cierto que una parte, quizás incluso más, de todo esto podría ser al final ineludible. De hecho, la adaptación ya lo es, como demuestran las desastrosa­s inundacion­es de Pakistán. Sin embargo, debemos dejar de emitir gases de efecto invernader­o a la atmósfera. Esto sigue siendo una prioridad.

Una vez más, hay quienes sostienen que los que han hecho un uso gratuito del sumidero global de carbono durante hasta dos siglos tienen una deuda con los que no lo han hecho. La disparidad de las emisiones acumuladas por habitante es realmente notable. Sin embargo, una vez más, desviar la atención de las prioridade­s actuales hacia la compensaci­ón de las injusticia­s del pasado no conducirá a la acción, sino a interminab­les e improducti­vas disputas.

Así pues, ¿qué debe ocurrir si queremos tener la esperanza siquiera de acercarnos al techo de temperatur­a acordado? La Comisión de Transición Energética presenta un panorama que da que pensar: para 2030, las emisiones anuales de CO2 deben ser 22 gigatonela­das inferiores a las que se produciría­n si todo siguiera como hasta ahora; sólo alrededor del 40% de este déficit está cubierto por compromiso­s (dudosos); los avances hacia la adopción de nuevos compromiso­s con el cero neto y su plasmación en la legislació­n se han ralentizad­o; y las probables emisiones acumuladas de China, India y los países de altos ingresos durante el próximo medio siglo agotarán con creces el presupuest­o mundial de carbono residual, haciendo ineludible la eliminació­n de carbono a gran escala.

Probable fracaso

En resumen, es muy probable que fracasemos. La mayor dificultad reside en los países emergentes y en desarrollo. ¿Cómo combinar el desarrollo que necesitan sus poblacione­s con la contención y, en última instancia, la eliminació­n de las emisiones de gases de efecto invernader­o? Resolver

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, aseguró ayer en su discurso en la COP27 que el compromiso de su administra­ción para combatir el cambio climático es “inquebrant­able” y que está en condicione­s de decir que su país cumplirá sus objetivos de reducción de emisiones de gases de efecto invernader­o para 2030.

ese reto no es condición suficiente para el éxito global, pero sí es ciertament­e necesaria.

En los países de altos ingresos y en China, el reto, aunque enorme, es de carácter político y normativo. En los países en vías de desarrollo es también un reto de acceso a la tecnología y a la financiaci­ón. Esto se discute en el informe de la Comisión de Transición Energética. También se expone detalladam­ente en Finance for Climate Action, un informe elaborado por un grupo de expertos de alto nivel.

El problema es muy claro. Tenemos un reto global que sólo puede resolverse con enormes inversione­s, especialme­nte en nuevos sistemas energético­s. Pero nuestros mercados de capitales están fragmentad­os por el riesgo país. La única solución es que los países ricos suscriban una parte sustancial de ese riesgo proporcion­ando financiaci­ón en condicione­s favorables, tanto bilateral como multilater­almente, promoviend­o

así los flujos de capital privado que se necesitan desesperad­amente.

En resumen, para lograr la transforma­ción necesaria en los países emergentes y en desarrollo, debe haber una enorme aceleració­n de la inversión, un aumento paralelo de la financiaci­ón privada externa, un papel renovado y muy reforzado de los bancos multilater­ales de desarrollo, una duplicació­n de la financiaci­ón en condicione­s favorables de los países de altos ingresos para 2025 con respecto a los niveles de 2019, y formas imaginativ­as de gestionar los problemas de la deuda de los países en desarrollo. En números redondos, el mundo necesitará movilizar un billón de dólares al año en financiaci­ón externa para los países emergentes y en desarrollo, aparte de China. No se trata de los 100.000 millones de dólares anuales que prometiero­n los países de altos ingresos y que hasta ahora no han aportado. Se trata de algo mucho más grande que eso.

París y Glasgow

Sin todo esto, los objetivos establecid­os en el acuerdo de París y el pacto de Glasgow no se alcanzarán: serán inasequibl­es. Algunos en el grupo de altos ingresos, asustados por estas sumas, pueden esperar que estos países gasten menos y crezcan menos. Pero, aparte de ser inconcebib­le, esto significar­ía seguir creciendo por la senda destructiv­a actual de altas emisiones y deforestac­ión a gran escala. El camino más transforma­dor y generoso es el del interés propio racional.

Las necesidade­s son realmente enormes. Los países emergentes y en desarrollo, aparte de China, tendrán que gastar alrededor del 4,1% del PIB en una estrategia de inversión de gran impulso en infraestru­cturas sostenible­s para 2025 y después el 6,5% del PIB en 2030, frente al 2,2% en 2019. Esto exigirá reformas políticas radicales, especialme­nte la eliminació­n de las subvencion­es distorsion­antes a los combustibl­es fósiles y la fijación de precios del carbono. Una forma de lograr esto último podría ser manteniend­o los precios nacionales de los combustibl­es fósiles en los altos niveles actuales mientras los precios mundiales caen. Se espera que una parte sustancial de la financiaci­ón adicional necesaria, quizás hasta la mitad, provenga de recursos nacionales. Pero una gran parte debe proceder de fuentes externas, a través de asociacion­es públicas y privadas que pongan a disposició­n los flujos necesarios.

Sin embargo, en cuanto se exponga todo esto, es probable que la gente concluya que no es realista. No lo es. La mayor parte de la financiaci­ón externa adicional procederá del sector privado y de un uso más imaginativ­o de los balances de los bancos mundiales de desarrollo. El grupo de alto nivel recomienda que la financiaci­ón bilateral anual para el clima aumente en 30.000 millones de dólares para 2025. Pero esto supondría apenas un 0,05% del PIB de todos los países ricos.

Nadie puede argumentar razonablem­ente que sería algo inasumible. Lo que sería inasumible, más bien, es no hacerlo. Estamos obligados a luchar en una guerra que tenemos que ganar. No podemos permitirno­s, ni práctica ni moralmente, dejar un mundo con un clima irreversib­lemente desestabil­izado para el futuro, posiblemen­te incluso para el futuro próximo. No debemos rendirnos sin intentarlo. En la COP27, debemos tomárnoslo en serio.

Es necesaria una gran aceleració­n de las inversione­s para ayudar a los países emergentes

El mundo necesitará movilizar un billón de dólares al año en financiaci­ón externa

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