Expansión Pais Vasco - Sabado

Microrrest­aurantes para reservar

Jóvenes chefs emprenden pequeños negocios con tique medio más asequible que los ‘estrella Michelin’.

- Marta Fernández Guadaño.

No es obligatori­o visitar Guggenheim Bilbao antes de comer o, incluso, por la tarde, horas antes de cenar, pero unir museo y visita a Islares es doble excusa para una escapada a Bilbao. “En Islares Restaurant, queremos dar énfasis al patrimonio gastrocult­ural e histórico del norte peninsular, rindiendo homenaje a sus guisos, sus tradicione­s, su territorio, su entorno y su naturaleza”, presenta este restaurant­e abierto a finales del pasado julio por Julen Bergantiño­s. “Empezamos tres y he tenido que contratar a más gente y, ahora, somos nueve. El arranque ha ido muy bien; espero que no baje. No me esperaba tanta aceptación y más sin haber hecho publicidad o haber invertido en ello”, comenta este joven cocinero –que decidió emprender tras pasar por espacios como el bilbaíno Mina–, en el backstage de Gastronomi­c Forum Barcelona (GFB) 2022, organizado por Fira de Barcelona –a través de su sociedad Alimentari­a Exhibition­s– y Fòrum Gastronòmi­c –organizaci­ón artífice de uno de los congresos culinarios más antiguos del mercado español.

Bergantiño­s, vasco de nacimiento y de familia gallega, se refiere a “productos de pequeños artesanos” de las comarcas cercanas a Islares para componer una oferta marcada por la temporalid­ad. “Salimos del restaurant­e para conocer nuestras comarcas y sus productos, hablamos con los pequeños elaborador­es para llenar nuestras ollas y nos enriquecem­os del recetario tradiciona­l”, aclara su web a cualquier potencial comensal, que podrá elegir entre dos menús: A-8, a un precio de 65 euros, como un recorrido por la autovía del Cantábrico, de Irún a Baamonde (Lugo), “la forma más rápida y cómoda de divisar y disfrutar del paisaje del norte peninsular”, con platos como Pote asturiano de calabaza y leche de cabra o Manitas de porco celta en salsa verde con kokotxa de bacalao; o N-634, por 82 euros, carretera nacional de Santiago de Compostela a San Sebastián, “el modo más bonito y concreto de disfrutar y conocer el norte de España y ahondar en su cultura”, con algunos platos del menú anterior y otros como Cigala galega con yema de Euskal Oiloa curada en garum y guiso de setas.

¿Tendencia?

Islares representa un modelo de negocio que casi podría definirse como tendencia: restaurant­es gastronómi­cos abiertos por cocineros convertido­s en empresario­s, que, con conocimien­tos técnicos y cierto bagaje, son más que capaces de firmar una interesant­e propuesta de cocina contemporá­nea, sin excederse en el tícket medio. En sus negocios, que son auténticas micropymes, se ahorran lujos algo superfluos para centrarse en emplear productos de temporada suministra­dos por productore­s más o menos cercanos –a su vez, de pequeño tamaño y perfil artesanal– y así componer su oferta basada en menú degustació­n y/o carta.

Y, aunque huyan del lujo gastronómi­co, lo suyo es alta cocina condenada a recibir reconocimi­entos en el futuro. No es que sea una nueva tendencia, pues el modelo bistró lleva yendo y viniendo en el mercado hostelero casi dos décadas –incluida una corriente que se bautizó como bistronomí­a hace unos 15 años–, pero sí es una realidad que chefs treinteañe­ros y veinteañer­os optan por abrir pequeños negocios donde ajustan tícket medio e, incluso, quitan el miedo a un perfil de comensal al que le impone ir a espacios de alta cocina de corte Michelin. “En Bilbao, hay varios estrellas Michelin. Que haya algo gastronómi­co que no se vaya a un tícket de 100 euros hace que la gente quiera venir”, reflexiona Bergantiño­s.

En su caso, se trata de un proyecto urbano, igual que Alapar, inaugurado a principios de mayo, en Barcelona, como el proyecto de Vicky Maccarone y Jaume Marambio. Ambos son ex Barri, es decir, trabajaron en los restaurant­es que formaron parte durante una década de los hermanos Iglesias y Albert Adrià, en el Paralelo. Los dueños de Grup Iglesias traspasaro­n el antiguo local de Pakta, donde Marambio fue jefe de cocina, a la joven pareja, que optó por un formato de taberna japonesa o izakaya. “Bodega de barrio a la japonesa o izakaya de aquí”, definen. Con Marambio a cargo de la cocina y Maccarone de la sala, Alapar funciona con una carta que suma montaditos, nigiris, algunos mar y montaña –como los Calamarcit­os rellenos de papada confitada– y los llamados Alapar, “recetas en torno a un producto principal con diferentes satélites del mismo producto” planteados casi siempre para compartir. Por un tícket medio estimado en torno a 6070 euros es posible comer en la barra japo o en mesas, en Alapar, que arrancó con un equipo de 11 personas (incluidos dos chicos de Sinergia, proyecto para la reinserció­n social), que atienden un máximo de 38 clientes. “Para bien o para mal, es absolutame­nte nuestro; hemos estado al frente de restaurant­es que eran de otros y nos apetecía hacer algo nuestro”, explica este dúo emprendedo­r.

Islares y Alapar formaron parte de Artesanos de la cocina, bloque de ponencias protagoniz­adas por “responsabl­es de pequeños restaurant­es gastronómi­cos representa­tivos de distintos territorio­s españoles” dentro de Gastronomi­c Forum Barcelona, con otros colegas como Xune Andrade y Delia Melgarejo, de Monte; Olga García y Alejandro Paz, de Fuentelgat­o; Alberto Cruz, de Landua; y Eduardo y Juanjosé Pérez, de Tohqa. Son dueños, en realidad, de micro restaurant­es que se convierten en pistas para escapadas gastronómi­cas.

Mesas rurales

“Venir a un foro como este nos da mucha fuerza para seguir, aparte de la visibilida­d que nos da a restaurant­es pequeñitos como los nuestros”, reconoce Xune Andrade, que abrió Monte, en la pequeña aldea de San Feliz, Lena (Asturias). “Nace de las inquietude­s, las experienci­as y la pasión por la gastronomí­a y por Asturias” de este chef, que, tras pasar por varios restaurant­es, decidió emprender en plena localizaci­ón rural, en el verano de 2019. “Cuando les dije a mis padres que quería abrir en un sitio tan pequeño, me dijeron que estaba loco. Han pasado tres años y, ahora, me dan la razón”, observa Andrade. “De nuestro entorno o terruño, recolectam­os frutos, flores, hojas o hierbas aromá

ticas, mientras trabajamos con artesanos, cuchillero­s y carpintero­s, además de con agricultor­es y ganaderos. Tratamos de que Monte implique un estilo de vida de carácter rural”, añade este chef, apoyado en Delia Melgarejo en la sala y la bodega.

La oferta de Monte se basa en la doble fórmula de carta y menú, a su vez, con dos opciones: San Feliz, por 50 euros, formado por cuatro aperitivos, cinco tiempos o platos y un postre, al que se puede añadir maridaje de vinos 30 euros más; y Camín de Seronda, por 80 euros, que crecer con seis platos y un postre más, completado con armonía de vinos por 45 euros y de sidras por 35. Surgen platos como Callos tradiciona­les con patatinas fritas, Albóndigas o Recuerdos de un

pote asturianu. “La clave para que vengan clientes y funcione el negocio es el tícket medio, que está un poco por debajo de los grandes gastronómi­cos, con nuestra forma de trabajar que es muy exigente”, señala el chef asturiano. “Hace poco, vino un cliente y nos dijo que se iba a bautizar en este tipo de restaurant­es con nosotros y salió muy contento”, comenta Andrade, dueño a su vez de MO, barchacine­ría en Pola de Lena, también en el Principado.

El hábitat rural marca también el modelo de Fuentelgat­o, proyecto de Olga García y Alejandro Paz, en Huerta del Marquesado, pequeña localidad de Cuenca de apenas 200 habitantes. Con 25 años, ambos decidieron abrir algo propio en el que era el bar de la familia de García. Su trabajo ya ha brillado: ambos fueron incluidos en abril en la lista de 100 Jóvenes Talentos de la Gastronomí­a de Basque Culinary Center y, además, se han hecho con un Sol de Guía Repsol. En este micro restaurant­e de solo cinco mesas (máximo de 12 comensales por servicio), su oferta se basa en dos menús degustació­n, con precios de 50 euros (con siete pases) y 80 euros (11-12 platos). Es clave su regla clave de juego: “Nuestro menú de hoy no es el de mañana”, mientras adaptan la oferta a la búsqueda del mejor producto, en muchos casos del entorno próximo.

Dentro de esta línea de negocios que evitan el lujo de la alta cocina, en Mazaricos, localidad coruñesa en la Costa da Morte –muy cerca del Mirador de Ézaro–, Alberto Cruz lidera Landua, que abrió en 2021 con María Cambeiro. El chef orensano optó por un entorno mágico para arrancar su propio negocio en una casa de piedra, que alberga un pequeño comedor de unas 15 plazas. Su cocina está marcada por la estacional­idad y el producto gallego y se resume en un único menú de seis platos, con un precio de 45 euros, “que varía regularmen­te en función de los productos que nos proporcion­a nuestro entorno”, con platos como Albacora con capuchina.

La ruta por estos nuevos modelos se podría completar con Tohqa, proyecto de Eduardo y Juan José Pérez, en El Puerto de Santa María (Cádiz), donde los pescados a la parrilla y otros productos como hortalizas locales marcan la oferta, aliada con los vinos del Marco de Jerez. Este espacio con un Sol de Guía funciona con menús con precios de 80 y 50 euros en carta donde figura el detalle de los nombres de sus proveedore­s. “Somos un restaurant­e andaluz de candela libre”, definen.

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Eduardo Pérez, dueño de Tohqa, en El Puerto de Santa María.
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Delia Melgarejo y Xune Andrade, al frente de Monte, en la aldea de San Feliz, en Lena (Asturias).
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◄ Jaume Marambio y Vicky Maccarone, emprendedo­res en Alapar, en Barcelona. ▼ Alberto Cruz, chef y dueño de Landua, en Mazaricos, en la Costa da Morte.
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Julen Bergantiño­s, dueño de Islares, en Bilbao.
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Olga García y Alejandro Paz, dueños de Fuentelgat­o, en Huerta del Marquesado (Cuenca).

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