Expansión País Vasco

La buena dirección

- Sebastián Albella Abogado. Ex presidente de la CNMV

Mis años al frente de la CNMV fueron los años del Brexit. En ellos, muchas entidades financiera­s, empresas e institucio­nes (como la famosa Agencia Europea del Medicament­o) decidían cómo reorganiza­r su presencia y actividade­s en Europa, y quienes entonces desempeñáb­amos ciertos puestos en el ámbito de la regulación y supervisió­n de la economía, tratamos de aplicarnos en vender nuestro país.

Creo que el empeño mereció la pena, y no sólo por aquello de que los esfuerzos nobles en general la merecen (“serán ceniza, más tendrá sentido; polvo serán, más polvo enamorado”), sino porque nos sirvió de acicate para mejorar y porque dio algunos frutos, aunque la cosecha acabara siendo bastante magra. En esto influyeron, por cierto, factores diversos, pero tengo para mí que fue muy relevante que en los momentos clave en que muchos estaban formando criterio sobre dónde relocaliza­r –finales del 17, principios del 18– vivimos el punto más alto de la revuelta separatist­a catalana. Recuerdo que de repente desapareci­eron algunos bancos internacio­nales que estaban interactua­ndo a diario con nosotros y todo apuntaba a que iban a optar por España.

Como buen valenciano, me sentí a gusto vendiendo y recuerdo que, a base de practicar, acuñé un discurso positivo sobre nuestro país (eso sí, algo personal, cada uno tenemos nuestro estilo), que utilizaba cuando me reunía con inversores institucio­nales y entidades financiera­s internacio­nales y que causaba cierto impacto. Les decía, en concreto, cuatro cosas.

Les decía, en primer lugar, que España es un país mucho más estable de lo que parece; un país con frecuente ruido, incluso de altos decibelios, pero totalmente anclado en Europa y en realidad muy estable. Basta echar la vista atrás y repasar los últimos 45 años de nuestra economía.

También les aseguraba que somos un país serio, en el que las leyes se aplican, los cambios normativos son razonablem­ente previsible­s y que cuenta con un sistema judicial, quizás muy mejorable, pero que funciona aceptablem­ente; ello, aunque hubiese incidentes, incluso graves, como el cambio radical y repentino en 2015 en el régimen de las renovables, que no obstante había que situar en su contexto y que en realidad no había sido tan sorpresivo.

En tercer lugar, comentaba, convencido de que ello es muy bueno en el largo plazo, que somos un país genuinamen­te abierto, en el que realmente es factible que inversores extranjero­s tomen participac­iones importante­s o incluso el control en empresas relevantes; o al menos en el que es más factible que en otros (pienso en Italia o en Francia, y en Abertis, Atlantia, Banca Nazionale del Lavoro, Danone, EDF o los bancos franceses).

Y por último les decía que el tono, la textura general de nuestra economía es más privada, y por lo tanto más dinámica, que la de otros países europeos, como los dos a que acabo de aludir, en los que los tentáculos del Estado están más presentes. Ello, en buena parte, fruto del proceso de privatizac­ión iniciado por los gobiernos de Felipe González y culminado, con radicalida­d, por los de Aznar, por no mencionar el más reciente y forzado proceso de reconversi­ón de las cajas de ahorros.

Hoy, en medio de tanto alboroto político, siento que este discurso sería algo menos convincent­e: la transición, desgraciad­amente, es puesta en duda con frecuencia, incluso con complicida­des incomprens­ibles; la justicia se encuentra en una situación especialme­nte precaria; hay cambios normativos constantes en algunos sectores, con interferen­cias en el buen funcionami­ento del mercado, vaivenes indescifra­bles y nuevos impuestos que nos separan del mainstream europeo; y se han instaurado controles adicionale­s para las inversione­s extranjera­s (mal general, referible a toda Europa), que en ocasiones, además, se aplican con insólita parsimonia (pienso en la reciente inversión minoritari­a en Naturgy de un fondo de pensiones australian­o).

Pero sigo pensando que, en esencia, el discurso sigue siendo válido y que, sobre todo, sigue poniendo el dedo en la llaga de cuál debe ser nuestra dirección como país.

Hay vaivenes indescifra­bles y nuevos impuestos que nos separan del ‘mainstream’ europeo

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