Últimas tardes con Warren
He recordado el título de Juan Marsé, porque es posible que los españoles estemos ante nuestras últimas tardes con Warren Sánchez, el hombre que tiene todas las respuestas, pero que quizá no tenga todos los votos necesarios para evitar que la izquierda sea desalojada del Palacio de la Moncloa. Comprenderá usted que, frente a ese gran premio, serán peccata minuta los castigos que nos van a perpetrar Warren y sus secuaces en el año que falta para las próximas elecciones generales. Que se nos hará largo, eso sí.
El salto que acometió Sánchez hacia el populismo de Podemos es en el fondo una buena noticia, porque parecen náufragos. La clase trabajadora ha indicado en las urnas que no aplaude al PSOE de Warren ni al Podemos de Paulita Naródnika y sus sucesoras. Dirá usted: si confluyen en sus mensajes, tendrán más fuerza. No sé yo, igual se limitan a pesar más en un tronco debilitado en la procelosa mar de las preferencias populares.
Otra buena noticia: las propuestas que Warren presentó en el Congreso fueron calificadas como lo que son, onerosos dislates, salvo por los medios más apasionadamente adictos que, no por casualidad, disfrutan de una influencia decreciente.
Pondré algunos ejemplos. El más
Como todos los antiliberales, habló del gasto público como si fuera gratis
Las propuestas que presentó fueron calificadas como lo que son, onerosos dislates
importante es que la medida estrella de Warren, la subida de los impuestos a las energéticas y a la banca, fue rápidamente traducida por numerosos analistas, medios –empezando por EXPANSIÓN– y la opinión pública, como lo que es: una subida de impuestos que pagará el pueblo llano. Será difícil engañarlo con las trampas que tendió Warren, como que aquí todo es culpa de Putin, que todo va a ser verde y estupendo sin energía nuclear ni nada que huela a asqueroso neoliberalismo, las empresas serán perseguidas y lo aceptarán por responsabilidad social y ESG; y hasta desaparecerá la prostitución.
No muchos economistas respaldarán el keynesianismo cañí de Warren, que aseguró seriamente que la inflación es producto exclusivo de los desajustes de la oferta y la demanda; incluso culpó a la gente que ahorró y después se lanzó locamente a consumir, sin dedicar ni una palabra a la política monetaria expansiva. Y Warren tuvo el cuajo de calificarse en economía como médico frente a sus críticos, meros curanderos.
Como todos los antiliberales, habló del gasto público como si fuera gratis, o solo lo pagaran los millonarios. Como todos los totalitarios, presumió de estar en “el lado correcto de la historia”, de representar a “la mayoría”, y hasta utilizó la consigna “vamos a ir a por todas”. Pero no se alarme, señora. Esa consigna es la favorita del kirchnerismo, que también pasa por horas bajas, gracias a Dios, y a sus propias y delirantes políticas antiliberales.