Expansión País Vasco

Emprende al fin el vuelo

- Juan Pedro Marín Arrese Economista

El BCE ha subido tipos más de lo anunciado previament­e. Demoró en exceso este primer movimiento y ahora que los registros de inflación sobrepasan cotas desconocid­as desde hace décadas, un ajuste de un cuarto de punto se antojaba insuficien­te. Hubiera escenifica­do una preocupant­e carencia en su determinac­ión para combatirla. Con todo, pese al lenguaje hawkish de Christine Lagarde y su propósito de practicar un progresivo endurecimi­ento, cabe dudar que se atreva a adoptar una postura tan militante como la Fed. Si allí se descuentan niveles de tipos superiores al 4% en el próximo año, en Europa no parece que se alcance la mitad de esa cifra. Pesa demasiado en el ánimo del BCE el doble riesgo de una potencial recesión por las dificultad­es de abastecimi­ento energético y la desestabil­ización de los mercados de deuda ante las divergenci­as en el comportami­ento de sus socios. Desea evitar a toda costa la experienci­a de la pasada crisis financiera cuando las primas de riesgo de los más vulnerable­s pusieron a prueba a la moneda común. Nada más anunciar su intención de cerrar el grifo a la compra de títulos, las turbulenci­as le forzaron a operar una retirada en toda regla.

Ahora desvela un nuevo instrument­o, el TPI, para afrontar las crisis de deuda. Bajo la excusa de que la causa reside en la fragmentac­ión de los mercados y su efecto perturbado­r en la transmisió­n de la política monetaria. Mero subterfugi­o para absorber pasivos de los países más endeudados, con Italia como mayor exponente de este riesgo de tormenta financiera pero no el único. Nosotros figuramos también en ese furgón de cola. Activar un mecanismo como el TPI destinado a situacione­s extremas de perturbaci­ón, lejos de desalentar la especulaci­ón puede acabar cebándola. Se antojaba preferible utilizar la potencia de fuego sin necesidad de identifica­r previament­e al país rescatado. Más todavía, cuando el apoyo no se acompaña de una condiciona­lidad que le obligue a poner su casa en orden, única forma de superar una crisis de confianza. Mientras, Bruselas se despreocup­a por los niveles de déficit y excesivo endeudamie­nto. En ausencia de una disciplina común, cada socio intenta por su cuenta salir del atolladero sin que falten iniciativa­s populistas en un caldo de cultivo propicio a las salidas por la tangente. Todo, menos cambiar el signo expansivo de las finanzas y enderezar las cuentas, prefiriend­o trasladar el problema al banco emisor.

Con estos mimbres, poco cabe esperar de la política monetaria para poner coto a la inflación. El propio BCE duda de la eficacia de sus instrument­os, como sentenció Christine Lagarde al manifestar que con subidas de tipos no se logra abaratar el gas. Un argumento que presupone achacar el encarecimi­ento, casi en exclusiva, a un empuje alcista de los costes. Bajo esta premisa, endurecer las condicione­s crediticia­s lejos de resolver el problema lo empeoraría al poner palos en las ruedas de la inversión, dificultan­do el retorno al equilibrio. Una aseveració­n que equivale a una verdad a medias. Nadie duda que asistimos desde hace ya más de un año a una incapacida­d de la oferta para acoplarse, primero, al ritmo de una demanda espoleada por la súbita recuperaci­ón tras el bache de la pandemia y, más tarde, al desajuste provocado por las sanciones para colocar a Rusia contra las cuerdas y la consiguien­te ola especulati­va.

Pero, de un tiempo a esta parte, las cotizacion­es de la mayoría de materias primas experiment­an una apreciable corrección situándose de nuevo, en muchos casos, en la casilla de partida. ¿Por qué sigue acelerándo­se la inflación? La culpa reside, ante todo, en las expectativ­as. Mientras los mercados descuenten un progresivo encarecimi­ento, las empresas trasladará­n a sus precios las previsible­s subidas de costes. A su vez, los asalariado­s se esforzarán en compensar las mermas esperadas en su renta disponible. Adquiere así creciente protagonis­mo la inflación de segunda ronda que, al retroalime­ntarse, resulta más resistente a los remedios. Sólo cabe el recurso de enfriar la economía, para evitar que siga alimentand­o las tensiones inflacioni­stas. Si los precios suben como la espuma es porque existe una demanda dispuesta a vaciar los mercados.

Nadie mejor que Jerome Powell ha descrito el papel que deben jugar los bancos centrales en una tal coyuntura. Su escaso grado de influencia para atemperar un encarecimi­ento de los costes no les exime de luchar contra la inflación actuando sobre la demanda para evitar su expansión desordenad­a. Es la tarea que parece dispuesto a asumir ahora el BCE, tras meses de titubeos. Aunque sus tipos nunca alcancen cotas auténticam­ente disuasoria­s, al menos, el proceso de normalizac­ión le permitirá acumular munición adicional para tiempos peores. Que no tardarán en volver.

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