Sánchez echa un pulso a los empresarios

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha abierto un enfrentamiento con los grandes empresarios y con la patronal CEOE, para que contribuyan a soportar los costes que la crisis energética puede tener para la economía y amplias capas de la sociedad. El presidente tiene mucho cuidado de precisar que sus andanadas se dirigen contra los grandes empresarios, a quienes acusa de aprovechar la crisis para obtener beneficios extraordinarios, por la subida de los tipos de interés, en el caso de la banca. Y por el crecimiento de los costes energéticos, en las empresas eléctricas y petroleras.

Sánchez se ha enfadado porque el sector privado ha protestado por la decisión del Gobierno de crear un impuesto extraordinario para cada uno de estos sectores. Por varias razones es lógico que los empresarios se quejen y anuncien una larga batalla judicial contra esta decisión del Gobierno, que aumentará sus costes y reducirá sus beneficios.

Una vez más, los empresarios se encuentran con que el Gobierno les ha cambiado las reglas del juego en mitad del partido, y no saben a qué atenerse. Es lo que ellos denominan inseguridad jurídica y, por lo tanto, pone en peligro la inversión nacional y, por supuesto, la que pueda venir desde el exterior. Además, al obrar así el Ejecutivo pone en peligro la creación y el mantenimiento del empleo. Justo en el momento en el que, en julio, mes turístico por definición, se ha destruido ocupación y ha crecido el paro.

Pero, además, el presidente tiene un problema en las formas. En las declaraciones que ha hecho sobre su enfrentamiento con los empresarios, no ha ocultado un cierto desdén hacia ellos: “He escuchado las críticas [a los dos impuestos] de Ana Botín (presidenta de Santander) y de [Ignacio Sánchez] Galán (presidente de Iberdrola)... Si Botín y Galán protestan es que [en el Gobierno] vamos por la buena dirección”. Sánchez descubrió por primera vez, con nombres y apellidos, quienes “son los poderosos” a los que menciona últimamente, con un habano y un sombrero grande, que es una imagen del empresario de trasantaño y muy desfasada. Son declaraciones que salen al exterior y transmiten una imagen demoledora de la cuarta economía del euro. Que deshacen en un instante la labor de credibilidad exterior que puedan construir los ministros, o incluso el Rey, en sus viajes internacionales.

El caso es que es posible que el Ejecutivo pueda tener parte de razón cuando resalta que el reparto del esfuerzo fiscal no es justo. Y que, durante años, muchas grandes empresas han pagado menos de lo que debían porque, siempre dentro de la ley, han aprovechado las numerosas deducciones que hay en el Impuesto de Sociedades. Incluso, éste es un problema sobre el que ha llamado la atención hasta el gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos. El presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, también suele reconocer que, efectivamente, según los informes de su organización, la recaudación fiscal en España es inferior a la que hay en muchos de sus socios en la Unión Europea. Para Garamendi el problema está en que la economía sumergida en España, que calcula en un 20% del PIB, supera ampliamente a la media europea, que está en el 14% del PIB. Por lo tanto, lo que tiene que hacer el Gobierno también es ensanchar la base fiscal, con más medios de lucha contra el fraude. Sin embargo, en lugar de sacar los cañones contra los empresarios, lo que tiene que hacer Sánchez es negociar con ellos para que, efectivamente, arrimen más el hombro para luchar contra la crisis. Sobre todo, cuando, al mismo tiempo, el Ejecutivo les pide que negocien un pacto de moderación salarial y de los beneficios. El presidente ha dado un giro a la izquierda para intentar ganar apoyo electoral por el universo de la vicepresidenta Yolanda Díaz, pero ese objetivo no justifica según le dé la basca a Sánchez contra los empresarios.

Sánchez no puede denostar a los empresarios y a la CEOE, mientras les pide un pacto salarial y de moderación de los beneficios