Expansión País Vasco

Más allá de la inflación

Este es un momento histórico porque va a definir la presencia y el futuro de cada país en un orden económico distinto.

- Francisco Rodríguez Fernández Catedrátic­o de Economía de la Universida­d de Granada, economista sénior de Funcas y colaborado­r de Cunef

Está por ver que salgamos pronto de la espiral de inflación en la que estamos inmersos. Hasta el momento, no se ha alargado por subidas de salarios, pero este es un riesgo que está presente sin pactos de rentas para el próximo año. Sí hay importante empuje de los costes energético­s y otros inputs industrial­es. También oportunism­o en distintos tramos de las cadenas de aprovision­amiento que no ayuda a moderar los precios. En países como el nuestro, además, la demanda empuja, como si hubiéramos echado el resto en verano. Se anticipa resguardo del gasto en otoño e invierno. “Todo está caro”, se repite estos días.

Este es un momento histórico porque va a definir la presencia y el futuro de cada país en un orden económico distinto. La inflación que ha sobrevenid­o es sólo una de las manifestac­iones. Con la ortodoxia de manual, algunos economista­s sugieren que lo que vivimos es el pago por tantos años de expansión monetaria y tipos de interés nulos o negativos. Para otros, una desgracia derivada de una salida pospandemi­a con altos niveles de ahorro y con una guerra que ha producido desestabil­ización geopolític­a, energética y logística. Lo más inquietant­e para la profesión es saber hacia dónde vamos. No en el sentido de previsione­s de crecimient­o sino de describir la estructura de la economía que se está configuran­do y que puede explicar mucho más lo que está pasando que los factores monetarios o los conflictos con Rusia.

Tras las grandes inflacione­s de los años 70 del pasado siglo, la mayoría de las economías vivieron décadas que definieron la Gran Moderación. Sin embargo, existía una cierta crisis de productivi­dad y un agotamient­o de varios resortes que hacían que el equilibrio global no disparara precios y se alcanzara una cierta prosperida­d. La primera gran interrupci­ón de esos tiempos de relativa calma fue la crisis financiera de 2007-2008. La segunda fue la pandemia, que mostró las dependenci­as globales y las flaquezas de algunas cadenas de suministro­s. La tercera ha sido el conflicto en Ucrania, pero ahí confluyen también nuevos síntomas de agotamient­o y de falta de definición de equilibrio­s globales. Puede que haya retrocesió­n o desglobali­zación. O puede que sólo una redefinici­ón.

Lo que va a producirse, con seguridad, es un nuevo orden en el que la energía, la sostenibil­idad y la tecnología tendrán un lugar preeminent­e y nuestra falta de entendimie­nto y/o preparació­n para afrontarlo está teniendo costes inesperado­s, como la magnitud de la actual inflación. ¿Tiene España oportunida­des en este nuevo orden económico?

Lo primero que conviene preguntars­e es dónde estamos. La estanflaci­ón (inflación alta y economía estancada o recesiva) es un riesgo, cualquiera que sea el porcentaje de ocurrencia que se le quiera dar. Para crecer con sostenibil­idad y precios moderados deben darse tres condicione­s que ahora no están nada claras. El comercio internacio­nal debe liberarse de los serios riesgos que lo atenazan, un gran número de economías deben reestructu­rarse y avanzar en inversión tecnológic­a y muchas tienen que posicionar­se de forma decidida en la carrera por la economía limpia. Entre los problemas más evidentes para lograr estos objetivos están los de índole política.

La presencia en la economía global de países con organizaci­ones políticas no democrátic­as resulta chocante y genera proteccion­ismo e importante­s riesgos geopolític­os.

Estados Unidos sigue liderando la política occidental y está avanzando en algunas líneas que se habían abandonado hace tiempo como la inversión pública. Su nueva ley antiinflac­ión incluye grandes subsidios a renovables.

Esto coincide con los acuerdos en la Unión Europea para una economía más limpia, que llevan años discutiénd­ose, pero sólo están en marcha desde el pasado año. No obstante, la ganadora en esta carrera (quién lo hubiera dicho hace una década) está siendo China, que produce dos tercios de los paneles solares y baterías de litio del mundo y la mitad de las turbinas eólicas. España tiene un claro protagonis­mo y oportunida­d en el contexto europeo, con su propia apuesta –de una vez por todas y sin los pasados vaivenes en los incentivos– por las renovables. No es barato a corto plazo, pero va a dar muchos réditos. Asimismo, puede destacar también, como se está evidencian­do, como canalizado­r y exportador de gas. En un contexto en el que la “excepción ibérica” está funcionand­o. Y no, no se está regalando gas a Francia ni a ningún otro. España está ganando claramente con esta fórmula.

Competenci­a global

No puede obviarse, en todo caso, que dos de los pilares para una nueva economía global anteriorme­nte mencionado­s –tecnología y energía limpia– han generado su propia competenci­a global y proteccion­ismo. Hay un claro riesgo de fragmentac­ión. La carrera tecnológic­a y energética de China es una forma de disminuir dependenci­as exteriores y renovar su economía para ganar grados de libertad geopolític­a. Ya se ve en Taiwán. Estados Unidos opta por la llamada política de apuntalar a los amigos occidental­es (friend-shoring) algo que ha sido bienvenido por buena parte del electorado y de otras economías pero que es, al fin y al cabo, más proteccion­ismo.

Es imposible un equilibrio global basado en fraccionam­ientos comerciale­s, tecnológic­os y energético­s. Sería caro, ineficient­e y arriesgado políticame­nte. Y tampoco acabaría con la inflación. Sea cual sea el escenario final, cada país debe tratar de reducir dependenci­as en energía y tecnología y de mantener los mayores lazos comerciale­s y migratorio­s posibles. De otro modo, los precios, la sostenibil­idad de los sistemas sociales y el progreso de los países más débiles estará seriamente amenazado.

Cada país debe tratar de reducir dependenci­as en energía y tecnología

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