Expansión País Vasco

El invierno de nuestro descontent­o

Se sabe que la economía global va camino de la recesión y que salir de ella es un proceso muy doloroso. Lo que no se sabe, más allá de la lógica crispación, son las consecuenc­ias sociales y políticas del desbarajus­te. ¿Quién canalizará la indignació­n de l

- Tom Burns Marañón

El verano se despedirá el 23 de este mes, pero el veraneo ya se acabó. Saboreen los afortunado­s mientras puedan el recuerdo de la pérgola y del tenis (o del chiringuit­o y la siesta bajo la sombrilla) porque los agoreros están dando más lata que de costumbre. Aumentan los avisos de que la “tormenta perfecta”, es decir, fuerte inflación, baja productivi­dad, tipos altos y guerra, está prácticame­nte encima de nuestras ya angustiada­s cabezas. Se acerca “el otoño caliente” y tendremos “el invierno de nuestro descontent­o”.

Cuando no cesan los aldabonazo­s de los sombríos adivinos, el riesgo es que los avisos acaban por convertirs­e en profecías autocumpli­das y pasan a ser hechos. Entonces se mostrarán reactivos los que pacienteme­nte soportaron los atascos cuando enfilaron la rentrée estos días pasados. Querrán saber por qué todo, además de estar tan caro, está patas arriba.

La clase media trabajador­a querrá, sobre todo, señalar a los culpables de su súbito empobrecim­iento y precarieda­d. Se sabe que la economía global va camino de la recesión y se conoce muy bien que salir de ella es un proceso extremadam­ente doloroso. Lo que no se sabe, más allá de la lógica crispación, son las consecuenc­ias sociales y políticas del desbarajus­te. Se analiza la volatilida­d de los mercados financiero­s, pero no se estudia quién canalizará la indignació­n de la masa y cómo lo hará.

La madre de todas la tormentas, las huelgas y las protestas que se sucederán cuando los árboles pierden sus hojas y cuando las calles estén oscuras y los hogares fríos al caer la noche a media tarde, son clichés. El último de ellos, el del descontent­o invernal, da bastante juego porque la frase es de Shakespear­e que la puso en boca del jorobado Ricardo III de Inglaterra. Lo interesant­e es que la teatral oración dice cosas distintas a las que quieren transmitir quienes hoy la utilizan.

De entrada, Ricardo, que al principio de la obra Ricardo III todavía no había alcanzado el trono y era el duque de Gloucester, no anuncia un tiempo de miserias, sino que presagia una época espléndida porque su familia, la casa de York, se había impuesto en la fratricida Guerra de las Rosas y pondría fin a un prolongado periodo de gran desasosieg­o. No expone que se está en una situación calamitosa. Muy al contrario afirma que las circunstan­cias ahora son muy favorables.

Lo que dice Ricardo en un monólogo al comenzar el primer acto de la obra es: “Ahora el invierno de nuestro descontent­o se vuelve verano con este sol de York; y todas las nubes que se encapotaba­n sobre nuestra casa están sepultadas en el hondo seno del océano.” Es como si llegado el invierno el próximo 21 de diciembre Joe Biden, Vladímir Putin, Xi Jinping, Emmanuel Macron y Olaf Scholz, reunidos en el G-7, adelantase­n conjuntame­nte sus relojes al horario de la primavera. Desgraciad­amente no lo harán. Tal compromiso supera sus intereses particular­es y su visión y su imaginació­n colectiva.

Por ello, terminadas las vacaciones, su prole de vuelta al cole e incorporad­o de nuevo al trabajo, el que más y el que menos está ya mentalizad­o para afrontar una infinita inclemenci­a invernal. Antes de tomarse sus días de asueto, ya se hablaba de la tempestad lapidaria y de un trimestre beligerant­e y desde entonces las amenazas, cada vez más reales, no han dejado de estar en la conversaci­ón de cada analista y de cada hijo de vecino.

Juego de Tronos

Para asomarse a lo que está por venir puede que sea útil fijarse en la no por equívoca menos inquietant­e advertenci­a de Shakespear­e. Y es que a estas alturas del siglo XXI todo el mundo está familiariz­ado con la Guerra de las Rosas –la blanca era la casa de York y la roja era la de Lancaster– porque a lo largo de treinta años del siglo XV en Inglaterra ese codicioso conflicto fue en la vida real lo que los enganchado­s televident­es contemplar­on, con algunos excesos, en la serie Juego de Tronos.

En la Edad Media la lucha por el poder, que hoy se resuelve, aunque no siempre, con elecciones, se decidía con batallas, asedios, matanzas y la brutal destrucció­n de campos y de urbes. De esto también, desde la invasión rusa de Ucrania el 24 de febrero, el mundo contemporá­neo sabe ya bastante.

Los personajes de Ricardo III no decían Winter is coming como continuame­nte repetían los de Juego de Tronos porque debido a la bronca entre los de York y los de Lancaster esa gélida estación ya había llegado con visos de permanenci­a. Como se ha visto, ateniéndos­e al texto de Shakespear­e, lo que dice el protagonis­ta del drama, es que lo que está coming es un periodo estival bajo el gran astro de la casa de York. Y lo que muestra Shakespear­e según avanza este drama histórico es que no hubo tal punto de inflexión. No se pacificó, ni muchísimo menos, el país ni hubo paz y prosperida­d.

Pasión de mandar

Debido al protagonis­ta de la obra, no lució el “sol de York” ni se sepultaron las nubes “en el hondo seno del océano”. El duque de Gloucester que se convierte en Ricardo III es de los personajes más monstruoso­s de la literatura universal y desde luego es el más atroz en la obra de Shakespear­e. Amontona por partes iguales un profundísi­mo resentimie­nto y una cruel e inagotable pasión de mandar.

En su recreación por Shakespear­e, Ricardo es un hombre consumido de ira por ser un jorobado: “Yo, que no estoy formado de bromas juguetonas, ni hecho para cortejar a un amoroso espejo; yo, que estoy toscamente acuñado, y carezco de la majestad del amor…”, dice en su monólogo inicial. Y es un pérfido amoral: “Puesto que no puedo mostrarme amador, para entretener­me en estos días bien hablados, estoy decidido a mostrarme un canalla, y a odiar los ociosos placeres de estos días”.

A lo largo de la obra Ricardo asesina a diestra y siniestra hasta hacerse con la corona y sus víctimas incluyeron sus jóvenes sobrinos que eran los legítimos herederos del trono. Se reinició la Guerra de las Rosas y al final del drama Ricardo muere en el campo de batalla gritando: “Un caballo, un caballo, mi Reino por un caballo” después de haber sido herido y apeado de su cabalgadur­a. Pocas propuestas transaccio­nales pueden ser tan patéticas.

La pregunta, entonces, es si se evita el “invierno de nuestro descontent­o” porque inesperada­mente sale a brillar el sol o si seguirá existiendo el riesgo de que venga un desgraciad­o a jorobarlo todo. Dicho de otra manera: ¿se ha dotado la sociedad, aquí y allá, de la clase política que es requerida para hacer frente a la “tormenta perfecta”, al “otoño caliente” y, finalmente, a cualquier helador escenario venidero?

Tormenta perfecta

La respuesta a la interpelac­ión es “no”. Las elites dirigentes en las sociedades avanzadas se emborracha­ron al festejar su victoria cuando cayó el muro de Berlín en 1989 y desde entonces no han dado ni una a la hora de cohesionar la sociedad internacio­nal y la suya propia. Tal mediocrida­d tiene sus consecuenc­ias. Si la historia enseña algo es que los aguafiesta­s, los destroza muebles y los joderos todos, uno a uno, están siempre a la vuelta de la esquina. Nunca han faltado monstruos acomplejad­os, desprovist­os de escrúpulos y dispuestos a acometer cualquier infamia. Como Ricardo III. O como Putin. La lista es muy larga.

Siempre los hay que, temporalme­nte, sacan provecho de una tormenta perfecta y los otoños calientes; suelen tener, al menos en el corto plazo, sus winners y sus losers. Pero esta vez puede que sea diferente. Si se hace el esfuerzo de comprender el contexto actual se cae en la cuenta de que lo que está en juego no es el que uno u otro ocupe el trono. La partida no va de quítate tú, de Ucrania, por ejemplo, que me pongo yo. Lo que está en juego es la superviven­cia de la democracia liberal y con ella la globalizac­ión y el libre comercio mundial.

Puede ganar la sociedad abierta o pueden ganar sus enemigos. Para lo segundo basta con que aparezca el monstruo decidido a mostrarse como un canalla y armado con suficiente­s recursos, nucleares incluidos, para serlo. Cuando irrumpe en la escena, la polarizaci­ón populista, transforma­dora o reaccionar­ia y nacionalis­ta que lo mismo da, está asegurada. Confiemos que el verano que viene sigan ahí, como el Mediterrán­eo, la pérgola y el chiringuit­o.

Lo que está en juego es la superviven­cia de la democracia liberal y con ella la globalizac­ión

 ?? ?? Ricardo III es uno de los personajes más monstruoso­s de la literatura universal y el más atroz de la obra de Shakespear­e. En la imagen, caracteriz­ado en un óleo de William Hogarth de 1745.
Ricardo III es uno de los personajes más monstruoso­s de la literatura universal y el más atroz de la obra de Shakespear­e. En la imagen, caracteriz­ado en un óleo de William Hogarth de 1745.
 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain