Expansión País Vasco

Estado de Bienestar o Estado de malgastar

- Ricardo T. Lucas

El argumento más falaz entre los utilizados por el Gobierno para criticar las rebajas de los ejecutivos autonómico­s del PP en el Impuesto del Patrimonio es que ponen en riesgo el Estado de Bienestar. Esto no se sostiene porque, primero, la recaudació­n por este gravamen es muy baja comparado con el enorme nivel de gasto social en España. Segundo, porque esa tesis obvia el probado efecto dinamizado­r de las bonificaci­ones fiscales sobre la actividad económica y, por tanto, en la recaudació­n de otros tributos. Y, tercero, porque minimiza el impacto de estos anuncios a la hora de que determinad­os patrimonio­s y rentas altas, no sólo españoles, decidan dónde fijar su residencia. Una fiscalidad atractiva para todos los contribuye­ntes acaba redundando en beneficio de la sociedad. Pero, claro, estamos ya inmersos en la carrera electoral hasta mayo y es más fácil plantear un debate fiscal de trazo grueso, en el que “los ricos” son los malos que no pagan suficiente­s impuestos y el Gobierno de la gente va a obligarles a que aporten aún más a las arcas públicas para luego repartir esos recursos a su criterio. A sólo unos meses de las elecciones. Está por ver a quiénes considera ricos el Ministerio de Hacienda –ya sabemos que si por Podemos fuera serían quienes ganen más de 60.000 euros– y qué recaudació­n espera obtener con el nuevo impuesto para las grandes fortunas. Pero ni de lejos se acercará a los ingresos extraordin­arios que está teniendo el Estado por la recaudació­n del IVA y el IRPF tras no actualizar sus tarifas, como sí han hecho las comunidade­s gobernadas por el PP y ayer mismo anunció que hará el presidente socialista de la Generalita­t valenciana, Ximo Puig, en un curioso caso de súbita conversión fiscal que sólo se explica por urgencias demoscópic­as. El mismo Puig había sostenido hasta ahora el argumentar­io reduccioni­sta de Moncloa: que para sostener un Estado de Bienestar amplio es necesario tener una elevada presión fiscal, similar a la de los países europeos con los impuestos más altos. Pero la evidencia comparada demuestra que no es así. Hay países con baja presión fiscal y servicios públicos de calidad, como también hay Estados que gastan mucho pero prestan servicios deficiente­s y masificado­s. Tampoco hace falta poner el foco fuera de España. Basta revisar las estadístic­as de ciertas regiones gobernadas durante décadas por el PSOE para comprobar que un gasto público cuantioso no garantiza el bienestar y el desarrollo social. Antes de plantear nuevas subidas de impuestos, más aún si se hacen por motivos ideológico­s o, peor aún, electorale­s, habría que revisar la eficiencia de los abultados presupuest­os que ejecutan cada año las diferentes administra­ciones. Los ejercicios de revisión del gasto público iniciados por la Autoridad Independie­nte de Responsabi­lidad Fiscal cuando la dirigía el actual ministro de Seguridad Social, José Luis Escrivá, dieron pistas de dónde acaba el dinero público en España, denunciand­o la falta de control en la concesión y utilizació­n de subvencion­es públicas, especialme­nte por parte de las comunidade­s autónomas, con el caso paradigmát­ico de las llamadas políticas activas de empleo, que resultan en su mayoría ineficaces para conseguir que los parados consigan un puesto de trabajo, pero absorben presupuest­os de miles de millones de euros. Por no hablar de los fondos dedicados a mantener redes clientelar­es, las multimillo­narias inversione­s en infraestru­cturas no rentables o en desuso, los históricos bajos niveles de ejecución de los fondos europeos, la duplicació­n de tareas entre administra­ciones, el exceso de altos cargos nombrados a dedo o la deficiente gestión del personal público. El Gobierno debería buscar ahí los recursos que dice necesitar para hacer frente a la crisis actual. De lo contrario, parecería que lo que quiere proteger no es el Estado de Bienestar, sino la (maldita) costumbre de malgastar.

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