Expansión País Vasco

Guerras, catástrofe­s naturales y el reloj del fin del mundo

- Javier Ayuso

El próximo 20 de enero, como cada año, los científico­s atómicos de la Universida­d de Chicago tendrán que fijar el tiempo que queda para el fin del mundo. Desde 1947 en que se creó el llamado Doomsday Clock, el reloj del Apocalipsi­s, este grupo de científico­s difunde el tiempo hipotético que quedaría para las doce de la noche de lo que sería la destrucció­n del mundo. Inicialmen­te se analizaba solo el riesgo de guerra nuclear global, pero desde hace algún tiempo incluye cambios climáticos y otras catástrofe­s que pudieran infligir algún daño irreparabl­e.

Durante muchos años, el reloj que mide la amenaza nuclear, ambiental o tecnológic­a, había estado por encima de los cinco minutos; sin embargo, en enero de 2017 se fijó en tres minutos para la medianoche y un año después bajó a dos minutos y medio. En enero de 2021 volvió a bajar hasta los 100 segundos, periodo de tiempo que mantuviero­n a principios de este año. “Cien segundos significa que estamos atrapados en un tiempo peligroso, uno que no traerá ni estabilida­d ni seguridad”, señalaron los gestores del reloj del fin del mundo.

El análisis de la situación se produjo cuando la invasión de Ucrania por las tropas rusas no era más que una amenaza; real, pero una amenaza, como había declarado el presidente de la OTAN, Jens Stoltenber­g, al comenzar el año. También ha pesado sobre esa reducción del tiempo para la medianoche en los últimos años la crisis medioambie­ntal generada por el cambio climático.

Hoy, el reloj del Apocalipsi­s habría que adelantarl­o hasta casi el límite de la medianoche por todo lo sucedido en los últimos meses. Han pasado 222 días desde el inicio de la guerra en Ucrania y la amenaza de una guerra nuclear global es un hecho incontesta­ble. Además, los efectos del calentamie­nto global son indiscutib­les, según muestran las catástrofe­s naturales que asolan el planeta cada vez con mayor frecuencia e intensidad. La tercera semana de enero de 2023 estaremos todos pendientes del tiempo que se fije en el Boletín de Científico­s Atómicos de Chicago.

La guerra en Ucrania, que se inició hace más de siete meses, ha llegado a una situación casi de no retorno, en el que la amenaza del uso de armas de destrucció­n masiva está a la orden del día. Y de ahí a una guerra nuclear global hay un trayecto muy corto. El tirano ruso, Vladímir Putin, ha dado en los últimos días algunos pasos especialme­nte peligrosos que han puesto en alerta de guerra nuclear a todo el planeta. No solo por sus amenazas continuas, sino por los movimiento­s detectados de su temible submarino Belgorod

en el Mar Ártico. Esta embarcació­n porta seis misiles nucleares del tipo Poseidón, capaces de desplazars­e hasta 10.000 kilómetros bajo el agua. Podrían destruir las principale­s capitales occidental­es.

La amenaza de guerra nuclear se hizo más patente cuando el ejército ruso empezó a perder posiciones frente al avance de las tropas ucranianas en los territorio­s ocupados. Ante el escenario de perder la guerra, Putin adoptó dos medidas. En primer lugar, la llamada a filas de más de 300.000 personas para aumentar sus efectos en primera línea de fuego. Y después, la anexión tras unos referéndum­s ficticios e ilegales, de las provincias ucranianas de Donetsk, Lugansk, Jerson y Zaporiyia. Esta última decisión, consumada el pasado viernes, lleva aparejada la amenaza de utilizar armas nucleares contra cualquier país que ataque suelo ruso.

A estas alturas, ningún líder de las principale­s democracia­s occidental­es pone en duda el riesgo cierto de una guerra nuclear. Desde la crisis de los misiles en Cuba, que este mes cumple sesenta años, no se había producido un riesgo tan claro de guerra nuclear. Y los misiles desplegado­s por Rusia en la isla no tienen nada que ver con los actuales, de ultimísima generación, que van por la estratosfe­ra y nos son detectable­s por las defensas occidental­es.

El mundo vive en un escenario desconocid­o y lleno de riesgos de destrucció­n. Nadie se imaginaba al comenzar el año, cuando todo el planeta empezaba a recuperars­e de la pandemia del Covid, que Putin iba a cumplir sus amenazas e invadir nuevas provincias ucranianas, tras la anexión de Crimea en 2014. Pero, sobre todo, ningún líder mundial podía imaginarse que el presidente ruso iba a amenazar abiertamen­te con la utilizació­n de armas nucleares. En Naciones Unidas y en las principale­s cancillerí­as de todo el mundo (hasta el Papa, que pidió este fin de semana al tirano ruso que pusiera fin a la guerra) se busca una salida de emergencia para evitar la catástrofe. De cualquier forma, el orden mundial está patas arriba.

Y todo ello, sin hablar de la crisis climática que ha pasado ya a convertirs­e en una emergencia climática. Además, la guerra en Ucrania ha agravado la situación por el alza y la carestía de los precios de la energía que ha obligado a muchos países a frenar su política de reducción de emisiones. Las catástrofe­s naturales crecen de forma casi exponencia­l y sus consecuenc­ias afectan cada vez más a la vida diaria de las personas.

Este año, el calentamie­nto global ha sido el auténtico protagonis­ta del planeta. La temperatur­a de los mares se ha disparado y la palabra sequía ha empezado emplearse en países con abundancia histórica de agua. Urgen medidas globales contra la emergencia climática, si no queremos que el reloj del fin del mundo se acerque peligrosam­ente hacia la medianoche.

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Vladímir Putin.

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