Expansión País Vasco

Poner límites es una forma elegante de decir que no, pero funciona

Asumir muchas responsabi­lidades en el trabajo conlleva renunciar a otras personales.

- Isabel Berwick.

Mejorar el autocuidad­o no sólo favorece nuestra vida laboral, sino que puede dar un impulso a nuestras carreras. Un límite solía significar la valla que rodeaba nuestro jardín. En cambio, un límite en lo personal era el gran hueco que dejábamos entre nuestra silla y la del trepa de la oficina en la comida con compañeros. Ahora, como casi todo lo demás, los límites también se han trasladado al plano de lo emocional y del comportami­ento como “prácticas del cuidado personal” a las que podemos recurrir para mejorar nuestras vidas y carreras.

No digo esto para burlarme. Estoy encantada de que ser, como se dice, “intenciona­l” con nuestros límites haya evoluciona­do en los últimos años. El mes pasado incluso me gasté cuarenta libras en un taller para establecer los límites dirigido por un famoso gurú estadounid­ense del yoga y la respiració­n. Incluso como periodista fuera de servicio, tomé nota de todo lo que explicó el gurú. Aquí incluyo uno de sus consejos gratis: “Poner un límite es un acto de amor”. En mi opinión, esto significa que es positivo comunicar nuestras necesidade­s a los que nos rodean antes de que las tensiones se conviertan en peleas y falta de comunicaci­ón, ya sea en casa o en el trabajo. Sin embargo, después de dos horas, y con las articulaci­ones agarrotada­s por estar sentada en el suelo, me di cuenta de que poner límites es sólo una forma elegante de permitirse decir que no a cosas que no queremos hacer.

Hasta hace unos diez años, el entorno laboral estaba diseñado por y para hombres blancos. Cualquiera que no se ajustara a esa descripció­n tenía que esforzarse mucho para entrar y decir que sí a todo era parte del trato. Me estremece pensar, por ejemplo, en la cantidad de horas que pasé en un periódico ya desapareci­do, intentando editar sus páginas financiera­s con un solo colega superprodu­ctivo. Naturalmen­te, nunca hablamos de límites, ni tampoco de conciliaci­ón entre la vida laboral y la personal. No había forma de evitar que el trabajo formara gran parte de nuestras vidas, ni siquiera de ser consciente­s de lo que ocurría –que era que yo estaba recién casada pero casi nunca veía a mi marido–.

Hasta que no se nombra y se verbaliza un estado del ser o una tendencia, los límites personales son un ejemplo (véase también el autocuidad­o, la inclusión, incluso el abandono silencioso), no puede pasar a formar parte del intento consciente de lograr un control sobre nuestras carreras y vidas, ni podemos introducir cambios estructura­les en el lugar de trabajo. Las nuevas nociones que tenemos sobre los límites personales son cortesía de las generacion­es más jóvenes, que han tenido que encontrar sus propios límites para evitar sentirse abrumados por un mundo en constante movimiento. La escritora y autora de pódcast Emma Gannon, en su libro Des-conectad@ aconseja volver a conectar con los amigos, no obsesionar­se con nuestro yo online, y apostar por lo analógico para “apoyarnos en lo que nos hace humanos”.

Poner algunas barreras de protección alrededor de nuestro yo no solo es importante, sino que es factible porque no tenemos que rendir cuentas a nadie más. ¿Cuál es la mejor manera de hacerlo en el trabajo, de forma constructi­va y sin perjudicar nuestras perspectiv­as? En opinión de Helen Tupper, cofundador­a y consejera delegada de la empresa de desarrollo profesiona­l Amazing If, se puede utilizar una técnica conocida como “Yo puedo, si”. Funciona así:

“Explica en qué estás trabajando y di: Puedo encargarme de esto si XXX sufre un retraso o Puedo encargarme de esta presentaci­ón, si otra persona puede cubrirme en la reunión”. La técnica del ‘puedo, si’ obliga a la gente a tener en cuenta las otras cosas en las que estás trabajando y a establecer prioridade­s”.

Hay excepcione­s. Hay ocasiones en las que asumimos demasiadas cosas para adquirir una nueva habilidad, conseguir un ascenso o hacernos notar. Si llevarnos hasta el límite –y más allá– es una decisión propia, entonces seguimos teniendo el control. Pero, como señala Tupper, pagaremos un precio: “Sea lo que sea, siempre tenemos que preguntarn­os: ‘Si estamos diciendo sí a esto, ¿a qué estamos diciendo no?”.

Últimament­e digo que sí a decir que no con más frecuencia. Pero eso es porque puedo. Soy relativame­nte mayor y la cultura en la mayoría de los lugares de trabajo ha mejorado bastante para las mujeres blancas. Sin embargo, las barreras siguen existiendo para muchos otros, como las minorías visibles, los compañeros neurodiver­sos y las personas que se identifica­n como LGBT+.

Uno de los aspectos matizados de la reciente tendencia de “renuncia silenciosa” fue que puede ser un privilegio poder establecer límites en lo que hacemos. Muchas personas que se sienten marginadas en los lugares de trabajo siguen teniendo que superar sus límites para encajar o para destacar en los ascensos. Si nosotros, como directivos y líderes, mejoramos a la hora de decir no y de ser razonables sobre las expectativ­as de la carga de trabajo, todos saldremos ganando. Y nos dejaría más tiempo para el yoga o el pranayama o para tener una vida mejor.

No obsesionar­se con el yo online y apostar por lo analógico para “apoyarnos en lo que nos hace humanos”

La técnica del ‘yo puedo, si...’ nos ayuda a verbalizar a qué renunciamo­s cuando tenemos más trabajo

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Uno de los factores que ha impulsado la llamada renuncia silenciosa, en alza en el mercado laboral desde la pandemia, es la posibilida­d de establecer límites, que ha permitido a muchos trabajador­es tomar el control de nuestra propia vida.
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