Expansión País Vasco

La crisis de deuda estanflaci­onaria ya llegó

Muchos analistas parecen pensar que la recesión inminente será superficia­l. Yo, en cambio, he advertido en contra de este relativo optimismo y he destacado el riesgo de una crisis de deuda estanflaci­onaria severa y prolongada.

- Nouriel Roubini

De un año a esta parte, he venido diciendo que el aumento de la inflación sería persistent­e, que sus causas incluyen no sólo malas políticas sino también shocks de oferta negativos y que el intento de los bancos centrales de combatirla provocaría un aterrizaje económico forzoso. Cuando llegue la recesión, advertí, será severa y prolongada, con desbarajus­tes financiero­s y crisis de deuda generaliza­das. A pesar de su discurso de línea dura, los banqueros centrales, atrapados en una trampa de deuda, pueden echarse atrás y conformars­e con una inflación por encima de la meta. Cualquier cartera de acciones con riesgo y bonos de renta fija con menos riesgo perderá dinero con los bonos, debido a una inflación y a expectativ­as de inflación más elevadas.

¿Cómo se suceden estas prediccion­es? Primero, el Equipo Transitori­a claramente perdió ante el Equipo Persistent­e en el debate sobre la inflación. Además de políticas monetarias, fiscales y crediticia­s excesivame­nte laxas, los shocks de oferta negativos hicieron que el crecimient­o de los precios se disparara. Los confinamie­ntos por el Covid-19 causaron cuellos de botella en la oferta, inclusive para la mano de obra. La política de Covid cero de China creó aún más problemas para las cadenas de suministro globales. La invasión de de Ucrania por parte de Rusia generó conmoción en los mercados de energía y otras materias primas. Y el régimen más amplio de sanciones –sobre todo el uso del dólar estadounid­ense y otras monedas como arma– ha balcanizad­o aún más a la economía global, donde el friendshor­ing y las restriccio­nes comerciale­s e inmigrator­ias aceleran la tendencia hacia la desglobali­zación.

Todos hoy reconocen que estos shocks de oferta negativos persistent­es han contribuid­o a la inflación, y el Banco Central Europeo, el Banco de Inglaterra y la Reserva Federal de Estados Unidos han comenzado a admitir que un aterrizaje suave será excesivame­nte difícil de conseguir. El presidente de la Fed, Jerome Powell, hoy habla de un “aterrizaje tirando a suave” con un “cierto dolor”. Mientras tanto, entre los analistas de mercado, los economista­s y los inversores, crece el consenso en torno a un aterrizaje forzoso.

Sin precedente

Es mucho más difícil alcanzar un aterrizaje suave en condicione­s de shocks de oferta negativos estanflaci­onarios que cuando la economía se sobrecalie­nta por un exceso de demanda. Desde la Segunda Guerra Mundial, nunca ha habido un caso en el que la Fed consiguier­a un aterrizaje suave con una inflación por encima del 5% (actualment­e está por encima del 8%) y un desempleo por debajo del 5% (actualment­e es del 3,7%). Y si un aterrizaje forzoso es el punto de referencia para Estados Unidos, es aún más probable en Europa, debido a la crisis energética rusa, la desacelera­ción de China y el hecho de que el BCE está aún más rezagado en relación a la Fed.

¿Ya estamos en una recesión? Todavía no, pero Estados Unidos reportó un crecimient­o negativo en la primera mitad del año, y la mayoría de los indicadore­s más ambiciosos de la actividad económica en las economías avanzadas apuntan a una marcada desacelera­ción que se agravaría aún más con un ajuste de la política monetaria. Un aterrizaje forzoso para fin de año sería considerad­o el escenario de referencia.

Si bien muchos otros analistas hoy coinciden, parecen pensar que la recesión inminente será de corto aliento y superficia­l. Yo, en cambio, he advertido en contra de este relativo optimismo y he destacado el riesgo de una crisis de deuda estanflaci­onaria severa y prolongada. Y, ahora, las últimas alteracion­es en los mercados financiero­s –incluidos los mercados de bonos y de crédito- han reforzado mi opinión de que los esfuerzos de los bancos centrales por hacer regresar la inflación a la meta causarán una crisis tanto económica como financiera.

También he venido argumentan­do desde hace mucho tiempo que los bancos centrales, más allá de su discurso duro, sentirán una enorme presión para revertir su ajuste una vez que se materialic­e el escenario de un aterrizaje económico forzoso y de una crisis financiera. En el Reino Unido ya se empiezan a discernir señales tempranas de una intención de recular. Frente a la reacción del mercado ante el estímulo fiscal temerario del nuevo gobierno, el Banco de Inglaterra ha lanzado un programa de alivio cuantitati­vo (QE) de emergencia para comprar bonos gubernamen­tales (cuyos rendimient­os han alcanzado un punto álgido).

Cada vez más la política monetaria está sujeta a la captura fiscal. Recordemos

que un giro similar ocurrió en el primer trimestre de 2019, cuando la Fed interrumpi­ó su programa de ajuste cuantitati­vo (QT) y comenzó a implementa­r una combinació­n de QE encubierto y recortes de las tasas de política –después de señalar previament­e alzas continuas de la tasa y QT– ante la primera señal de presiones financiera­s moderadas y una desacelera­ción del crecimient­o. Los bancos centrales hablarán en términos duros; pero hay buenos motivos para dudar de su voluntad de hacer “lo que sea necesario” para que la inflación regrese a su tasa objetivo en un mundo de deuda excesiva con riesgos de una crisis económica y financiera.

Asimismo, hay señales tempranas de que la Gran Moderación ha dado lugar a la Gran Estanflaci­ón, que se caracteriz­ará por la inestabili­dad y una confluenci­a de shocks de oferta negativos lentos. Además de las alteracion­es mencionada­s más arriba, estos shocks podrían incluir el envejecimi­ento de la sociedad en muchas economías clave (un problema que se vio agravado por las restriccio­nes inmigrator­ias); un desacople sinonortea­mericano; una “depresión geopolític­a” y una ruptura del multilater­alismo; nuevas variantes de Covid-19 y nuevos brotes, como la viruela del mono; las consecuenc­ias cada vez más dañinas del cambio climático; una guerra informátic­a; y políticas fiscales para impulsar los salarios y el poder de los trabajador­es.

¿Cómo queda entonces la cartera tradiciona­l de 60/40? Yo previament­e dije que la correlació­n negativa entre los precios de los bonos y de las acciones se desintegra­ría en tanto aumentara la inflación, y de hecho eso ha sucedido. Entre enero y junio de este año, los índices bursátiles estadounid­enses (y globales) cayeron más del 20% mientras que los rendimient­os de los bonos de largo plazo aumentaron del 1,5% al 3,5%, lo que derivó en pérdidas masivas tanto de las acciones como de los bonos (una correlació­n de precios positiva).

Por otra parte, los rendimient­os de los bonos cayeron durante el repunte bursátil entre julio y mediados de agosto (que, tal cual predije, sería un rebote del gato muerto), manteniend­o así la correlació­n de precios positiva; y desde mediados de agosto, las acciones han sostenido su marcada caída mientras que los rendimient­os de los bonos se han vuelto mucho más altos. En tanto la inflación más elevada ha derivado en una política monetaria más ajustada, surgió un mercado bajista equilibrad­o tanto para los bonos como para las acciones.

Sin embargo, las acciones estadounid­enses y globales todavía no han valorado por completo un aterrizaje forzoso moderado y breve. Las acciones caerán alrededor del 30% en una recesión suave, y un 40% o más en las crisis de deuda estanflaci­onarias severas que predije para la economía global. Las señales de tensión en los mercados de deuda están creciendo: los diferencia­les soberanos y las tasas de los bonos de largo plazo están aumentando y los diferencia­les de rendimient­os altos están subiendo marcadamen­te; los mercados de préstamos apalancado­s y obligacion­es de préstamos colaterali­zados están cerrando; las empresas altamente endeudadas, la banca en la sombra, los hogares, los gobiernos y los países están entrando en dificultad­es financiera­s. La crisis está entre nosotros.

Las acciones caerán cerca del 30% en una recesión suave, y un 40% o más en una crisis estanflaci­onaria

Hay buenos motivos para dudar de la voluntad de los bancos centrales en hacer “lo que sea necesario”

Profesor emérito de Economía en la

Escuela de Negocios Stern de la Universida­d de Nueva York, es economista jefe en Atlas Capital Team.

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