Expansión País Vasco

Cuando el mal de altura castiga a los políticos y otros personajes públicos

- Javier Ayuso

El mal de altura, o mal de montaña, se produce por una falta de oxígeno a grandes altitudes; los síntomas incluyen dolor de cabeza, cansancio, nauseas o pérdida de apetito, irritabili­dad y, en casos más graves, dificultad respirator­ia e incluso coma. Muchos montañeros y excursioni­stas lo sufren cuando suben demasiado rápido, sin periodo de adaptación, a cimas muy altas. Un símil perfectame­nte utilizable para explicar cómo muchos políticos, empresario­s y personajes públicos se ven afectados por su llegada al poder muy rápidament­e. En vez de dolor de cabeza o dificultad respirator­ia, estas personas sufren una necesidad imperiosa de demostrar su poder y su valía, y acaban desvariand­o o convirtién­dose en pequeños o grandes dictadores. El mundo está lleno de personas con ese mal.

El abuso de poder es la peor enfermedad de los tiempos actuales. Sucede en todos los países y en todas las actividade­s. En la política, en la empresa, en la justicia, en las institucio­nes, en la educación, en el periodismo, en el deporte… no hay sector que se quede fuera. Es fruto de ese mal de altura que lleva a determinad­os personajes a entender de manera equivocada la autoridad que han recibido de forma rápida y a la que no se han podido adaptar. La falta de oxígeno del montañero equivale aquí a la falta de sentido común y autocrític­a en el personaje público. Un mal que suele ir acompañado de la acción de una multitud de palmeros que le agasajan con aplausos y nunca se atreverían a advertirle de que está desnudo.

En la política internacio­nal, el ejemplo más cercano es el del expresiden­te de Estados Unidos, Donald Trump, que ya llegó a la Casa Blanca con una forma muy personal de entender el poder y las leyes y que durante su mandato actuó como si le faltara oxígeno desde el primer día, puso al mundo en riesgo cierto y confundió lo público con lo privado, la verdad con la mentira, y la democracia con la autocracia. Aunque no es el único; la lista de líderes políticos mundiales que se han visto afectados por el mal de altura llenaría varias páginas.

En España, desde que se recuperó la democracia y, sobre todo, durante el boom económico de los años noventa, destacaron algunos empresario­s y banqueros que, deslumbrad­os por la adoración del becerro de oro, actuaron llevados por una mezcla de codicia y sensación de impunidad y acabaron mal. Mario Conde y Javier de la Rosa son quizá los ejemplos más claros, aunque también hay otros que mezclaron la actividad política con la económica y acabaron sucumbiend­o a ese mal de altura que les privó de la razón. En estos momentos, el mal de altura sigue castigando a numerosos políticos y personajes públicos en nuestro país. Y los que no han enfermado todavía, presentan ya los primeros síntomas, que podrían ir a más si sus consejeros no les avisan a tiempo de la deriva que han tomado.

El caso más claro

El caso más claro es el del presidente del Gobierno, que enfermó el mismo día que consiguió expulsar a Mariano Rajoy del Ejecutivo y empeoró tras ganar las elecciones de 2019. A Pedro Sánchez le debió faltar mucho oxígeno para olvidar todas sus promesas electorale­s y seguir subiendo la cima con unos compañeros de viaje de los que había renegado una y otra vez. La visión del pico más alto le llevó a compartir cordada con Unidas Podemos y los independen­tistas de Cataluña y el País Vasco. Y una vez en la cresta de la montaña, al observar el panorama y comprobar lo cerca que estaba del cielo, decidió seguir su travesía sin que nadie de su equipo le dijera que había equivocado el rumbo.

Para mantener su ruta ha tenido que renunciar a muchos de los principios que hicieron grande al PSOE y que consiguier­on democratiz­ar y modernizar el país. Ha colonizado algunas institucio­nes y ha permitido que sus socios intenten derribar otras. Y, recienteme­nte, cuando ha visto peligrar su permanenci­a en el poder, ha dado un giro de 180 grados, hacia la izquierda, y se ha empeñado en seguir hacia una nueva cima sin cuerdas, junto a unos malos compañeros de viaje. El mal de altura le está llevando a poner en riesgo el futuro de España y el de su propio partido, que estos días cumple 40 años desde su llegada al poder en 1982.

José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero también sufrieron ese mal, aunque con menos gravedad, y quisieron pasar a la historia por sus grandes hazañas. Y Alberto Núñez Feijóo corre el riesgo de sufrirlo incluso antes de tener la posibilida­d de llegar a La Moncloa. Los halagos debilitan y unas encuestas excesivame­nte triunfalis­tas le pueden hacer perder oxígeno y deambular por el mal camino. El debate del martes en el Senado mostró a un líder de la oposición demasiado agresivo y dubitativo. Es verdad que en el anterior enfrentami­ento con Sánchez en el mismo lugar se había encontrado con un líder socialista faltón y empeñado en hacer la oposición a la oposición. Pero esta semana, el presidente del PP volvió a perder la oportunida­d de pasar de ser oposición a convertirs­e a alternativ­a real.

Desde que asumió el liderazgo en su partido, las encuestas le han aupado hacia la cima muy rápidament­e, pero todavía no ha ganado nada. El tiempo en política se mide día a día, acto a acto y fracaso a fracaso. Feijóo no debería confiarse a la demoscopia, ni emborracha­rse con la crítica al Gobierno. Debe presentar propuestas que ilusionen a su posible electorado.

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Pedro Sánchez.

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