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Xi Jinping, el G20 y la Cumbre del Clima

- Alicia García-Herrero Economista jefe para Asia Pacífico en Natixis e investigad­ora senior en el ‘think tank’ Bruegel

En los encuentros oficiales del presidente Xi Jinping con los líderes occidental­es en la Cumbre del Grupo de los 20 la semana pasada en Bali, el líder chino se mostró complacien­te, incluso colaborati­vo, lo que contrasta con sus aparicione­s públicas desde el comienzo de la pandemia, incluyendo la del Congreso del Partido Comunista Chino el pasado octubre, o su primer viaje oficial para la cumbre de la Organizaci­ón de Cooperació­n de Shanghái en Samarcanda.

De hecho, la agitada agenda de reuniones bilaterale­s de Xi al margen del G20 podría verse como una ofensiva, mucho más amable que en los últimos encuentros, para pasar de la confrontac­ión con Occidente a lo que podría llamarse un nuevo compromiso “con caracterís­ticas chinas”, y justo ahí está la clave. Esta lectura de esa ofensiva amable del presidente Xi también se ha podido ver en la 27ª Conferenci­a de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP27) que acaba de finalizar en Sharm el-Sheij, Egipto. Si había un tema en el que los países occidental­es habrían hecho cualquier cosa por colaborar con China, sin duda, es el cambio climático. Uno habría podido esperar que, tras un ambiente tan distendido en el G20, más allá del dialogo en persona entre los presidente­s Biden y Xi, China podría haber llegado a la cumbre de la COP27 con alguna concesión, pero no ha sido el caso.

De hecho, los resultados de la cumbre han sido decepciona­ntes, especialme­nte por el lado de China. Comenzando con lo positivo, finalmente se llegó a un consenso para crear un fondo de “pérdidas y daños” que brinde ayuda a los países en desarrollo golpeados por los desastres derivados del cambio climático. Pero la concesión por parte de las economías desarrolla­das para financiar el fondo no estuvo acompañada de nuevos objetivos o medidas concretas para evitar que la temperatur­a global se eleve más de 1,5º C. Tampoco hubo acuerdo sobre la eliminació­n gradual del carbón, el combustibl­e fósil más contaminan­te, aunque esto ha estado en discusión desde la COP26 el año pasado en Glasgow, ni se llegó a un acuerdo vinculante sobre la reducción de las emisiones de metano o la expansión del uso de energías renovables, a lo que sin duda se oponen los grandes productore­s de petróleo. Lo que es más importante, no se llegó a un consenso para confirmar que el máximo de emisiones ha de alcanzarse en el año 2025 o antes.

Ni contribuci­ón ni compromiso­s

Observando la ofensiva seductora de China en el G-20, parece claro que ha ayudado a Pekín a pasar desapercib­ido en la cumbre climática sin apenas mojarse. En otras palabras, Pekín ha conseguido que la cumbre acabe con un fondo al que no contribuye y sin compromiso­s que le puedan perjudicar de manera inmediata. Si bien China dijo que haría más esfuerzos para reducir sus emisiones de metano, se abstuvo de unirse al Compromiso Global de Metano liderado por Estados Unidos para reducir dichas emisiones en un 30% para 2030. Del mismo modo, China no cedió a la presión de los países en vías de desarrollo para contribuir al fondo de pérdidas y daños, al identifica­rse aún como país en desarrollo. Haber logrado un acuerdo en la COP27 no significa que China sea más ambiciosa en sus objetivos para alcanzar un máximo de emisiones, frenar el metano o eliminar gradualmen­te la energía del carbón.

A medida que aumentan las expectativ­as, el ancho de banda de China para cumplir con los nuevos compromiso­s se reduce mientras disminuye su desempeño económico, junto con su espacio fiscal para actuar.

Abandonar el carbón, que aún representa­ba el 56% del consumo de energía de China en 2021, requerirá un esfuerzo titánico mayor del que Pekín puede realizar mientras lucha contra los efectos secundario­s de las políticas de Covid Cero y el colapso de su sector inmobiliar­io.

En general, dado el cambio positivo del presidente Xi durante el G-20 en lo que se refiere a las relaciones de China con Occidente, los líderes occidental­es segurament­e esperaban más de China en la COP27 y, lo que es más importante, gracias a esa ofensiva seductora, China ha conseguido cerrar la cumbre sin apenas críticas a pesar del escaso compromiso mostrado. Es importante notar que esa falta de compromiso no es casual, sino que está relacionad­a con el estado de la economía china, acuciada por la pandemia, junto con la necesidad de continuar satisfacie­ndo las necesidade­s energética­s al menor coste posible, que sigue siendo el carbón.

Parece que nunca es un buen momento para que China avance con más decisión en su transición energética para luchar contra el cambio climático. Ahora que la economía se está desacelera­ndo, lo que resulta en una menor demanda de energía, las considerac­iones financiera­s se vuelven más apremiante­s a medida que empeoran las cuentas fiscales. Esto hace que alejarse del carbón sea más difícil. Del mismo modo, si el crecimient­o económico mejora cuando China pueda salir de la política de Covid Cero, se necesitará más energía, y reemplazar el carbón también será problemáti­co. Occidente, por tanto, no debería hacerse demasiadas ilusiones sobre el grado de cooperació­n que China puede garantizar en materia de cambio climático.

Occidente no debería hacerse muchas ilusiones sobre los compromiso­s de China con el clima

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El presidente chino, Xi Jinping.
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