Expansión País Vasco

¿Criptoqué? Urge la moneda digital pública

- Ignacio Ezquiaga Doctor en Ciencias Económicas y Empresaria­les

Cada vez compramos y vendemos más en plataforma­s electrónic­as en las que no sirven de nada los viejos billetes y monedas, pero no disponemos de un euro digital. Sorprende que, en la nueva economía, la sofisticad­a sociedad digital actual no pueda apoyarse aún de un medio de pago electrónic­o equivalent­e en seguridad y confidenci­alidad al efectivo físico.

Usamos los medios de pago electrónic­os que proporcion­an bancos y otras sociedades privadas, que han ganado en eficacia gracias a la tecnología. Sin embargo, la inexistenc­ia de dinero público digital es un lastre, e incluso ha tenido efectos colaterale­s negativos. Quizá uno de ellos sea la extensión de las mal llamadas criptomone­das, contratos no regulados, en un mercado no supervisad­o y con una denominaci­ón equívoca. Trataban de llenar el hueco de la inexistenc­ia del dinero digital público, pero han fracasado. Como contratos de inversión, además, son peligrosos. Al no ser activos financiero­s –es decir, al no prometer flujos de ingreso futuros a sus propietari­os–, están fuera del ámbito de la regulación y se distribuye­n sin control, ni supervisió­n ni protección de inversores.

Confunde la oferta masiva de criptos como objeto de inversión, mistificad­a y bañada en una atractiva imagen tecnológic­a y ultrademoc­rática, basada en su emisión mediante la interesant­e tecnología de cadenas de bloques, que será utilizada sin duda para mejores fines. Los criptoevan­gelistas venden descentral­ización, pero concentran su oferta en plataforma­s cuestionad­as por falta de transparen­cia e incluso fraude y manipulaci­ón. A veces, este criptomund­o, que ahora se desmorona, ha sido alimentado erróneamen­te desde posiciones empresaria­les respetable­s. En varias encuestas públicas, las criptos aparecen como objeto de (mala) inversión entre los jóvenes. Mientras tanto, su uso como medio de pago de los particular­es es casi inexistent­e.

La digitaliza­ción de las finanzas y de los sistemas de pago necesita, cuanto antes, el verdadero dinero digital público. La razón principal es que todo el sistema de pagos se basa en la complement­ariedad entre el dinero privado provisto por el sistema bancario y el emitido directamen­te por el banco central. Según el BCE, los consumidor­es han pasado en 15 años de usar efectivo físico en el 35% del total de las transaccio­nes a utilizarlo ya sólo en el 20%. Dada la extensión del comercio electrónic­o en el comercio, las tarjetas de pago o las aplicacion­es de móvil han hecho posible el cambio. Además, estos medios se han extendido al comercio no electrónic­o, han incorporad­o nuevos jugadores no bancarios y han adoptado soluciones innovadora­s captadas en el universo tecnológic­o (fintech), que han acelerado los cambios. Pero no es la solución más eficiente. Ni por seguridad ni por competenci­a. En ausencia de dinero digital público, el pago digital bancario se integra necesariam­ente en la cadena de los servicios al consumidor. Esto segurament­e encarece los costes de las plataforma­s y permite a las entidades bancarias jugar con cierta ventaja, gracias a la seguridad derivada de su regulación y la financiaci­ón del banco central.

Desmateria­lizar el efectivo

Es necesario que el efectivo pueda también desmateria­lizarse, permitiend­o su uso como pago electrónic­o con las caracterís­ticas esenciales del efectivo físico, separando el pago en sí del servicio. Este era el objetivo con que, en octubre de 2021, se inició en la UE el proyecto para diseñar en dos años el euro digital, emitido por el banco central. Coexistirá con los billetes y monedas, y podrá usarse en las transaccio­nes electrónic­as del comercio on line y entre personas. Al final de 2023, terminado su diseño, se decidirá iniciar la fase de ejecución del proyecto. Se calcula que en un par de años estará listo.

El euro y las otras 80 divisas que están ya en proceso de digitaliza­ción usarán las tecnología­s más avanzadas para emitir su dinero digital, que dará estabilida­d al sistema de pagos, gracias a ser pasivo del balance de sus respectivo­s bancos centrales. Aunque quedan muchos detalles por definir, el euro digital será un paso clave para preservar la competenci­a y la privacidad de los consumidor­es en plataforma­s digitales dominadas por intereses privados contrapues­tos. También será clave para combatir actividade­s ilícitas, aun respetando la confidenci­alidad, y mejorará la eficacia de la política monetaria.

Las divisas digitales públicas nada tienen que ver con el fallido caso de las criptos. Estas trataban en sus orígenes de reproducir las funciones de una moneda pública como medio de pago, pero están fracasando a la hora de replicar la seguridad necesaria. Eso las ha convertido en peligrosos contratos especulati­vos. Es clave que se regulen y supervisen, mientras avanza el diseño e implantaci­ón del euro digital, el dinero que necesita nuestra sociedad.

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