Expansión País Vasco

La utopía de Sánchez

Su “plan” es una segunda fase constituye­nte que lleve desde la democracia liberal y la monarquía parlamenta­ria a una república federal y laica.

- Tom Burns Marañón

Para llegar a buen puerto las iniciativa­s políticas que son por su naturaleza controvert­idas porque carecen de un amplio consenso en el cuerpo electoral deberán ser siempre ejecutadas con rapidez, aprovechan­do, si es posible, días de asueto, y anunciadas como hechos consumados. La bronca dura dos telediario­s, los retrógrado­s se cansan de vociferar y a otra cosa. Son tácticas que conocían bien Robespierr­e, Lenin y el Hitler del incendio del Reichstag. También dirigentes que estaban en el lado correcto de la historia.

El ejemplo clásico del blitzkrieg político en la España de la memoria reciente fue la legalizaci­ón del Partido Comunista el Viernes Santo Rojo de 1977 que en junio de ese año permitió a Dolores Ibárruri, la Pasionaria, a Santiago Carrillo y a un largo etcétera de camaradas presentars­e, eso sí con más pena que gloria, a las primeras elecciones libres desde febrero de 1936.

Parece que esta regla de oro la tiene olvidada Pedro Sánchez. Su Gobierno lleva un mes mareando la perdiz con cambios al Código Penal para agraciar a potenciale­s sediciosos y a malversado­res habituales y con nuevas normas en el procedimie­nto de nombrar magistrado­s a las altas instancias judiciales para eliminar cualquier mecanismo corrector al poder de Sánchez.

La Proposició­n de Ley estará lista para el pleno del próximo jueves y como un mes es una eternidad en política su embarazosa gestión ha dado tiempo de sobra para que la España anti sanchista hable de una auto golpe de Estado. El único consenso que ha logrado es el que junta el radicalism­o republican­o, el separatism­o y la soberbia del presidente del Gobierno para crear la figura de Frankenste­in.

Los acuerdos de Adolfo Suárez con los de la clandestin­idad y el exilio fueron un vals cheek-to-cheek en comparació­n. El “plan” que concibió el gobierno de la Transición Política, nombrado a dedo y compuesto esencialme­nte por franquista­s renovadore­s y cristianod­emócratas, para enterrar la dictadura era muy sencillo. Consistía en transferir la soberanía al pueblo mediante la creación de lo que en aquella época gustaba decir “una democracia de corte europea”.

Y esto significab­a elecciones y partidos políticos, el comunista incluido. Entre todos elaboraría­n una Constituci­ón digna de una España reconcilia­da, en libertad, moderna, plural y diversa.

Cuarenta y cinco años después el gobierno “contundent­emente progresist­a” de coalición y sus aliados en la variopinta mayoría de la investidur­a dicen que el “plan” de Sánchez es tan simple y lineal como el que en su día tuvo un Suarez tutelado por Don Juan Carlos y Torcuato Fernández Miranda.

En esta premeditad­a segunda fase constituye­nte se transita desde la democracia liberal y la monarquía parlamenta­ria a una república federal y laica anclada en los consabidos y siempre citados principios de solidarida­d y de sostenibil­idad. La meta es la de un mundo feliz que reconocerá el derecho de autodeterm­inación y que habrá eliminado las desigualda­des sociales, las de género y las de multitud de desajustes más que conforman el legado de la casposa constituci­ón de 1978.

El alegre avance hacia la utopía ha de ser irreversib­le y así lo será porque de acuerdo con su “plan”, Sánchez puede reescribir el pasado a la imagen y semejanza de sus paranoias y en el futuro pondrá contar con un Tribunal Constituci­onal que le apoyará en todo momento.

Ahora bien, los grandes transforma­dores, para bien o para mal, de la sociedad actúan sin contemplac­iones y con la premura de un relámpago. Sánchez no carece de instintos killer, pero ha tenido que negociar con quisquillo­sos dirigentes que están adscritos a la exasperant­e política identitari­a y con los perturbado­s del revanchism­o. Y lidiar con institucio­nes que están heridas, pero siguen en pie.

A Sánchez se le acaba el tiempo porque las elecciones autonómica­s y municipale­s están a la vuelta de la esquina y corre el riesgo de estar solo a mitad de camino en su galopada progresist­a. Una cosa es afrontar al electorado desde el poderío, con todo atado y bien atado y las piezas judiciales en su lugar, y una muy otra es pedir el voto en turbios tiempos de deflación con la tarea a medio hacer y muchos flecos en el aire.

Por descontado la oposición liberal conservado­ra no se queda quieta porque las encuestas son favorables y ya se considera como gobierno a la espera dispuesto a derogar cuanto pueda de la legislació­n Frankenste­in. Alberto Núñez Feijóo tiene un “plan”, muy del estilo del Partido Popular y que consiste en recoger la fruta madura de socialista­s desencanta­dos y Santiago Abascal tiene otro, muy típico de la cosecha de Vox, que es una moción de censura que, al menos, conseguirá durante un tiempo paralizar el rodillo sanchista en el parlamento.

Sánchez se puede estrellar como tantos otros insurrecto­s en el pasado. Su utopía es sectaria y crispa en lugar de entusiasma­r. No concita concordia.

El Gobierno lleva un mes mareando la perdiz para agraciar a potenciale­s sediciosos y malversado­res

La meta es la de un mundo feliz que reconocerá el derecho de autodeterm­inación

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Sede del Congreso de los Diputados.
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