Zelenski no almuerza hoy en Madrid
Zelenski recuerda a Occidente valores que tenía olvidados desde hace tiempo, como es la defensa de la libertad. El mundo libre se ha movilizado contra los totalitarios, y las democracias liberales están despertando de su letargo pacifista y apaciguador.
El recrudecimiento de la guerra en Ucrania que marca el implacable avance de los invasores rusos, ha obligado a Volodímir Zelenski a cancelar su visita a España y a Portugal que comenzaba hoy en Madrid. Sin embargo, no ha impedido la de Vladímir Putin a China, que comenzó ayer cuando le recibió Xi Jinping en Beijing.
El contratiempo que ha sufrido el líder ucraniano ha de ser visto junto con la ventaja que gana el ruso. Son circunstancias y acontecimientos nada halagüeños que ayudan a situar el de dónde se viene, el dónde se está y el a dónde se va. Aquí deberían permitir que se aparque un poco el incesante examen que tanto gusta del ombligo patrio y que se vaya tomando nota de los retos existenciales que afronta nuestro tiempo. Si en algún momento se han necesitado liderazgos lúcidos y con sentido de Estado, el momento es este.
Putin no puede poner pie en ninguna capital del mundo libre porque está acusado de crímenes de guerra y la Corte Penal Internacional de la Haya ha ordenado su detención. Pero en Beijing está a sus anchas y esto se entiende. El que amenaza militarmente a Occidente será siempre bien recibido por quien desafía económicamente al bloque del capitalismo, del libre mercado y el Estado de Derecho. China se abstiene cuando el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas condena la violación del orden internacional que ha cometido Rusia con su país vecino y hace caso omiso de las sanciones impuestas a Rusia. En un encuentro posterior a la invasión de Ucrania que ordenó Putin en febrero de 2022, Moscú y Beijing declararon que la amistad entre los dos países “no conoce límites”. Putin y Xi dicen que son los “mejores amigos”, el uno del otro. Han bebido en las mismas fuentes ideológicas.
A Zelenski le penaliza haberse visto forzado a suspender a última hora su paseo estos días por la península Ibérica. La ausencia de su país habría demostrado que tiene la situación bajo control y la cancelación de su viaje sugiere todo lo contrario. Le era importante demostrar que incluso los gobiernos de los países europeos más alejados del suyo apoyan sin fisuras la lucha de Ucrania. Lo necesita para equilibrar las rajas que debilitan su causa en el este de Europa. Las quiebras que aparecen en Hungría y en Eslovaquia, por ejemplo.
Como consuelo, Zelenski pudo escuchar el martes a Antony Blinken tocando la guitarra en un sótano de Kiev y cantando Rockin' in the Free World, el himno a la libertad que compuso Neil Young justo antes de la caída del Muro de Berlín en 1989. Si el atormentado pueblo ucraniano necesitaba un chute de esperanza y de optimismo, el show que montó el
mañoso rockero que es el secretario de Estado de EEUU era el indicado.
Blinken realizó una visita sorpresa de veinticuatro horas para decir que Estados Unidos había estado junto a Ucrania desde el “día uno”, que ahí seguía estando y que seguiría a su lado hasta que Ucrania pudiese garantizar “su seguridad, su soberanía y su capacidad para elegir su propio camino”. Y reforzó su mensaje con la entrega de los dineros y los armamentos que requiere Zelenski para, teóricamente, poder asegurar todas esas bienaventuranzas.
La donación fue vital para Kiev puesto que los reveses que últimamente ha sufrido el ejército ucraniano se deben a la infame demora de esta entrega por parte de EEUU. Pero, nunca es tarde si la dicha es buena. Zelenski recibe un apoyo militar y financiero mucho más modesto por parte de Madrid y de Lisboa, pero, por mucho que les pese a los comunistas que están presentes en el español, el respaldo diplomático de los gobiernos ibéricos es ciertamente igual de firme.
Letargo pacifista
Y es en esta circunstancia, entre invasiones y resistencias, entre viajes, amistades y enemistades, donde se encuentran los dos bloques en disputa. El mundo libre se ha movilizado contra los totalitarios que desprecian la libertad. Y en la conversación está el a dónde van las democracias liberales que despiertan de su letargo pacifista y apaciguador.
Con Polonia y los países bálticos a la cabeza, los países europeos y aliados de la OTAN que comparten fronteras con Ucrania y con Rusia hablan de una situación prebélica. Se está a muy pocos pasos de una guerra que involucrará a los dos bloques y que no se sabe cómo acabará.
El dueño y señor del Kremlin crea su propio ruido de sables y esto consiste en la amenaza de emplear armas nucleares tácticas. Se trata de artefactos que son potencialmente de destrucción masiva , pero cuyos efectos, en la práctica, son desconocidos porque nunca han sido utilizados.
Putin, que realiza su primera visita al exterior con su viaje a China desde que fue reelegido por enésima vez zar de Rusia en marzo con el 87% del voto y después de haber eliminado a todos sus oponentes, el heroico Alekséi Navalni en primer lugar, alienta los temores. Exige total obediencia a las antiguas repúblicas soviéticas que, como es el notorio caso de Bielorrusia, siguen bailando al son del Kremlin. Putin ha mostrado su cartas al provocar una crisis en Georgia donde el Gobierno prorruso ha introducido para complacerle un proyecto de “ley de influencia extranjera”, apodado precisamente la “ley rusa” porque eso es lo que es. Una multitud de demócratas georgianos, mayoritariamente compuesta por jóvenes deseosos de pertenecer a la Unión Europea, se ha tirado a la calle para protestar contra la represión de la disidencia que se le viene encima. Es un guion iliberal que recuerda siniestramente el que enmarcó el comienzo del conflicto en Ucrania.
Xi, el tan amistoso anfitrión de Putin en Beijing, no se queda atrás a la hora de incomodar el mundo libre. La semana pasada realizó su primer viaje a Europa en cinco años y su primera salida de su país desde que fue reelegido presidente de China, también en marzo, por una inusitada tercera vez. Además de Francia, el indiscutible e indiscutido mandamás chino eligió visitar la prorrusa Serbia y una Hungría cuyo Gobierno es la china en el zapato de la UE y de la OTAN siendo miembro de ambos selectos clubes.
En París, Emanuel Macron se habrá esforzado en venderle a Xi el relato de un continente fuerte y unido que se rearma y robustece sus instituciones. Un continente que no está dispuesto a tolerar las aventuras bélicas de Rusia ni los desequilibrios y destrozos que China podría causar al mercado único europeo. El relato, junto con el de la gloire francesa, lo conocía el poderoso dirigente chino. Le habrá entrado por un oído y le habrá salido por el otro.
En Belgrado y en Budapest Xi pudo escuchar una narrativa muy diferente. Lo que le habrán dicho los gobernantes en ambas capitales es que el músculo militar ruso es admirado y que el poder de la inversión económica china es acogido con entusiasmo. Firmó importantes acuerdos económicos que convierten ambos países en plataformas para el punzante tejido industrial chino en los Balcanes y en el Este de Europa respectivamente.
El itinerario europeo de Xi reflejó su intención de meter una cuña en el bloque occidental al ser Hungría, particularmente, la chirriante voz discordante en Bruselas. El húngaro Viktor Orban le interesa a Xi porque ha atraído a su campo discrepante al populista antiamericano Robert Fico, su homólogo como primer ministro de la vecina Eslovaquia, que fue gravemente tiroteado antes de ayer. Orban es festejado por la derecha conservadora transatlántica.
Dividir al adversario
Si se quiere ganar al adversario, conviene primero dividirle y el líder chino no ahorró los elogios que dirigió hacia Orban, el autócrata que gobierna Hungría y el más descarado apologista de Putin en la Unión Europea. Xi manifestó su “profunda amistad” con Orban y el hombre fuerte de Budapest tan feliz.
El mundo libre haría bien en tener presente el hilo conductor en los discursos de Putin, de Xi, de Orban y, por descontado, el de Teherán. Lo que destaca en ellos es el resentimiento y el odio enfermizo que manifiestan hacía las democracias liberales. Los totalitarios acusan al rebaño que pastorea Estados Unidos de prepotente y de hipócrita con sus distintas varas de medir siendo la de Israel-Gaza el ejemplo más sangrante y el que más impacta en la conciencia occidental.
Culpan a Occidente de ser condescendiente, que es algo imperdonable. Y a su listado de agravios añaden la censura de la decadencia y miseria moral que caracteriza la sociedad occidental. Como era de esperar, han hecho su agosto con el extravagante, por decirlo de alguna manera, espectáculo que el sábado pasado brindó al mundo el festival de la Canción de Eurovisión 2024.
Según el resumen que escribió en su cuenta de Telegram la portavoz del Ministerio de Exteriores de Rusia, el certamen “superó cualquier orgía, aquelarre o sacrilegio ritual”. El neopuritanismo, nacido de un complejo de culpabilidad, es un virus que se propaga con facilidad y ha infectado a amplias y muy populistas capas en Europa y Norteamérica. Es una lástima que Zelenski no esté almorzando hoy en el Palacio de Oriente de Madrid como invitado de honor de Felipe VI. Zelenski no es ni prepotente, ni hipócrita, ni condescendiente, ni decadente. Al contrario, le recuerda a Occidente valores y principios que tenía olvidados. La defensa de la libertad es la primera de ellas.
Los países europeos que comparten fronteras con Ucrania y Rusia hablan de una situación prebélica