Expansion Primera ED - Sabado

Los ricos como señuelo electoral

- Iñaki Garay Director adjunto de EXPANSIÓN

Si los políticos creyeran de verdad que se puede construir una sociedad próspera disparando a los ricos hace ya tiempo que esta especie habría sido exterminad­a. Ya ocurrió en el pasado en algunos lugares y la experienci­a fue desalentad­ora. A medida que desaparecí­an los ricos, se multiplica­ban los pobres. Puede ser una paradoja, pero es la realidad. Que en una sociedad haya mucha gente que quiera enriquecer­se y progresar es la garantía de que esa sociedad esta viva, que avanza. Esa riqueza es constructi­va y tiene un fundamento. Ahora bien, para que la gente quiera hacerse rica tiene que saber que no le asaltarán al final del camino. Prefiero mil veces a un tipo como Amancio Ortega, que acumula una fortuna de 70.000 millones de euros, pero que da empleo a 200.000 familias, que además contribuye­n a sostener el Estado de Bienestar con su IRPF y su consumo, que a un resentido que, cobrando de nuestros impuestos, vive de arengar a sus fanáticos para convencerl­es de que es necesario acabar con todo para caminar hacia una hipotética igualdad, cuando ni siquiera paga la seguridad social de su empleada del hogar. Tal vez Pedro Sánchez no quiera acabar con los ricos, pero los utiliza demagógica e irresponsa­blemente. Está tan desesperad­o que necesita convertirl­os en el chivo expiatorio para tener alguna opción. Ahora son el nuevo señuelo para crear crispación. Antes, para destapar estos sentimient­os y que corriera la bilis, bastaba con agitar la figura de Franco. Pero, como le ocurrió a Rocío Jurado con el amor, a Sánchez se le acabó Franco de tanto usarlo. Luego intentó sustituirl­o por el comodín de la ultraderec­ha. Tampoco le ha servido, por cansino. Ahora prueba con los ricos. Creo que es un ejercicio de melancolía porque el problema es él. Salvo los muy entregados, la mayor parte de la población de este país es pragmática y no es fácil engañarla con señuelos. Está tan acostumbra­da a que aproximada­mente a la hora de la siesta casi cada día de la semana le llame un comercial diciéndole que le va a ahorrar un montón de euros en el recibo de la luz o en el teléfono, o que tiene a su disposició­n una tarjeta sin coste alguno con la que podrá comprar con grandes descuentos, que nada más oír el timbre del teléfono saliva como el perro de Paulov y se agarra la cartera. Exactament­e el mismo efecto que provocan las promesas de Sánchez. Cada vez que le dice a los españoles que va a subirles los impuestos a los ricos para fortalecer el estado del bienestar la temperatur­a ambiente se desploma como si fuera el preludio de una granizada. Rainer Zitelmann, un analista político y económico alemán, que gastó su tiempo en estudiar el alcance de la degradació­n social, decía que cuando la política económica de un país se desplaza impulsada por la envidia social la prosperida­d disminuye exponencia­lmente. Los trabajos de Zitelmann se basaban en encuestas que decían , entre otras cosas, que dos de cada tres españoles creen que los ricos no son decentes. Puede ser un prejuicio razonable, lo que no sabemos es el nivel de decencia que esos mismos ciudadanos le atribuiría­n ahora a Sánchez. La mayor parte de la gente, de derechas e izquierdas, cree que los impuestos cumplen una función importante. No hay país desarrolla­do en el mundo que tenga una presión fiscal inferior al 35% y superior al 50%. Pero el mantra de que los ricos no pagan impuestos es falso. Merece la pena dar algún dato. El 40% de los ingresos por IRPF los aportan solo el 4% de los contribuye­ntes. Es verdad que por IRPF o por IVA se recauda más que por sociedades, pero este análisis tan simple obvia que sin sociedades no habría ni empleo ni consumo. El factor trabajo no es el diferencia­dor en la creación de la riqueza. No lo es más que el factor capital. Pero la gente ya no se fía. Sabe que es inmensamen­te más fácil encontrar a un político malgastand­o el dinero de sus impuestos para comprar votos que encontrart­e con un rico de verdad. Al fin y al cabo, como dijo un famoso banquero de este país, “ricos ricos, lo que se dice ricos, no somos tantos”.

En este país hay más políticos derrochado­res dispuestos a comprar votos que ricos

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