Un tope para mermar los ingresos de Rusia
Quien espere que el tope a los precios del petróleo ruso vaya a servir para abaratar la factura energética de los países europeos muy probablemente se equivoca. El límite que la Unión Europea logró pactar finalmente ayer, situándolo en 60 dólares por barril, es una operación quirúrgica que trata de mermar los ingresos rusos sin afectar a sus exportaciones, evitando así que los precios se disparen, tal como ha sucedido en el mercado del gas, ya que eso agravaría la recesión a la que se enfrenta la economía comunitaria este invierno. Durante los últimos meses, el cierre parcial del mercado europeo en represalia por la invasión de Ucrania ha forzado a Moscú a buscar nuevos destinos para su crudo: la manera de conseguirlo ha sido ofrecer grandes descuentos a grandes potencias como China e India. El objetivo del precio máximo fijado por la UE es que los países más pequeños, con menos capacidad para negociar con Rusia, tengan una herramienta con la que lograr precios más asequibles. Sin embargo, la eficacia de esta medida será limitada, dado que la mitad de las exportaciones de petróleo ruso se dirigen hacia los dos gigantes asiáticos, que han llegado a pagar mucho menos de lo que plantea Europa. Por otro lado, el gran problema para los países de la UE no es tanto el coste del crudo en los mercados internacionales, que queda muy cerca de la media histórica, como el refino y el gasóleo, cuyos los precios se han disparado por la crisis geopolítica. De hecho, el coste del petróleo ha retrocedido hasta niveles de inicios de año, antes de la guerra declarada por Putin, pero el diésel ha escalado un 33,8%, hasta 1,82 euros por litro.