El verano de la emergencia medioambiental
Randy C. Wolfe había nacido en Los Ángeles, aunque su madre y su padrastro decidieron mudarse a Nueva York cuando el joven tenía quince años y ya apuntaba maneras con la guitarra. La serendipia –o la simple casualidad de toda la vida– quiso que el joven Randy C. Wolfe conociera, en una tienda de instrumentos musicales de la Gran Manzana, a un tal Jimi Hendrix, y que Jimi tuviera a otro Randy en su agenda, originario de Texas, y claro: no puedes tener a dos tocayos en un mismo grupo (The Blue Flames) sin que drogas y alcohol te induzcan a peligrosas confusiones mientras estás tocando en vivo. Fue así que Jimi les apodó Randy California y Randy Texas, respectivamente.
Al cabo de un tiempo (corto), Jimi se fue a Londres en búsqueda de mayor suerte, mientras Randy California se quedaría en Estados Unidos para fundar, con su padrastro (que le sacaba 27 años y era un excelente baterista jazz) uno de los grupos de rock psicodélico más talentosos y olvidados: Spirit. Su producción musical fue bastante parca, pero supieron ofrecer una de las más bonitas cover (para mi gusto, la mejor) de una de las más bellas y completas canciones de todos los tiempos, Like a Rolling Stone de Bob Dylan.
Randy California, que había encontrado su momento musical más dulce junto con su querido padrastro, tendría un final muy triste en una playa de Hawái, con 45 años, tratando de salvar a su hijo de doce mientras hacían surf en aguas del Pacífico. El niño se salvaría gracias a la intervención del padre que, sin embargo, acabaría sin vida.
Muchos años después de este trágico suceso, un grupo reducido de fans fue a visitar, en un asilo para personas mayores, a la madre del malogrado Randy California. La ancianita les contó entonces un pequeño secreto: su hijo tenía un poema preferido desde su niñez, al que había querido incluso poner música, sin llegar a hacerlo. El poema en cuestión era “If…”, el “Si…” de Joseph Rudyard Kipling que tantas generaciones han leído, traducido, amado. El estoicismo calmado de sus versos ha inspirado a muchos.
Su oda a la fuerza de voluntad y a la templanza frente a la locura y a la adversidad, su difidencia hacia el triunfo y el fracaso, esos dos impostores que hay que tratar con el mismo recelo… son palabras que siguen vibrando más de un siglo después de haberse concebido y más allá de los abusos de la autoayuda barata.
La historia de Randy California me pareció poética en sí, máxime al haber escuchado su voz y su guitarra en unas tardes sosegadas de agosto.
El descanso mental (antes que el físico) es el necesario compañero que nos ayuda a reponer claridad allí donde se suelen instalar las brumas del cansancio y el hartazgo que nos habitan al cabo de un curso entero de compromisos y curvas profesionales y personales.
Tomar distancias y ganar perspectiva, con la cabeza reposada, es tremendamente sano en condiciones normales, y se vuelve un imperativo vital cuando arrecia el viento que augura tormenta.
Mientras algunos siguen mirando su propio ombligo y se deleitan con batallitas domesticas que son, en el fondo, absolutamente insignificantes, la primavera y el verano de 2022 nos han trasladado una serie de mensajes “macro” que no podemos ocultar detrás de las trifulcas micropolíticas.
El presidente de la Corte Constitucional italiana, el ex primer ministro e insigne constitucionalista Giuliano Amato, afirmaba en una reciente entrevista que la biodiversidad y, con ella, la más genérica protección del medioambiente, forman parte del plan básico para la supervivencia del género humano. Sic et simpliciter.
Los tremendos incendios que han asolado miles y miles de hectáreas en la Europa mediterránea, junto con una colosal sequía y unas temperaturas caniculares, deberían hacernos pensar sobre el nivel de (in)conciencia con la que tratamos el argumento.
No es la primera vez que, desde las páginas de este periódico, venimos reclamando la inclusión explicita del paisaje, de la biodiversidad y del medioambiente en todas las Cartas Magnas europeas: hacerlo en un solo Estado miembro (ocurrió en Italia, por ejemplo) no es suficiente.
Problemas globales
La crisis energética nos ha demostrado que no existen soluciones nacionales para problemas globales. Sin una coordinación europea y sin acciones transnacionales, no hay seguridad, no hay independencia energética que dure.
Lo mismo pasa con las políticas medioambientales y con la filosofía subyacente: los bosques, los ríos, el aire que respiramos y los mares en los que nos bañamos, son un patrimonio común de nuestro continente y, si me apuráis, de la humanidad. Es más: no hay ecología, no hay medioambiente sin tutela del paisaje. Y viceversa.
Es una pena que una clase política empobrecida a nivel europeo no esté dando la talla en la gestación de soluciones conjuntas frente a estas emergencias y a las que vendrán.
Lejos de los radicalismos ecologistas, pero lejos también del negacionismo, deberíamos afrontar el nuevo curso con una agenda política, española y europea, que priorizara la búsqueda de una válida y definitiva hoja de ruta para proteger e impulsar el indispensable patrimonio con el que contamos.
Para hacerlo, se requieren líderes que sean estadistas y no simples estrategas.
Vuelven entonces a sonarnos en los oídos los versos del poema de Kipling, tan actuales y potentes, que nos parece escuchar al son de la guitarra de Randy California, mientras toca esa melodía que nunca llegó a componer.