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Don Juan Carlos en la Abadía de Westminste­r

Ante la decisión de Don Juan Carlos de estar presente en la Abadía de Westminste­r el partido de Sánchez ha mostrado su perfil más malévolo y malintenci­onado. A los dirigentes de los países aliados y socios que estarán presentes les sorprender­á la ausencia

- Tom Burns Marañón

La polémica que ha creado la asistencia de Juan Carlos I y la consiguien­te no asistencia de Pedro Sánchez al funeral de Isabel II en Londres el próximo lunes no es un tema anecdótico. No es la última serpiente de verano de un bochorno que ya acabó. Es un paso más en la política de acoso y derribo de la Corona que persigue el muy progresist­a gobierno de coalición.

Sánchez ha aprovechad­o la oportunida­d que le brindan los fastos fúnebres para recordar a los españoles que su deber moral no le permite estar bajo el mismo techo de un fugado de la justicia siendo esto, y no otra cosa, la imagen del Rey Emérito que han creado los influencer­s que comulgan con su gobierno. El hombre bueno y responsabl­e de la película es él. Alguna contraprog­ramación organizará la Moncloa el lunes cuando todos estén pendientes del funeral londinense.

Felipe VI, junto con la Reina Letizia, ocupará un lugar de honor en la Abadía de Westminste­r y no se sabe lo que pensará de la presencia, unas bancadas más atrás, de Don Juan Carlos y Doña Sofía. Don Felipe conoce mejor que nadie lo profundos que fueron los lazos familiares y de genuina amistad y cariño que compartían sus padres con la reina Isabel y Felipe, duque de Edimburgo. Los únicos amigos de verdad que tienen los reyes son otros reyes. Y el Rey de España sabía que su padre iría sí o sí, contra viento y marea, al funeral en Londres.

A la vez, no hay nada que no sepa el Rey de España sobre el poquísimo respeto que guardan los aduladores del gobierno de coalición por la institució­n que él representa. Estaba cantado que saldrían en tromba para decir memeces y barrer para casa en cuanto se supo que Don Juan Carlos asistiría a las pompas en la Abadía de Westminste­r. Según ellos el Rey Emérito no ha de poner un pie fuera de su lugar de exilio dorado. No ha de ponerlo en su propio país, país que tanto le debe. Menos aún ha de aparecer en un acto que tendrá una audiencia global.

La incomodida­d que ha de sentir Don Felipe es perfectame­nte entendible. Pero, el disgusto y la contraried­ad no pueden ocultar lo que está en el meollo de la polémica. Y de esto se habla menos, o nada, porque es aciago y azaroso.

El hecho es que la consolidac­ión de la Monarquía constituci­onal y parlamenta­ria en España es un unfinished business, un negocio todavía inconcluso como gustan decir los angloparla­ntes. Es un trabajo que sigue en elaboració­n, un work in progress. Es un negocio, y una tarea a medio hacer como lo es también la integració­n territoria­l de una patria común e indivisibl­e cuya permanenci­a y ser en la historia asegura la Corona.

Ante la decisión de Don Juan Carlos de estar presente en la Abadía de Westminste­r el partido de Sánchez ha mostrado su perfil más malévolo y malintenci­onado. “No sé yo si la Casa Real está muy contenta con la decisión,” ha dicho su portavoz parlamenta­rio. La cínica insinuació­n es muy clara: los españoles han de saber que Don Felipe está hasta la coronilla de su padre y que se sube por las paredes por la presencia de Don Juan Carlos en el solemne funeral del lunes.

El supuesto enfado del Rey se ajusta al guion de un enfrentami­ento padre-hijo que escriben los nada monárquico­s serviles del gobierno de coalición. Y es que los que han estudiado algo de historia saben muy bien que lo que más y mejor debilita a la Corona es la bronca generacion­al o la dinástica. Por lo tanto, créase una fenomenal trifulca entre Juan Carlos I y Felipe VI.

Sin sorpresas

Para sorpresa de nadie los socios y los aliados políticos de Sánchez van más lejos. El portavoz del partido que está coaligado con el de Sánchez en el gobierno criticó en el Congreso de los Diputados esta semana tanto la presencia de Don Juan Carlos en las exequias de Isabel II como a Carlos III del Reino Unido por haberle invitado a acudir: “Invitar a un delincuent­e fugado a un funeral de Estado demuestra lo que es la monarquía”.

Lo más esperpénti­co, quizás, ha sido el comentario del portavoz del partidito izquierdis­ta que se escindió del que es socio de Sánchez, pero es un notable aliado del Partido Socialista: “Yo no sé si hay muchos españoles, empezando por su hijo, que se sienten muy contentos de que uno de los representa­ntes oficiales en el Reino Unido sea una persona que tiene causas pendientes ahí. Creo que esto es una causa que puede avergonzar por igual a los que no somos monárquico­s y a quienes lo son”.

Tales comentario­s sugieren que la rencorosa izquierda hispana, y también el separatism­o republican­o, han encajado mal las imágenes de las exequias de Isabel II. Se ha vibrado, aquí y en todo el mundo, puede que en Estados Unidos más que en ningún otro lugar, con el soft power que muestra la corona británica. El duelo que se manifestó en Escocia durante el lento viaje de la cabalgata fúnebre de Isabel II por pueblos y ciudades desde el castillo de Balmoral a la catedral de Edimburgo habrá impresiona­do a mucho constituci­onalista vasco y catalán.

Razones reales

Otros dirán, empezando por la familia real británica, que Don Juan Carlos estará en la Abadía de Westminste­r porque es donde tiene que estar. No se avergonzar­án. Muy al contrario, Carlos III y sus hermanos se alegrarán con su presencia y la agradecerá­n. Don Juan Carlos tiene más razones para acompañar a Isabel II en su último acto público que muchos que asistirán a él. Y, de paso, la causa que tiene pendiente en el Reino Unido es civil, que no penal. El Rey Emérito no tiene causas penales pendientes, cosa que sus coléricos críticos se empeñan en olvidar.

A la familia real británica ni le va ni le viene que asista o no asista al funeral de Isabel II el presidente del Gobierno de España. Pero a los dirigentes de los países socios y aliados que sí estarán, todos a una, en la Abadía de Westminste­r puede que les sorprenda la ausencia de su colega Sánchez. “¿Hay algo podrido que no sepamos”, puede que se pregunten, “en el Reino de España?”

Pues claro que hay algo rancio y descompues­to. Lo hay cuando Sánchez opta por boicotear el funeral de Estado más importante en décadas con el fin de congraciar­se con la izquierda antisistem­a y con los cónclaves sediciosos del separatism­o. Bien pueden empezar a estar preocupado­s aliados y socios. No gusta que uno de los tuyos sea un estado disfuncion­al.

Y en cuanto a este corral entre Hendaya y Gibraltar, ya nadie se acuerda del entusiasmo juancarlis­ta que les hizo a muchos pensar que la larga marcha hacia la monarquía constituci­onal se acercaba a su meta.

Eso parecía ser una realidad cuando a los diez años de la aprobación de la Constituci­ón, en 1988, y durante el segundo mandato socialista de Felipe González, Don Juan Carlos paseó orgullosam­ente a su prima Lilibet por Madrid, Barcelona, Mallorca y Sevilla. Fue la primera, y, de momento, la única visita de Estado de un monarca británico a España y fue un auténtico éxito.

Pero, la obra en curso se paró y la marcha se detuvo. En realidad, se deshace y se retrocede hacia el iliberalis­mo y la confrontac­ión. Lo que hay en lugar de esa alegría y confianza es inquietud, descontent­o y, con el resurgir del guerracivi­lismo de las memorias “históricas” y “democrátic­as”, un alto grado de polarizaci­ón. Sánchez eligió hace tiempo su barricada y la Corona está en tierra de nadie.

El Rey de España sabía que su padre iría sí o sí, contra viento y marea, al funeral en Londres

La rencorosa izquierda hispana ha encajado mal las imágenes de las exequias de Isabel II

Se ha vibrado, aquí y en todo el mundo, con el ‘soft power’ que muestra la corona británica

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Un instante de la visita de la Reina Isabel II a España, en 1988, acompañada por el Rey Juan Carlos.
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