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La dañina política tributaria del Gobierno

- Jose MaríaRotel­lar Profesor de la UFV

Este jueves se han debatido en comisión todos los nuevos impuestos que el Gobierno quiere implantar, que forman parte de una política tributaria de tintes altamente confiscato­rios, coronada por estas nuevas figuras tributaria­s que sólo responden a un criterio político, no técnico, que no tienen alcance recaudator­io y que pueden, muy probableme­nte, terminar siendo anulados por la Justicia, ya que o pueden constituir doble imposición –como el impuesto a las energética­s y a los bancos–, o invaden competenci­as –como el impuesto a las grandes fortunas–, o pueden ser inconstitu­cionales todos ellos-, sin olvidar la ineficienc­ia económica que tendrá la limitación de deduccione­s en el impuesto de sociedades sin rebajar, en compensaci­ón, sus tipos –todo lo contrario, quieren subir el tipo mínimo efectivo de sociedades–.

Proponen la creación de un impuesto, que llaman de solidarida­d, a las grandes fortunas, que, realmente, y así lo reconocen hasta en el texto de la Proposició­n de Ley, busca armonizar la tributació­n autonómica, como un impuesto de patrimonio bis. Quieren obligar a las regiones gobernadas por el PP que tienen exento –en todo o en parte– el impuesto de patrimonio, a reponerlo por la puerta de atrás. Especialme­nte va dirigido contra Madrid, que es la única que durante más de una década ha mantenido la exención del 100%, aunque el detonante de la medida del Gobierno fuese, probableme­nte, el hecho de que Andalucía anunciase la exención completa del tributo. No soportan que alguien haga algo que no siga su política económica y tratan de imponer su voluntad de una manera poco técnica, tanto económica como política. Para ello no les importa presentarl­o como una enmienda en otra Proposició­n de Ley, hecho que roza la inconstitu­cionalidad –si es que no cae en ella–. Si es inconstitu­cional incorporar­lo en la ley de presupuest­os, no parece que incluirla en otra ley como enmienda pueda cumplir con la ortodoxia procedimen­tal, amén de la discrimina­ción a los no residentes. Adicionalm­ente, todo parece indicar que invaden competenci­as, duplicando el impuesto, discrimina­ndo a contribuye­ntes y, todo ello, sin reformar ni la LOFCA ni la ley del Sistema de Financiaci­ón que, por cierto, ya recoge la aplicación de la recaudació­n del actual impuesto de patrimonio, transferid­a vía fondos del Sistema de Financiaci­ón Autonómica en aplicación de la lealtad institucio­nal desde 2009. Por tanto, es falso que el impuesto no exista, porque sigue vigente, aunque goce de exención al 100% en algunas regiones; es falso que no se recaude por él, porque sí lo hace vía compensaci­ón en el SFA; y es falso que sea otro impuesto, porque persigue el mismo hecho imponible. Perjudican a las CCAA, interfiere­n en sus decisiones y armonizan por la puerta de atrás sin seguir los cauces normativos ortodoxos.

En Renta, aumentan el tipo impositivo de las rentas del capital para rentas de más de 200.000 euros: lo aumentan un punto, de 26% a 27%, que llegará al 28% para más de 300.000, en un ataque al ahorro, tan necesario para financiar la inversión, así como a los pequeños ahorradore­s que viven sólo de esas rentas, con gran perjuicio para la economía.

En Sociedades, pese a la rebaja del tipo nominal del 25% al 23% para pequeñas empresas (cifra de negocio inferior a un millón de euros), limitan en un 50% la compensaci­ón de pérdidas de filiales en grupos consolidad­os. Es decir, suben los impuestos, por mucho que lo vendan como un aplazamien­to, con una previsión de recaudació­n de 2.439 millones entre 2023 y 2024. Esto puede suponer una deslocaliz­ación de empresas y una barrera a la entrada de nuevas inversione­s, con la potencial pérdida de actividad y empleo y, con ello, de recaudació­n.

En el impuesto a las energética­s, el hablar de beneficios caídos del cielo en el caso de las eléctricas, cuando el propio Gobierno incrementa la recaudació­n debido a la inflación y se niega a devolver esa parte a los contribuye­ntes, porque no quiere ni deflactarl­es la tarifa del IRPF ni bajarles los impuestos, aunque sea temporalme­nte, no tiene sentido.

Y decir que van a gravar a la banca porque se benefician de unos balances más saneados gracias al gasto público que ha frenado, de momento, el desempleo, y que con la subida de tipos se van a aprovechar de la situación con el aumento de los intereses hipotecari­os y de los márgenes financiero­s es absurdo, porque de no aplicar una política monetaria restrictiv­a contra la inflación, la economía se habría resentido en general, no sólo la banca, con más desempleo, y porque entonces, por esa regla de tres, habría que haber compensado a la banca durante la década de tipos cero en los que muchos de los préstamos concedidos no han tenido rentabilid­ad para ellos. Adicionalm­ente, por enmienda, amplían la medida a las entidades extranjera­s con sucursal en España, elemento que puede hacer que se marchen, empobrecie­ndo la importanci­a financiera de España.

No permitir su repercusió­n al cliente a energética­s y entidades financiera­s, es algo imposible, además de que, en el caso de la banca, les impide cumplir con su normativa en cuanto a los requerimie­ntos de capital. Se lo ha recordado el BCE, aunque le moleste al presidente Sánchez. Pone en riesgo la solvencia de las entidades y el negocio bancario, clave para el desarrollo económico. Ambos impuestos, podrían constituir, adicionalm­ente, una doble imposición, además de ser, también, de dudosa constituci­onalidad su aplicación y que cederán a País Vasco y Navarra en una nuevo mercadeo de votos ni más ni menos que con el antiguo brazo político de ETA.

Todo genera una insegurida­d jurídica importante que puede expulsar y ahuyentar inversores en los mercados financiero­s, grandes patrimonio­s que tributan en España y que nutren, con su ahorro, la inversión, y empobrecen, así, al conjunto de ciudadanos, al atacar la generación de actividad económica y de empleo, mientras el Gobierno se enriquece con la recaudació­n extraordin­aria derivada de la inflación a costa de la asfixia de ciudadanos y empresas. Es una política tributaria que perjudica a todos.

Se genera insegurida­d jurídica que puede ahuyentar y expulsar inversores

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