Ucrania y el apaciguamiento
Lo que quieren Zelenski, Ucrania, Polonia y los Estados del Báltico es el colapso definitivo de un imperio ruso reinventado. Lo que quieren las comodonas democracias liberales es evitar la escalada y no digamos el empleo de armas nucleares. Por eso se red
La muy desagradable realidad de los conflictos que trastornan nuestro incrédulo tiempo es que, en la lucha entre el bien y el mal, los mejores carecen de convicción. Los “mejores” son los “nuestros”, son los de las comodonas, perezosas, prósperas y envejecidas democracias liberales que andan ligeros de valores y no quieren líos.
La realidad es que cuanto más de su territorio recupera Ucrania de las garras rusas, más presión negociadora, mejor dicho, apaciguadora, se amonta sobre Volodímir Zelenski, presidente del pueblo épico que lucha por su soberanía. Cuantas más victorias gana la Ucrania libre en el campo de batalla, más nerviosos se ponen los aliados del mundo libre. Y esto es muy irónico porque, al margen de la heroicidad de los ucranianos, los triunfos se deben al masivo envío de armamento al gobierno de Kiev por parte de la democracias liberales.
“Vale Volodi”, le dicen ahora a Zelenski desde Washington y desde Bruselas donde lo dicen particularmente los que tienen el alemán como lengua materna. “Hemos estado hombro con hombre contigo, sabemos muy bien lo que ha sufrido tu pueblo, pero también los nuestros, que necesitan gas barato para poner la calefacción a tope, han hecho sacrificios. Y ya está bien. Nuestras economías entran en recesión, nos estás saliendo muy caro y hay que dejar de pegar tiros”.
La claridad del mensaje es cristalina: “Ahora tú tranquilito Volodi porque nosotros estamos hablando con Moscú. Te aseguramos que un cese de fuego va a ser muchísimo mejor para todos. Recibirás dentro de los confines de unas fronteras que acordaremos con Moscú una ayuda nunca vista. Te vamos a enviar a incontables Mr. Marshall que van a reconstruir tus ciudades y tus infraestructuras. No pasarán de largo. Pero ya no esperes más municiones ni misiles tierra aire”.
Las guerras acaban de dos maneras. Está la de la rendición incondicional cuando “cautivo y desarmado” el enemigo y alcanzados “los últimos objetivos militares”, se produce la capitulación total. Esto, a ojos de los estrategas militares del mundo libre, no va a ocurrir en ese patio trasero de Rusia que Moscú llama su “extranjero cercano”. Ni Vladímir Putin, cercado en su búnker, se mezclará un letal cóctel de cianuro.
La otra manera del poner fin a una guerra es la de una cesión de hostilidades y el compromiso de lograr una paz negociada. Y no hay que ser ingenuo. De eso discutieron, el lunes, el director de la CIA cuando se vio con su homólogo ruso en Estambul. Fue el primer encuentro de altos cargos de los dos países desde el comienzo de la guerra el pasado 24 de febrero y el tema de la reunión fue la gestión de riesgos, los nucleares, sobre todo. De ello conversaron también ese mismo día Joe Biden y Xi Jinping cuando se vieron en Bali antes de comenzar la cumbre del G20.
¿Cómo enfocaron la conversación los dos super espías y ambos colosos, el estadounidense y el chino, del universo cuando se vieron cara a cara? De la puesta en escena se encargó la semana anterior el jefe del Estado Mayor norteamericano cuando dijo que la llegada del invierno a la estepa podía ofrecer una posibilidad para negociar y que Ucrania quizás nunca podría expulsar a las fuerzas rusas de su territorio. Las declaraciones del mando militar de su principal aliado le sentaron fatal a Zelenski.
La guerra en Ucrania extendió una especialmente sombría sombra sobre la fiesta diplomática de los grandes en Bali, Indonesia, porque con un notable sentido de oportunidad las sesiones de los veinte grandes coincidieron con la espectacular recuperación por la tropa ucraniana de la estratégica ciudad de Jherson, a orillas del Mar Negro y del rio Dniéper, que fue ocupada por el ejército ruso en marzo. Y coincidieron con la muy cruda respuesta rusa que consistió en una tormenta de misiles. En un peligrosísimo incidente, aun no aclarado, el tsunami incluyó la explosión de un misil en Polonia que mató a dos civiles.
Tensión
El mundo libre se movilizó para rebajar la enorme tensión que creó el incidente, es decir, para gestionar el riesgo, y a Biden le faltó tiempo para decir desde Bali que el misil no era ruso. Por boca del jefe de la OTAN, el noruego Jens Stoltenberg, las democracias liberales dijeron que no había “ninguna indicación” de que el misil que cayó en Polonia, país miembro de la Alianza Atlántica, fuese un “ataque deliberado”. Stoltenberg dijo que probablemente el proyectil fue disparado por una unidad de defensa aérea ucraniana. Puede que sea así, pero Zelenski dijo que el misil no era ucraniano cuando sus aliados no tenían ningún interés en decir que era ruso.
Al presidente de Ucrania, que es el líder más carismático desde que se tiene una memoria directa, no le pudo extrañar la reacción de Biden, de Stoltenberg y de los demás. Fue lo que cabía esperar cuando aumentan las presiones apaciguadoras para que se siente a negociar la paz. Su réplica cuando apuntó el dedo acusador a Moscú tampoco pudo sorprender a las democracias liberales.
El contraste ilustra la contradicción de fondo que enmarca la lucha que dura ya nueve meses de un pueblo que quiere la democracia liberal contra un agresor totalitario. Se le arma para que se defienda, pero se teme que si defiende “demasiado bien” el conflicto excederá la fronteras ucranianas.
Zelenski, que es el primero en entender lo que está en juego, anunció desde Jherson a los reunidos en Bali que la liberación de la ciudad era “el principio del final de la guerra”. Intencionadamente se dirigió a lo que llamó los “diecinueve” para subrayar que excluía del club G20 a Rusia cuyo presidente, Vladímir Putin, no se dignó en acudir a la cumbre. Y su anuncio estaba dirigido principalmente a Biden.
La afirmación del “principio del final” de Zelenski evidentemente pone en un aprieto a las democracias liberales. Y la frase no pudo menos que recordarle al anciano presidente de los Estados Unidos lo que dijo en un contexto no muy distinto el personaje carismático de una época anterior que fue Winston Churchill.
Cuando al año y medio de haber comenzado los masivos bombardeos de la aviación nazi sobre Reino Unido la tropa británica por fin consiguió una clara victoria sobre los alemanes en el norte de África, Churchill dijo “ahora no es el final [de la guerra]”. A continuación, el Zelenski de la Segunda Guerra Mundial dijo: “no es si quiera el principio del final. Pero, si es, quizás, el final del principio”.
La reconquista de Jherson
La reconquista de Jherson sugiere que, al igual que la pulverización en estas fechas de 1942 de las unidades de la Afrika Korps de la Wehrmacht durante la durísima batalla El Alamein, Egipto, los ucranianos no han conseguido el “final” de la guerra, que sería la liberación su país, pero sí el final de ese principio que fue la invasión que ordenó Putin.
Por mucho que le pese y le inquiete al presidente de Ucrania, si, efectivamente, se está en el “principio”, sigue abierto lo que será el “final”. Esto es porque al contemplar lo que podría ser esa terminación, surgen las divergencias entre los que envían armas al campo de batalla y los que las emplean.
Lo que quieren Zelenski, Ucrania y sus países fronterizos, Polonia y los estados del Báltico, es una total y completa destrucción de la Rusia de Putin similar a la que tuvo lugar cuando se abolió la Alemania de Adolf Hitler. Quieren el colapso, ya definitivo, de un imperio ruso que se reinventó cuando se deshizo la Unión Soviética en 1991.
Lo que quieren las comodonas, prósperas etc. democracias liberales es evitar a toda costa la escalada, y no digamos el empleo de armas nucleares, de la guerra en Ucrania. Por encima de todo hay que huir del Armagedón, que dice Biden.
Por eso se redobla la presión de los apaciguadores sobre Zelenski: “Olvídate de Crimea, Volodi, y de Donetsk y de Luhansk y de la costa del mar de Azov. No vayan a caer más misiles extraviados en Polonia. Siéntate a negociar. Tú has ganado, pero Putin no puede perder”.
El mundo libre se movilizó para rebajar la tensión que creó el incidente en la frontera polaca
Cuanto más de su territorio recupera Ucrania, más presión negociadora recibe