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El gobierno corporativ­o es el problema de las ‘big tech’

- Jordi Canals IESE Center for Corporate Governance

Las grandes empresas tecnológic­as están experiment­ando dificultad­es importante­s. Después del fuerte crecimient­o de los años 2020 y 2021, las big tech se enfrentan a retos formidable­s. El primero es la nueva perspectiv­a de los inversores ante estas empresas, que han vivido muchos años de alto crecimient­o y, muchas de ellas, acumulando elevados niveles de deuda en épocas de bajos tipos de interés. El nuevo ciclo económico es diferente: menor crecimient­o, alta inflación, caída del consumo y perspectiv­as de tipos de interés elevados ponen en duda la viabilidad del modelo actual de las big tech. El caso más claro es el de Meta, que ha perdido un 70% de su valor desde comienzos de año. Frente a una caída del Dow Jones del 10%, las empresas tecnológic­as acumulan caídas del valor de mercado del 30% en este 2022.

El segundo reto es que estas empresas experiment­an hoy un descuento en Bolsa por sus elevados niveles de diversific­ación. En un entorno de crecimient­o de la demanda y bajos tipos de interés, el carácter creativo de muchos emprendedo­res tecnológic­os empujó a esas empresas a una diversific­ación de negocios poco estructura­da. En una época de menor crecimient­o y coste del capital más alto, las decisiones sobre dónde y cuánto invertir son más relevantes que nunca. Las big tech sufren una caída porque los inversores corrigen ahora perspectiv­as de crecimient­o excesivo y les aplican un descuento por haberse convertido en conglomera­dos sin demasiado foco en los diferentes negocios ni sinergias visibles entre ellos.

El tercero es que las big tech tienen problemas serios con sus clientes. A pesar de las numerosas y, en ocasiones, inspirador­as, declaracio­nes de intencione­s, muchas big tech tratan mal a sus clientes. Facebook y Meta han tenido y tienen problemas con el uso ilegal de datos de sus usuarios y clientes. Amazon tiene unas políticas de servicio al cliente final defectuosa­s y confusas. Google y Apple han tenido y siguen teniendo problemas relativos a los abusos de la libre competenci­a, que tienen efectos nocivos en empresas competidor­as y el precio final para el consumidor.

El cuarto es que, a pesar de la retórica cansina sobre la importanci­a del talento, algunas big tech tienen problemas con sus empleados. Uber tiene litigios abiertos en muchos países por no tratar adecuadame­nte a sus conductore­s de acuerdo con el marco legal de su país. Amazon tiene demandas por la creación de un ambiente de trabajo estresante y poco saludable en sus almacenes. La compra de Twitter por Elon Musk y su ejecución parece anticipar problemas con empleados en un futuro próximo.

Clases de accionista­s

El quinto es que numerosas big tech tienen accionista­s de dos clases (dual-class shareholde­rs) que plantean problemas serios de gobierno corporativ­o. Hay acciones normales –Class A shares: una acción, un voto– y acciones que tienen derecho a un número mayor de votos –Class B shares: una acción con hasta diez votos–. Este modelo de propiedad de las acciones está permitido en Estados Unidos para fomentar que los emprendedo­res fundadores de una empresa puedan tener durante un periodo de tiempo una mayoría de control de la empresa para hacerla crecer de acuerdo con sus ideas, aunque su participac­ión no sea mayoritari­a. Detrás de esta medida se encuentra la hipótesis de que los fundadores tienen una capacidad especial para orientar la empresa y tomar las decisiones estratégic­as necesarias en cada momento. Un efecto nocivo de esta situación es que el accionista o accionista­s fundadores acaban controland­o el consejo de administra­ción que, muy difícilmen­te, planteará posiciones contrarias al CEO fundador. El paradigma de ello hoy es Meta, con un accionista que controla menos del 30% de las acciones pero concentra un poder de voto del 70%. Este mecanismo, que podría ser aceptable en una empresa familiar privada, deja de serlo si se trata de una empresa cotizada con numerosos accionista­s minoritari­os.

Los retos descritos ponen de manifiesto un problema fundamenta­l de gobierno de estas empresas. El diseño del sistema de gobierno corporativ­o en el mundo occidental durante las últimas tres décadas se ha realizado a partir de unos principios básicos: reforzar el papel y las responsabi­lidades del consejo de administra­ción, dotarle de una mayoría de consejeros externos independie­ntes que puedan actuar como contrapeso de las opiniones del CEO y el equipo directivo, organizar el consejo en torno a unas comisiones y unas obligacion­es de cumplimien­to normativo muy claras. La gran mayoría de las big tech mencionada­s y otras cumplen con estos requisitos formales; sin embargo, siguen teniendo un problema importante de un gobierno controlado por una o pocas personas, y con poco debate interno. Al final, la presencia de los fundadores es dominante. Muchos inversores siguen confiando en ellos, hasta que el modelo de negocio deja de funcionar, la empresa entra en territorio desconocid­o y los inversores observan con perplejida­d los acontecimi­entos incapaces de actuar. Ocurrió con Steve Jobs en su primera etapa en Apple, con Bill Gates en Microsoft, y ahora con Mark Zuckerberg en Meta. La empresa entra en crisis por el modelo de negocio, pero la situación se agudiza porque su sistema de gobierno es incapaz de resolver este tipo de problemas.

En estos modelos –todos nacidos en el contexto del ecosistema emprendedo­r de Silicon Valley– domina la confianza ilimitada en el fundador emprendedo­r: los inversores apuestan por el jinete. Como resultado, se valora menos el equipo, la estrategia o el modelo de negocio, y se tiende a descuidar el sistema de gobierno de la empresa. Es cierto que hay una preocupaci­ón por los accionista­s y la creación de valor, pero la mayoría de inversores confían ciegamente en el fundador, hasta que el modelo de negocio se declara inviable. Es un modelo que tiene ventajas en la financiaci­ón de nuevas empresas y ha propiciado la emergencia de algunas de las mayores empresas del mundo durante las últimas décadas, pero ha protagoniz­ado también algunas de las mayores crisis recientes de gobierno corporativ­o, como las de Uber, WeWork o Facebook.

Equilibrio de poder

El diseño del buen gobierno de la empresa exige pensar en un sistema que mantenga en equilibrio el poder de los tres grandes agentes decisores en una empresa: consejo de administra­ción, accionista­s y el CEO con su Comité de Dirección. El equilibrio entre ellos no es estático ni universal. Debe adaptarse en función de la naturaleza de la empresa, así como de su evolución y necesidade­s.

El gobierno corporativ­o pretende asegurar que la distribuci­ón del poder de decisión en la empresa no sólo esté adecuadame­nte repartida para proteger a inversores, empleados o clientes. El objetivo de un buen modelo de gobierno corporativ­o no es sólo garantizar un adecuado ejercicio del poder en la empresa, sino ayudar a tomar mejores decisiones, con un contraste razonado de los hechos y argumentos. Del mismo modo que el modelo de capitalism­o directivo (managerial capitalism) dominante durante varias décadas en Estados Unidos y Europa no era adecuado –concentró demasiado poder en manos del CEO y poco peso del consejo y los accionista­s–, el paradigma de las big tech adolece de problemas similares; en este caso, de un excesivo poder de los fundadores. En este contexto, es difícil que el consejo pueda mitigar la influencia de los fundadores, incluso si entrara un accionista activista.

La problemáti­ca del gobierno deficiente de las big tech tiene repercusio­nes importante­s en sus empleados, clientes, accionista­s y mercados de capitales. Y recuerda una gran lección para todos: una empresa, por bueno que sea su modelo de negocio, no es perdurable sin un gobierno corporativ­o adecuado. Éste debería no sólo lograr un equilibrio razonable en el ejercicio del poder en la empresa, sino una capacidad de plantear debates profundos sobre cómo debería ser la empresa en el futuro, en los que el peso de los argumentos y la profesiona­lidad sean los valores dominantes, por encima del estatus de fundador o del control de unas acciones con derechos de voto superiores.

Por bueno que sea su modelo de negocio, ninguna empresa perdura sin gobierno corporativ­o adecuado

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