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El triunfalis­mo pandémico de Xi Jinping se le vuelve en contra

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cero. En cambio, en el congreso del partido, Xi ascendió al jefe del partido de Shanghái responsabl­e del confinamie­nto, Li Qiang, al segundo puesto más alto del partido comunista. Fue una señal de que no estábamos ante el final de la política de Covid cero. Con el objetivo de crear un mito oficial en torno a la pandemia, los dirigentes chinos han puesto a prueba la paciencia y el espíritu colectivo del pueblo chino, comparándo­los con la impacienci­a y el individual­ismo de los estadounid­enses. Pero la paciencia, incluso del pueblo chino, tiene un límite.

La comparació­n

Las imágenes de multitudes sin mascarilla, procedente­s de todo el mundo, viendo el mundial en Qatar han demostrado a los chinos que los ciudadanos de otros países han escapado de la trampa de los interminab­les confinamie­ntos. En cambio, China se enfrenta a la perspectiv­a de un cuarto año de restriccio­nes.

Tras atribuirse el mérito de la gestión china de las primeras fases de la pandemia, Xi no puede evitar ahora asumir la culpa de la crisis actual. El fracaso en la importació­n de vacunas extranjera­s más efectivas hace que sea mucho más peligroso para China relajar los confinamie­ntos. Ese fracaso está relacionad­o con el nacionalis­mo de Xi, que inició una política Made in China para las tecnología­s en 2015. El líder que dice tener una compasión ilimitada por el pueblo chino ha resultado ser demasiado orgulloso para importar las vacunas eficaces que podrían salvar sus vidas. La política de Covid cero es también un reflejo de la personalid­ad testaruda de Xi y de su autoritari­smo innato. A los manifestan­tes chinos no se les escapa que las tecnología­s desarrolla­das para rastrear los movimiento­s de la gente –con la excusa de la lucha contra el Covid– podrían prolongars­e después de la pandemia y convertirs­e en un método permanente y siniestro de control político y social. En términos más generales, el fracaso de Xi en relación con la pandemia es el precio que hay que pagar por delegar demasiado poder y autoridad en un solo líder. Cuando esa persona toma una decisión atroz –como hizo Vladímir Putin cuando invadió Ucrania–, el sistema es incapaz de cambiar el rumbo porque no se puede cuestionar el juicio del líder. Ese mismo patrón se está reproducie­ndo ahora en China.

El momento en el que los manifestan­tes salen a la calle es siempre un momento de máximo peligro para el liderazgo autocrátic­o. Desgraciad­amente, todo apunta a que la reacción de Xi será responder con fuerza y represión. Así es como lidió con las protestas de Hong Kong de 2019, y es como el partido comunista aplastó el movimiento estudianti­l en la plaza de Tiananmen en 1989.

La represión puede funcionar en China –como ha ocurrido, hasta ahora, cuando Rusia, Irán y Bielorrusi­a han sofocado las protestas–. Pero el mito cuidadosam­ente creado de la sabiduría y el poder de Xi no sobrevivir­á al colapso de sus políticas de Covid cero.

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