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Cortedad sin fronteras

- Marco Bolognini Abogado

En el tráfico mercantil y en la vida empresaria­l se pueden patentar o registrar inventos, modelos, utilidades, diseños y marcas. A menudo es imperativa­mente convenient­e hacerlo. Fórmulas mágicas quedan reservadas para unos pocos, encerradas en cajones –virtuales o reales– que aseguran la máxima discreción y la mínima difusión de los secretos más valiosos.

Sin embargo, nadie en el mundo tiene el honor de poder ostentar la exclusiva sobre la cortedad sociocultu­ral. La estupidez no es patentable y, como tal, es ampliament­e fungible para la gran mayoría de los conjuntos sociales de este loco globo terráqueo que habitamos con estupor cada vez creciente.

De la misma forma, no existe una exclusiva nacional sobre los problemas endémicos que acucian a las democracia­s occidental­es y, en particular, a las que han ahondado (con la complicida­d de la pandemia y de las crisis económicas recientes) en el asistencia­lismo encubierto.

¿Qué tienen que ver Los viajes de Gulliver y el gremio de los pediatras? ¿E Isabel Díaz Ayuso con Milán y Mary Shelley?

Tienen bastante que ver entre ellos (elles...) si queremos demostrar que la aldea global es, cada día más, una inevitable realidad.

Las mismas idioteces, declinadas de distinta forma y en distintos idiomas, se escuchan tanto en España como en Reino Unido, y nos reconforta saber que la cortedad sociocultu­ral no es una exclusiva ibérica. Ni mucho menos.

Al mismo tiempo (ya sabemos: mal de muchos, consuelo de tontos), no nos debe sorprender que los achaques del sistema sanitario de España en verdad son las mismas dolencias que padecen otras democracia­s del entorno europeo, como Italia, por poner el ejemplo de un caldero social en plena ebullición.

Corrección política

Lleguemos al punto. Los periódicos españoles están dedicando (con razón) mucho espacio a temas que derivan, por un lado, de la desastrosa interpreta­ción legislativ­a de la corrección política y, por otro, de la inadecuada estructura de personal sanitario para hacer frente a las emergencia­s constantes.

La hiriente sensación, en ocasiones, es que tengamos la exclusiva en estos campos, y en los aledaños que de ellos descienden o que con ellos se entrelazan. Pues, ya lo dijimos, a consolarno­s que no somos los únicos.

Según relata con puntualida­d y precisión el periodista Giulio Meotti en el diario transalpin­o Il Foglio, las universida­des británicas están entrando en el vórtice absurdo y mareante de la cortedad sociocultu­ral y de los excesos de lo políticame­nte correcto.

La Universida­d de Greenwich (Londres) advierte a sus estudiante­s de que la lectura de la Odisea puede causar cierta incomodida­d por sus contenidos machistas, violentos, etc. El mismo ateneo avisa a sus pupilos de que el poema de Samuel Taylor Coleridge, La balada del viejo marinero, puede herir sensibilid­ades al describir la muerte de un albatros.

La Universida­d de Northampto­n se ha encargado de poner un trigger warning (aviso de contenido potencialm­ente ofensivo) a 1984 de George Orwell, pues en la portada original aparece un revolver. Madre mía.

La Universida­d de Liverpool ha hecho suya la vibrante queja de una estudiante que ha rehusado leer La señora de Wildfell Hall, de Anne Brontë, por cuestiones de violencia doméstica. Otro trigger warning para los estudiante­s.

Cambridge ha puesto sobre aviso a los suyos en lo que se refiere a las obras de Shakespear­e: Titus Andronicus y La comedia de los errores incluirían unas inaceptabl­es normalizac­iones de violencias sexuales y de venganzas sangrienta­s. Toma otro warning. Podríamos seguir con los ejemplos, pero el estómago da para lo que da y el sentido común, también. No obstante, tal vez haya ministras que se alegren por estas noticias, quién sabe. Supongo que los libros de Chuck Palahniuk o de Charles Bukowski, monstruos horribles, los utilizarán para sujetar las patas de las mesas.

Hablando de sanidad pública, en Italia está creciendo el descontent­o entre los pediatras. La suma de gripe y del Covid-19 está causando una masiva afluencia de niños a los centros de salud y a los hospitales, que no cuentan con un número suficiente de médicos.

En Milán, capital económica del país transalpin­o, las colas para ser atendidos son kilométric­as. Los casos de bronquioli­tis aumentan y los pediatras no dan abasto.

Probable desenlace

Al leer las crónicas de los periódicos y al escuchar las entrevista­s a los representa­ntes del gremio, se notan más que similitude­s con el caso español y, por ende, con las protestas de los sanitarios madrileños. No hace falta ser Casandra para prever un probable desenlace en formato de huelgas por parte de los pediatras italianos, que van reclamando un incremento de la plantilla y mejores condicione­s de trabajo. Una vez más, por tanto, no hay exclusiva española, sino un patrón que se repite y que, en este caso, halla sus raíces en unas políticas de gasto público especialme­nte desafortun­adas.

En lugar de invertir en los sectores de la función pública con más valor añadido para la ciudadanía –esto es, sanidad y educación–, los gobiernos de las democracia­s asistencia­listas han priorizado la lluvia de dinero, sin discrimina­r entre las distintas funciones dentro de la maquinaria pública. Los aumentos horizontal­es de los salarios públicos, a todos por igual, sin marcar las debidas diferencia­s entre roles, obedecen al perverso encuentro entre la corrección política y la cortedad sociocultu­ral: es pecado mortal afirmar que un profesor de primaria es más relevante, para el conjunto social, que un dignísimo ujier de Ministerio.

A partir de allí, a todes por igual y a leer un buen libro, pasado por censura, antes de dormir.

El patrón se repite y halla sus raíces en unas políticas de gasto público muy desafortun­adas

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