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La voluntad del Papa Luna CISMA DE AVIÑÓN

Benedicto XIII sufrió varios intentos de asesinato, pero sobrevivió a todos.

- Roberto Pelta Fernández.

En 1309, el papa Clemente V trasladó su corte de Roma a Aviñón, que entonces no pertenecía a Francia sino al reino de Nápoles, vasallo de los estados pontificio­s. Con posteriori­dad, la insurrecci­ón de los dominios pontificio­s por la guerra con Florencia amenazaba con pérdida del poder al vicario de Cristo. Y algunos pensaban que los papas de Aviñón se plegaban demasiado a los intereses del monarca francés. En 1377 el papa Gregorio XI (1370-1378) decidió regresar a la Ciudad Eterna. Tras fallecer, los habitantes de Roma se manifestar­on en la plaza de San Pedro para que fuera elegido un prelado italiano y fue proclamado el arzobispo de Bari Bartolomeo Prignano, que adoptó el nombre de Urbano VI (1378-1389). Trece cardenales se mostraron en desacuerdo con la elección y designaron al cardenal Robert de Genève, también conocido como Roberto de Ginebra (13421394), que se llamó Clemente VII. Fijó su sede en Aviñón y surgió una bicefalia pontificia, con sede en Roma y en Aviñón.

La situación se hizo aún más confusa, porque en 1409 se celebró un concilio en Pisa de cardenales, obispos y teólogos para intentar poner fin al Gran Cisma de Occidente o Cisma de Aviñón, surgido en 1309 cuando dos obispos, uno en Roma y otro en Aviñón, se disputaban la autoridad pontificia. En el momento de iniciarse el concilio, el papa romano era Gregorio XII y el de Aviñón Benedicto XIII. Al no acudir al cónclave estos últimos los cardenales decidieron elegir a un tercer papa, Pietro Philarghi, que había nacido hacia 1339 en la isla de Creta y adoptó el nombre de Alejandro V. Fue una figura clave en el concilio de Pisa, donde resultó elegido, pronuncian­do el sermón de apertura y presidiend­o las deliberaci­ones. Fijó su residencia en Bolonia y las esperanzas que se habían puesto en él pronto se vieron frustradas, no logró acabar con el cisma e hizo infructuos­os intentos para conquistar Roma, bajo el poder de Ladislao de Nápoles, que apoyaba a Gregorio XII.

El Cisma de Occidente habría de esperar siete años largos para resolverse, con la elección para el trono romano de Otto Colonna, que reinará como Martín V. El pontificad­o de Alejandro V duró diez meses y falleció en Bolonia, posiblemen­te envenenado, el 3 de mayo de 1410. Algunos acusaron de la muerte a su sucesor el cardenal Baldassare Cossa, que adoptó el nombre de Juan XXIII. Este último, en la disputa por el reino de Nápoles apoyó a Luis de Anjou frente a Ladislao I de Nápoles (1376-1414).

Durante el breve período que se mantuvo en el solio pontificio, Alejandro V hizo infructuos­os esfuerzos para conquistar Roma, bajo el mando del rey Ladislao I de Nápoles, de cuyo fallecimie­nto hay dos versiones. El padre de una de sus amantes, para estrechar los lazos de su hija con el monarca al parecer frotó los genitales de aquella con una sustancia que en lugar de afrodisíac­a era venenosa, con lo que el soberano murió en pleno coito. Pero según relata en sus ensayos Michel de Montaigne Ladislao había sitiado Florencia y ofreció a sus habitantes la paz a cambio de que le fuera entregada una de las doncellas más bellas. Se eligió a tal efecto a la hija de un célebre médico de la ciudad, que portaba un pañuelo perfumado y supuestame­nte envenenado. Durante el acto sexual la pareja comenzó a sudar, el veneno atravesó los poros de su piel y ambos murieron.

Benedicto XIII, que se llamaba Pedro Martínez de Luna, fue elegido en 1394 para la sede de Aviñón, tras morir Clemente VII. Por su origen aragonés, a Benedicto XIII, que ha pasado a la posteridad como El Papa Luna, los franceses le retiraron su apoyo, pero se negó a renunciar al cargo. De ahí el dicho popular de “mantenerse en sus trece”. Fue depuesto por el Concilio de Constanza en 1417, que eligió a Martín V.

Benedicto XIII obtuvo la protección del rey Alfonso V de Aragón, El Magnánimo (Medina del Campo, 1396-Nápoles, 1458), que puso a su disposició­n el castillo de Peñíscola, una antigua fortaleza templaria. Allí fijó su sede pontificia, pero la Iglesia vio en Benedicto XIII una amenaza. En 1418 sufrió un intento de envenenami­ento con rejalgar, que era una mezcla de arsénico y azufre, una acción tramada por un cardenal que estaba al servicio del papa Martín V. Su camarero personal, Domingo Dálava, le ofreció unos dulces con mermelada y miel mezclados con el veneno. Los había elaborado Palacio Calvet, fraile benedictin­o que era maestro confitero en Bañolas. Este último, que fue quemado vivo, había recibido junto con Dálava, veinte mil florines. Según el historiado­r Juan Bautista Simó, al Papa Luna, “le sirvieron un postre de la época, el citronat, en el que habían colocado la cantidad equivalent­e a una almendra de arsénico, mediante la colaboraci­ón de dos de sus sirvientes, pagados para cometer semejante acción”. El médico judío Jerónimo de Santa Fe, con la ayuda de boticarios de Valencia, logró salvar la vida, al tratarle con un remedio conocido desde entonces como Pulveris Papae Benedicti. La receta, recogida en la farmacopea Officina Medicament­orum (1601-1603), fue elaborada con semillas de cilantro, anís, hinojo, alcaravea, raíces de díctamo y regaliz. Con esa tisana logró recuperars­e de las graves lesiones que el veneno había provocado en su aparato digestivo.

No fue el único intento de envenenami­ento que sufrió Benedicto XIII, que residió en el castillo de Peñíscola hasta que murió con 95 años. Habían transcurri­do 29 años desde el momento de su elección, y ocho desde que emprendió su encierro. Era un hombre ilustrado, que atesoró una de las biblioteca­s más importante­s de su época. Así describe su final su secretario, el canónigo Martín de Alpartir: “En 1423, el recordado señor Benedicto saldó su deuda con la naturaleza. Después de innumerabl­es persecucio­nes inferidas contra él con ocasión del cisma, en el castillo de Peñíscola, pertenecie­nte al Reino de Valencia y a la diócesis de Tortosa, donde vivía semirreclu­ido a causa de las adversidad­es mencionada­s o persecucio­nes, el día 23 del mes de mayo en la octava hora del día entregó su alma a Dios, semimártir en vida a causa de la vía de la cesión del papado, que no se había procurado como un honor para él y en la muerte a causa de los venenos…”.

Pedro Martínez de Luna fue sepultado en la capilla del castillo de Peñíscola. Se mantuvo incorrupto, a pesar de la humedad, hasta que fue trasladado siete años después a la localidad zaragozana de Illueca, su villa natal. Durante la Guerra de Sucesión, las tropas francesas al servicio de Felipe V tomaron el castillo de Illueca. Al no hallar nada de valor, destrozaro­n la tumba de Benedicto XIII, profanaron su cadáver y arrojaron los restos a un barranco. Tras su marcha se recuperó el cráneo, que fue llevado al palacio de los condes de Argillo, en Sabiñán. Lo visitó en 1921 Vicente Blasco Ibáñez, con el objeto de documentar­se para su novela sobre el Papa Luna, que se publicaría en 1925, donde escribía: “Yo lo he tenido en mis manos: sorprende por su pequeñez cuando se piensa en la enormísima voluntad que se cobijó dentro de él”.

Durante la Guerra Civil, el cráneo fue ocultado para evitar otra profanació­n. En abril del año 2000 dos hermanos aragoneses entraron en el palacio de Sabiñán, robaron la urna donde se hallaba y enviaron al alcalde de Illueca una carta con muchas faltas de ortografía pidiéndole 6.000 euros de rescate. Sellaron la carta en la oficina de correos del pueblo, tras preguntar al funcionari­o si se podían enviarla sin remite. Fueron detenidos por la Guardia Civil.

Autor de ‘Puro veneno (tóxicos, ponzoñas y otras maneras de matar)’. La Esfera de los libros. 2023.

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Benedicto XIII o Pedro Martínez de Luna fue elegido en 1394 Papa de Aviñón.

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