Expansión Catalunya - Sábado - Fin de Semana

Alemania necesita cambiar su modelo de negocio

Desde el verano, las empresas alemanas intentan adaptarse a la drástica reducción del gas ruso. Casi todas se han pasado al petróleo y han optado por recortar la producción.

- Guy Chazan / Patricia Nilsson.

La sede de Basf en Ludwigshaf­en es un hervidero de actividad. Del tamaño de una pequeña ciudad, es el mayor complejo químico integrado del mundo. Dispone de una de las mayores depuradora­s de aguas residuales de Europa y tiene su propio hospital y su propio cuerpo de bomberos.

La razón de ser de Ludwigshaf­en es el gas natural. Es la sustancia que recorre su red de tuberías, el combustibl­e que alimenta sus centrales eléctricas y la materia prima de sus procesos químicos. Y la guerra de Rusia en Ucrania ha dejado fuera de combate a su principal proveedor.

La primera respuesta de Basf a la escalada del precio del gas fue cerrar su planta de amoníaco y reducir la producción de su fábrica de acetileno, lo que dificultó la producción de dos componente­s químicos básicos utilizados para una serie de productos fundamenta­les para las cadenas de valor de la industria moderna.

“Los altos precios del gas natural han creado una situación en la que importar amoniaco del extranjero resultaba más barato que fabricarlo nosotros”, explica Uwe Liebelt, director de las plantas europeas de Basf.

En octubre, la empresa llegó a la conclusión de que el encarecimi­ento de la energía había minado hasta tal punto la competitiv­idad europea, que tendría que transforma­r toda su actividad.

El consejero delegado, Martin Brudermüll­er, anunció que Basf reduciría su plantilla en Europa “lo antes posible, y también de forma permanente”. La mayor parte de los recortes se efectuarán en la planta de Ludwigshaf­en.

Basf no es la única compañía afectada. Desde el verano, empresas de toda Alemania intentan adaptarse a la drástica

Algunas empresas se plantean trasladar sus sedes a países donde la energía sea más económica

reducción del gas ruso. Casi todas se han pasado al petróleo y, como último recurso, han recortado la producción. Algunas incluso se están planteando trasladar sus operacione­s a países donde la energía es más económica.

Esto está provocando una gran preocupaci­ón por el futuro de la industria alemana y por la sostenibil­idad del modelo empresaria­l del país, que durante mucho tiempo se ha basado en la energía barata garantizad­a por un abundante suministro de gas ruso.

Constanze Stelzenmül­ler, directora del Centro para Estados Unidos y Europa de la Brookings Institutio­n, cree que Alemania es un ejemplo de un Estado occidental que hizo una “apuesta estratégic­a” por la globalizac­ión y la interdepen­dencia, y que ahora sufre las consecuenc­ias.

En junio Stelzenmül­ler escribió que “Alemania externaliz­ó su seguridad a Estados Unidos, su crecimient­o basado en las exportacio­nes a China y sus necesidade­s energética­s a Rusia”.

“Ahora se encuentra en una posición tremendame­nte vulnerable, en un siglo XXI caracteriz­ado por la competenci­a entre grandes potencias y una creciente militariza­ción de la interdepen­dencia, tanto por parte de aliados como de adversario­s”, añade.

En muchos sentidos, Basf es el ejemplo de lo que Stelzenmül­ler expuso. Durante muchos años, ha dependido del gas ruso canalizado: Brudermüll­er reconoció en

abril que constituía “la base de la competitiv­idad de nuestra industria”.

Y cada vez está más vinculada a China, que ahora representa 12.000 millones de euros de sus ingresos anuales. Ahora mismo, Basf está levantando un complejo químico de 10.000 millones de euros en Guangdong –al sureste de China–, la mayor inversión extranjera de su historia.

En algunos círculos de Berlín miran con recelo la nueva planta china. “En líneas generales, están levantando allí otra versión de Ludwigshaf­en. El temor es que un día cierren la planta alemana y hagan todo el negocio desde la fábrica china. A sus accionista­s les da igual, mientras el dinero siga llegando”, afirma un funcionari­o alemán.

Basf no cree estar repitiendo los mismos errores que las empresas alemanas cometieron en Rusia: depender demasiado de un Estado autoritari­o con intencione­s potencialm­ente belicistas hacia sus

vecinos. Brudermüll­er, que vivió diez años en Hong Kong, afirma que Basf no puede permitirse el lujo de no estar en China, que representa el 50% del mercado mundial de productos químicos y está creciendo mucho más que

Alemania apostó por la globalizac­ión y la interdepen­dencia, y ahora sufre las consecuenc­ias

Europa.

Algunos alemanes están haciendo precisamen­te eso, y piden que se replantee el modelo económico del país, desde la desregulac­ión hasta la inmigració­n.

En declaracio­nes del ministro de Economía del país, Christian Lindner, a Financial Times, aseguró que “el modelo empresaria­l alemán tiene que cambiar. Se basaba en los bajos precios de la energía, en la abundancia de trabajador­es cualificad­os y en mercados abiertos para los productos alemanes de alta tecnología. Pero esto ya no funciona porque muchos de los elementos que lo componían han cambiado”.

Mientras tanto, las empresas de toda Alemania se están viendo afectadas por unos costes energético­s desorbitad­os a corto plazo. KPM, uno de los productore­s de porcelana más antiguos de Europa, fundado en 1763, fabrica sus productos en hornos que se calientan a 1.600º C y no tiene alternativ­a al gas.

KPM ha conseguido reducir su consumo de energía entre un 10% y un 15%, apagando las luces y la calefacció­n los fines de semana y aislando los

hornos para utilizar menos fuego.

La empresa no ha reducido la producción, pero sus costes se han disparado, no sólo los energético­s, sino también los de todas sus materias primas. Woltmann afirma que KPM tendrá que empezar a subir los precios de sus productos a mediados del año que viene.

Según las estadístic­as publicadas el mes pasado por el Gobierno, la producción de las industrias de alto consumo energético, que representa­n el 23% de todos los empleos industrial­es en Alemania, ha caído un 10% desde principios de año. Sectores como el metalúrgic­o, el vidrio, la cerámica, el papel y el textil son los más afectados. Heinz-Glas, un fabricante de vidrio de 400 años de antigüedad afincado en Baviera, al sur del país, que fabrica tarros para perfumería y cosmética, también está sufriendo.

A diferencia de KPM, Heinz-Glas ha tenido dificultad­es para reducir el consumo de gas. “Hay poco margen para medidas de eficiencia energética. Siempre hemos sido muy cuidadosos con nuestro consumo de energía, así que no podemos hacer mucho más para reducirlo”, reconocen en el grupo.

En septiembre, el canciller Olaf Scholz anunció la creación de un fondo de 200.000 millones de euros para amortiguar el impacto del encarecimi­ento de la energía en empresas y hogares, incluido un tope al precio del gas. Heinz espera que esto sea sólo una parte de las medidas. “El Gobierno hará lo necesario para mantener viva la industria en Alemania porque sin industria, nuestro país no vale nada”, opinan.

Alemania tiene la mayor industria química de Europa, pero depende casi por completo de la energía y las materias primas importadas. Durante décadas, Basf, el mayor consumidor industrial de gas de Europa, obtenía la mayor parte de esas importacio­nes de Rusia.

Ahora el coste de esa dependenci­a se ha hecho patente. La empresa tuvo que pagar 2.200 millones de euros más por el gas entre enero y septiembre que en el mismo periodo de 2021 y acabó registrand­o unas pérdidas de 130 millones de euros en su negocio alemán en el tercer trimestre.

En la actualidad planea reducir sus costes en 1.000 millones de euros en los próximos dos años, en parte como

Ahora mismo preocupa que, a largo plazo, la producción industrial pueda salir de Alemania

respuesta a la subida de los precios de la energía.

Desindustr­ialización

La preocupaci­ón actual es que, a largo plazo, la producción industrial pueda salir de Alemania. Según una encuesta realizada en verano por la BDI, el principal lobby empresaria­l alemán, casi una de cada cuatro pymes –la base de la economía germana– se planteaba trasladar la producción al extranjero.

El principal motivo es el coste de la energía. Pero no es el único factor. El entorno empresaria­l en Alemania, y en Europa en general, se ha “deteriorad­o”, declaró Brudermüll­er, de Basf, en octubre. Desde hace una década, el crecimient­o del mercado europeo se ha ralentizad­o. La normativa de la UE está creando una “gran incertidum­bre”.

Los líderes del sector citan medidas como la directiva europea sobre emisiones industrial­es y la estrategia de sostenibil­idad de los productos químicos, cuyo objetivo es prohibir las sustancias químicas más nocivas en los productos de consumo.

El clima de inversión en otros lugares empieza a parecer más atractivo. La Ley de Reducción de la Inflación (IRA) de la Administra­ción Biden, que incluye 369.000 millones de dólares de ayudas para tecnología­s ecológicas, podría convencer a decenas de empresas alemanas para que trasladen su producción.

Según la IRA, las subvencion­es a la compra de vehículos eléctricos se limitarían a los fabricados con piezas procedente­s de Norteaméri­ca y ensamblado­s allí, un régimen que, según la UE, dañaría la base industrial europea e inmuchas cumpliría las normas de la Organizaci­ón Mundial del Comercio.

Algunos han llegado a pronostica­r que Alemania se quedará sin base industrial. Eric Heymann, analista de Deutsche Bank, aseguró en una nota reciente que la cuota de la industria manufactur­era de Alemania disminuirá en los próximos años.

Las grandes multinacio­nales sobrevivir­án. Pero “va a ser más difícil para las pymes alemanas, sobre todo en industrias que consumen más energía, adaptarse al nuevo mundo energético. Muchas empresas fracasarán en su intento”, concluyó.

Puntos fuertes

El Gobierno es menos pesimista. Robert Habeck, ministro de Economía, aseguró en una conferenci­a en noviembre que algunos sienten placer al predecir el declive de Alemania.

“Quien piense que vamos a permitir el declive de Alemania como potencia industrial no ha contado con el ingenio de la industria germana ni con la determinac­ión del Gobierno alemán y de mi ministerio. No ocurrirá”, sentenció.

Algunos economista­s comparten su optimismo. Jens Südekum, catedrátic­o de Economía Internacio­nal de la Universida­d de Düsseldorf, señala las medidas gubernamen­tales, como el freno al precio del gas. “Con ello, el riesgo de desindustr­ialización ha quedado más o menos eliminado”, afirma.

También insiste en los puntos fuertes a largo plazo de la industria alemana: cadenas de valor, alta productivi­dad, calidad de los productos y pymes que son líderes mundiales en su campo.

El éxito industrial de Alemania “es el resultado de inversione­s a largo plazo, profundos conocimien­tos técnicos y un alto grado de automatiza­ción. Son ventajas que se han acumulado durante décadas y no van a desaparece­r de repente”, sostiene.

Alemania también ha demostrado en el pasado que puede cambiar con éxito su modelo empresaria­l cuando se encuentra entre la espada y la pared. La Agenda 2010, la amplia liberaliza­ción del sistema de seguridad social y del mercado laboral impulsada por el canciller Gerhard Schröder en 2003, es el mejor ejemplo. Gracias a ella, decenas de miles de personas volvieron a trabajar y se redujo el desempleo de larga duración.

Muchos berlineses opinan que la crisis actual podría fomentar las reformas como ocurrió con el alto nivel de desempleo y el estancamie­nto económico de principios de la década de 2000, que condujeron a la Agenda 2010.

Sin embargo, algunos expertos apuntan a que será necesario reformar la política de inmigració­n para permitir la entrada en Alemania de más trabajador­es cualificad­os, hacer lo posible para que los proyectos de infraestru­cturas avancen con mayor rapidez y digitaliza­r la economía y la Administra­ción Pública.

Ministros, empresario­s y economista­s coinciden en que el futuro de la industria alemana puede depender de la rapidez con que encuentre nuevas formas de autoabaste­cerse de energía. El país ha hecho grandes esfuerzos para encontrar alternativ­as a las importacio­nes rusas de energía, construyen­do terminales de importació­n de gas natural licuado, volviendo a poner en marcha sus centrales de carbón paralizada­s y prolongand­o la vida de sus reactores nucleares.

También está acelerando el despliegue de energía eólica y solar, un elemento clave de su plan para obtener el 80% de su electricid­ad de fuentes renovables en 2030 –frente al 50% actual– y alcanzar la neutralida­d de carbono en 2045.

A Basf le preocupa que el impulso de las energías renovables sea demasiado lento.

Markus Steilemann, director de VCI, la asociación alemana del sector químico, afirma que Alemania corre el riesgo de “pasar de ser un país industrial a un museo industrial”. En relación a estas declaracio­nes, Habeck, ministro de Economía, explicó que “la situación en la que se encuentra la industria química es difícil”. Pero insinúa que no hay otros responsabl­es fuera de la propia industria. “No diversific­aron su suministro energético y dependiero­n del gas ruso. Eso ha resultado ser un error”, concluye.

El ministro de Economía germano asegura que su país no permitirá el declive industrial

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Basf: complejo integrado de la compañía en Ludwigshaf­en.
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KPM uno de los más antiguos productore­s de porcelana.
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Basf ha tenido que recortar sus actividade­s en Europa a causa del elevado precio del gas.
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Heinz-Glas elabora botellas de cristal para perfumes.

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