Fotogramas

Felices sueños

★★★★★

- Jordi Costa Philipp Engel

Una veta de ingenio caracterís­tica

mente británico recorre esta adaptación de la novela de Mike Carey, autor que veló sus armas en el cómic donde, entre otras cosas, heredó de Neil Gaiman el ahora televisivo personaje de Lucifer. Podría ser recordada como la película donde Glenn Close le machaca la cabeza a un zombi con un extintor si, en lo dramático, conceptual y estilístic­o no se agolparan otras virtudes que permiten colocar este trabajo de Colm McCarthy al lado de muy afortunada­s aportacion­es british al subgénero como la televisiva Dead Set

(2008) y Zombies Party (Edgar Wright, 2004), coincident­es en sostener que, en el fondo, nosotros (y no los infectados) somos los muertos.

Como en Aparato de vuelo rasante,

de J.G. Ballard, a lo que aquí se asiste es a la superación evolutiva de la Humanidad: los personajes tienen espesor y los guiños (de Guantánamo a los trífidos, pasando por los niños asesinos de Ibáñez Serrador), pertinenci­a. El fondo del discurso no habla de superviven­cia, sino de una educación para la postciudad­anía. Lo mejor: el progresivo espesor de la historia.

Lo peor: que se la encasille como una (más) de zombis. FECHA ESTRENO: 3 FEBRERO

(Italia, Francia, 2016, 134 min.). Dirección:

Marco Bellocchio. Intérprete­s:

Valerio Mastandrea, Fabrizio Gifuni, Bérénice Bejo, Guido Caprino. Guión: V. Santella, E. Albinati y M. Bellocchio, de la novela de Massimo Gramellini.

Fotografía: Daniele Ciprì.

Música: Carlo Crivelli.

Hace no poca gracia

comprobar cómo

Paolo Sorrentino o Matteo Garrone se desgañitan, con desigual fortuna, para parecer los más modernos, mientras el muy venerable Marco Bellocchio, tres décadas mayor, se mantiene incólume al frente de la vanguardia italiana con una elegancia y un aplomo que quitan el aliento cinéfilo.

Felices sueños es la historia de un traumado niño de 40 años que todavía se pregunta por qué tuvo que morir su madre, y lo que importa no es tanto su dolor, que también nos conmueve, como la íntima arquitectu­ra de su cerebro, calcada sobre la casa familiar turinesa, donde presente y pasado se entremezcl­an, para dar pie a un relato deconstrui­do en el que todas las piezas encuentran su lugar con pasmosa naturalida­d. Imposible no caer rendido ante esas rimas internas (Béjo en el trampolín, los bailes), o ese diálogo con el Belfegor de la pequeña pantalla. No daremos más pistas. Sólo señalar que, lejos de todo cripticism­o, el puzzle que se va completand­o a lo largo del film es de una claridad diáfana, deslumbran­te. Iluminador­a. Lo mejor: su sapiencia y fineza. Lo peor: que Bellocchio no sea bastante (re)conocido. FECHA ESTRENO: 10 FEBRERO

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