SEXO EN EL ASCENSOR: NO LO INTENTEN EN SUS CASAS
Las escenas de sexo en los ascensores son un clásico en el cine, pero, ¿lucen igual de morbosas y son igual de efectivas en la vida real? “Cuando pienso que el mundo se va al carajo, recuerdo a la Jacqueline Bisset de ‘Class’ y la vida recupera su sentido
Conocí a un sabio editor que me confesó que tiraba a la papelera cualquier original que incluyera una escena de sexo en un ascensor. Son una plaga, me confesaba, incrédulo ante la propagación de un tópico narrativo que, por desgracia, ha ido a más. La flácida segunda parte de Cincuenta sombras de Grey (Sam Taylor-Johnson, 2015), por ejemplo, vuelve a incluir la escena de sexo en un ascensor: esta vez, con el ascensor lleno de gente, que siempre añade un punto de morbo al asunto. No todas las escenas de ascensor son iguales, me dirán los puristas, y habrá quien, cual fiscal sensible, abogue por la de Drive (Nicolas Winding Refn, 2011), que respeta ciertos cauces de lirismo verosímil y cuenta con la aprobación de la cada vez más intransigente inquisición hipster. Pero el mal viene de lejos.
HACERLO POR PRIMERA VEZ
En 1987, por no remont a r n o s d e mas i a d o ,
Adrian Lyne filmó una escena de sexo en su anfetamínica Atracción fatal. Glenn Close se prenda de Michael Douglas y se lo lleva al huerto, o sea, a su apartamento. Al entrar en el ascensor, le pregunta: ¿Lo has hecho alguna vez en un ascensor? Pero no le da tiempo a responder y, para darle verosimilitud al lado ninfomaníaco y psicopático de su personaje, añade: Seguro que no lo has hecho nunca. A Douglas no le da tiempo ni a quitarse la gabardina y, por contrato, se ve obligado a soportar una escena filmada como si fuera una secuela de las contorsiones ochenteras de Flashdance (A. Lyne, 1983). Al pobre Douglas sólo le falta ponerse unos calentadores de ballet como los que solía lucir Eva Nasarre para reforzar su lado trágico.
Para ser honestos, debo admitir que así como hoy las escenas de sexo en ascensor me parecen tan ridículas como las de ducha o mesa de billar, y ya no consiguen encender las brasas de ese erotismo low cost de fácil contagio, no siempre fui inmune a los prometedores y primarios encantos de esta situación. Al igual que muchos de ustedes, yo también intenté hacer mis pinitos, pero, a la hora de la verdad, los ascensores elegidos no tenían ni la estabilidad ni la estructura insonorizada adecuada para que la cosa no degenerara en un estruendoso fracaso.
ARRIBA Y ABAJO
Puestos a elegir mi escena de sexo de ascensor preferida, admito que la de Class (Lewis John Carlino, 1983) llegó a convertirse en un fenómeno de propulsión vertical ascendente y descendente casi obsesivo. No por la escena en sí, que resulta tan grotesca como tantas otras del mismo género, sino por la presencia de Jacqueline Bisset (junto al joven Andrew McCarthy).
Todavía hoy, cuando las cosas no me van demasiado bien, y la impresión de que el mundo se va al carajo me asalta hasta la taquicardia, o cuando salgo de ver una película como Cincuenta sombras más oscuras preguntándome hasta qué punto podré recuperar las neuronas y la ilusión invertidas, recurro a un truco infalible: pienso en la Jacqueline Bisset de Class, y la vida y el cine recuperan su absurdo e imprevisible sentido.