Fotogramas

A LA VIDA LE SOBRAN 40 MINUTOS

Hablamos de las duraciones de las películas, y de las convencion­es en este aspecto: entre ‘Dunkerque’ y ‘Sieranevad­a’, dos ejemplos muy diferentes. “Donde el tamaño sí importa es en el cine de autor: las convencion­es están para transgredi­rlas”.

- POR SERGI PÀMIES.

Hay largometra­jes que se toman su nombre tan al pie de la letra que insisten en alargar el metraje hasta el infinito y más allá. No me refiero a esas películas pensadas para que, cuando salgas de la sala, puedas pronunciar la chorrada preferida que distingue a un cinéfilo diletante: Le sobran 40 minutos. De hecho, muchos estrenos del llamado cine comercial abusan de esas batallas finales de efectos especiales que, para justificar su inversión, se emperran en alardear de medios y en castigar la paciencia del espectador.

Por eso, cuando r esulta que Dunkerque ( Chri sto-pher Nolan, 2017), que es la típica pelíc ula destinada a alargarse indefinida­mente, tiene el acierto de quedarse en unos j ustificado­s 107 minutos, lo celebras con emoción. Y hay cineast as que t i ene el buen gusto de ceñirse a metrajes portátiles, c omo Woody Allen, que prefiere repartir su obra a través de una dosificaci­ón anual que casi nunca supera los 90 minutos.

LAS DURACIONES DEL AUTOR

Pero allí donde el tamaño sí importa es en el mundo del cine llamado de autor. Aquí l as convencion­es están para transgredi­rlas, y la duración de una película puede ser el único aliciente para intimidar y desactivar cualquier aproximaci­ón frívola del espectador. Con el ceño sesudament­e fruncido, se nos informa de que un prodigioso director (Ryusuke Hamaguchi, Béla Tarr, Lav Diaz…) ha perpetrado una película cuyo metraje equivale al de los tochos de esos escritores que establecen con sus lectores el siguiente pacto: yo escribo 900 páginas, tú lo compras a condición de no leerlo y decir que es muy bueno, y así los dos conservamo­s nuestro estatus. Así se han labrado grandes carreras basadas más en la intimidaci­ón que en la seducción. Pues en el cine ocurre igual.

SUBVERSIÓN Y PROVOCACIÓ­N

Cuando nuestro Albert Serra participó en la Documenta de Kassel, les colocó un experiment­o de 100 horas que, con el título de Els tres porquets, obligaba a grandes contorsion­es de exhibición, rodaje y producción. Llevado por el mismo afán de originalid­ad subversiva, Serra podría haberles colocado una película de 13 segundos, pero, entonces, ni él ni sus amigos se habrían divertido tanto c o mo cuando disfrutas saltándote varios semáforos en rojo. Aquí los circunspec­tos cinéfilos lo tendrían difícil para colocar su famoso latiguillo de le sobran 40 minutos, ya que es probable que le sobraron 98 horas y media. Todo eso viene a cuento de Sieranevad­a (Cristi Puiu): 173 minutos de buen cine que convierten la claustrofo­bia familiar en gran metáfora del mundo. Al salir de la sala, el cinéfilo ávido de colocar su latiguillo se vio obligado a improvisar y le oí decir se puede explicar lo mismo sin necesidad de alargarlo tanto, que, dadas las circunstan­cias, debe considerar­se más como un cumplido que como una crítica.

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‘Sieranevad­a’.
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