ISABEL VÁZQUEZ
Periodista, guionista, seriófila y colaboradora de Likes en Movistar #0, se estrena entre nosotros con una columna sobre ficción TV.
Una serie sobre los inicios del negocio del porno es lo más cerca que ha estado nunca David Simon de venderse a la industria. Ha alimentado durante años su fama de autor con malas pulgas que ignora los criterios comerciales porque así se garantiza patente de corso para contar lo que le apetezca. Pero él sabe que la dispensa creativa no dura eternamente y esta vez ha colado sus obsesiones (la hostilidad del entorno con los más débiles, las drogas, el lumpen, la tentación del dinero fácil y del difícil), con la garantía de que habrá carnaza.
Es un buen argumento en un despacho: cualquier ejecutivo siempre verá más ventajas en el sexo, por muy crudo que sea (y en The Deuce: Las crónicas de Times Square lo es), que en la quimera de un político de Yonkers o una saga de drogatas de Baltimore. En el primer episodio, Vincent, que interpreta James Franco, usa a camareras ligeras de ropa para atraer clientela y salvar su puesto de trabajo (el suyo y el de las chicas). Simon hace un poco lo mismo con su serie: echar el cebo más antiguo del mundo para llamar la atención sobre su movida.
Hay un montón de lugares comunes en el arranque de The Deuce; también es la mejor hora y veinte de tele que se puede ver este otoño. Simon domina la sutileza que separa al clásico del cliché. La diferencia es que esta vez, además, parece querer engancharnos. Como un camello que necesita colocar la papelina, nos ha invitado de buen rollo a la primera dosis. Los demonios vendrán después.