ANTONIO GADES A LA LUZ DE LA RAMBLA
Los trágicos sucesos de la Rambla barcelonesa, del 17 de agosto, nos dan pie para un paseo cinéfilo por una vía que queremos alegre y viva.
1963. Francisco Rovira-Beleta rueda Los Tarantos. En una de las mejores escenas, filmada en la Rambla barcelonesa, Antonio Gades baila de madrugada mientras las mangueras del servicio municipal de limpieza dibujan elegantes arcos de luz y de agua que, años más tarde, Pedro Almodóvar homenajeará en La ley del deseo (1987). Es una Rambla noctámbula, con marineros americanos ávidos de pelear o ser timados, coches deambulando sin más rumbo que el olfato de la libido y la grandeza de unos camareros que van recogiendo las sillas con cara de vamos a cerrar.
En esta misma Rambla, el 17 de agosto de 2017, un asesino atropelló a decenas de turistas y se los llevó por delante.
Unas horas después, cuando los testigos empezaron a salir de su aterrorizado asombro y fueron entrevistados por los reporteros, casi todos recurrieron a una fórmula tristemente sintomática: Fue como en una película. A la mañana siguiente, cuando el terror se desplazó a Cambrils, el tiroteo entre terroristas y policías también provocó afirmaciones parecidas. He vivido la situación como si fuera una película, declaró un testigo en La Vanguardia.
NICHOLSON TAMBIÉN ESTUVO AHÍ
Los reporteros tuvieron que torear la urgencia de la inmediatez con mucho más apremio y menos glamour que el reportero interpretado por Jack Nicholson en El reportero (Michelangelo Antonioni, 1975), que también deambuló por esa misma Rambla en la que, en una de sus escenas, Maria Schneider se sube a un descapotable y se pierde hacia Colón sin poder predecir el sangriento futuro de este mismo paseo. Otras macabras casualidades: días antes de la matanza, se estrenó la serie Mr. Mercedes, basada en una novela de Stephen King, que cuenta como un psicópata atropella a decenas de parados que están haciendo cola frente a una oficina de empleo.
“Gades baila en la Rambla mientras las mangueras dibujan elegantes arcos de luz y de agua”.
OCAÑA EN PELOTAS
Y pese a que, para contar lo vivido, se recurra a la fórmula como en una película, la realidad es mucho más brutal y carece del encanto del despelotado Ocaña de Ocaña, retrato intermitente (Ventura Pons, 1978) bajando por la Rambla y besando a los viejos que auditaban el paso del tiempo sentados en las sillas de alquiler. Suena la guitarra que despierta a ese Gades luminoso y trasnochador, acompañado de una turista rubia y americana de cuando todas eran rubias y americanas.
Gades refunfuña, pero le puede el arte y allí está, monumental, a pocos metros del Arco del Teatro, territorio de cazallas y macarras, rindiendo culto a la noche y a esa forma de vivir el presente que, antes de convertirse en una imperfecta mutación cercana al parque temático, no podía imaginar teñirse de un luto que nada tiene que ver con nuestros hábitos funerarios y que rinde culto a los muertos con memoriales con velas y peluches que tienen la inquietante y terrorífica mirada de un gremlin.