El tercer asesinato
★★★★★
(Japón, 2017, 124 min.). Dirección y guion: Hirokazu Kore-eda. Intérpretes:
Masaharu Fukuyama, Kôji Yakusho, Isao Hashizume, Suzu Hirose. Fotografía:
Takimoto Mikiya. Música:
Ludovico Einaudi. DRAMA.
Todo empieza con un
crimen brutal. No cabe duda de quién es el culpable. ¿Qué ocurre cuando este ofrece varias versiones distintas de su culpabilidad? El tercer asesinato es el Rashomon (A. Kurosawa, 1950) de la era de la posverdad. Las confesiones del acusado desencadenan una investigación que se ramifica en decenas de verdades o mentiras posibles, negándose o confirmándose mutuamente, y dibujando un borgiano jardín de senderos que se bifurcan alrededor de una imputación que también puede ser equívoca.
La discursividad de la primera parte del metraje puede hacernos pensar que la película quiere desembocar en el clásico thriller judicial, pero lo que le interesa a Koreeda es explorar la relación de fascinación que nace entre el criminal y su abogado, para poner en duda el sistema de valores de una sociedad corrupta, que mira hacia otro lado cuando las cosas se pudren, y que simplifica procesos para obtener resultados inmediatos, sin entender que la mentira puede ser el acto de sacrificio por amor más puro que existe. Lo mejor: el discurso sobre la verdad.
Lo peor: tarda en arrancar y puede perder al espectador por el camino. cil es etiquetarla como la respuesta británica a Brokeback Mountain (Ang Lee, 2005), lo cierto es que Tierra de Dios,
con su áspera y nada idealizaba mirada al entorno campestre, exhibe una raigambre muy distinta.
Y es que el rugoso discurrir de sus imágenes cobija nociones fílmicas que se remontan al Bresson de Diario de un cura rural (1951) y llegan hasta el Bruno Dumont de Hors Satan (2011), germinando recientemente en las islas
merced a talentos como Lynne Ramsay, Duane Hopkins o Andrea Arnold. Cine corporal, que respira espacios abiertos y sabe a fango, el debut de Francis Lee también tiene algo de Thomas Hardy reinterpretado por el Stephen Frears de Mi hermosa lavandería (1985): Mi fea ganadería... Lo mejor: cómo funde pulsiones humanas y naturaleza.
Lo peor: que sea vista sólo como una historia de amor gay.