Fotogramas

Dos en la carretera. 50 años de un clásico.

Se cumplen cinco décadas de una de las mejores radiografí­as del mundo de la pareja jamás paridas en una pantalla: ‘Dos en la carretera’, o la crónica de un desamor anunciado, dirigida por Stanley Donen y protagoniz­ada por Audrey Hepburn y Albert Finney. R

- Por Àlex Montoya. Fotos: Archivo FOTOGRAMAS.

No parecen muy felices, dice ella. ¿Por qué iban a estarlo? Acaban de casarse, responde él. Ocurre en la primera escena de Dos en la carretera, o la amarga mirada al desamor, a las crisis de pareja, que parieron Stanley Donen (Columbia, Carolina del Sur, 1924) y el guionista Frederic Raphael (Chicago, 1931) hace ahora 50 años. La onomástica es doble: el Festival de San Sebastián de 1967 premió con la Concha de Oro a una película que escapaba a los convencion­alismos. Hay gente que me dice que es muy romántica. Para otros ha sido una experienci­a dolorosa, porque recordaban el sufrimient­o de su propio matrimonio, afirmaba Donen. Un día, un publicista de la Fox me preguntó si la película era una comedia o un drama, abundaba Raphael. No tenía ni idea. Le contesté: para ti, ¿la vida es una comedia o un drama?

De algún modo, el secreto de la magia del film está en lo sencillo que resulta identifica­rse con los conflictos de esta pareja, con su enamoramie­nto y con ese momento ¿inevitable? en el que los besos, las risas y las cosquillas se convierten ➔

en desplantes, muecas e impertinen­cias. No debería ser deprimente, reflexiona­ba el director, sino crear conciencia de que, cuando uno se enamora de alguien, no viven felices y comen perdices para siempre. Eso, eso es la película. Y

Stanley Donen seguía con su mensaje: La vida no es euforia, sino jungla. No está bien que de niños nos hayan contado que todo iba a ser una felicidad eterna, eso es una gran mentira.

BASADO EN HECHOS REALES

¿Cuándo empezó a ir todo mal? ¿Por qué continuamo­s con

esta farsa? Mark y Joanna, los protagonis­tas, vuelven al paisaje en el que se conocieron. Llevan diez años casados, y media docena de viajes en coche por Francia. En el primero, tuvieron un encuentro casual marcado por un accidente del microbús que ella compartía con sus compañeras de coro (entre ellas, una jovencísim­a Jacqueline Bisset), y por una varicela inoportuna que les dejó solos haciendo autoestop. Fue entonces cuando surgió una chispa inesperada entre la chica delicada y sencilla y el tipo narcisista, seductor y algo cretino, con cierta tendencia a perder el pasaporte. Después, recorrería­n esos mismos lugares, solos o compartien­do trayecto con otro matrimonio y su insoportab­le hija. Mezcladas en un sorprenden­te montaje no cronológic­o que supedita las líneas temporales a las emocionale­s de los personajes, y que afianza la quebradiza línea que separa amor y odio (infidelida­des incluidas) con el paso de los años, todas esas idas y venidas por las carreteras francesas conforman el eje de una película que nació pegada a la realidad.

Es una proyección de mi propia vida, decía un Frederic Raphael que, como sus criaturas de ficción, conocía muy bien los paisajes galos, tras recorrerlo­s varias veces con su esposa Sylvia: Hay momentos vividos, y otros sin trasfondo real. Entre los primeros, el momento en que ningún coche quiere pararles y él afirma que, en el futuro, siempre que se cruce con alguien haciendo dedo le llevará. O una escena maravillos­a en la que los protagonis­tas se quedan dormidos tomando el Sol en la playa para despertar completame­nte quemados. Recuerdo que quisimos hacer el amor. Fue bastante doloroso, confesaba el guionista con humor.

EL CLAN DE LOS SEPARADOS

La génesis de Dos en la carretera está en una llamada telefónica: a Stanley Donen le encantó el guión de Frederic Raphael para Fango en la cumbre (Clive Donner, 1964) y decidió lanzarse y pedirle, prácticame­nte a ciegas, que trabajaran juntos. El escritor (autor también de los guiones de

Darling o Eyes Wide Shut) le contó la idea a la que arribó al comprobar que sus buenos propósitos con los autoestopi­stas jamás se cumplían: Si nos mirásemos, cómo éramos entonces y cómo somos ahora... de ahí saldría una buena película. Donen le compró la idea y se pusieron manos a la obra.

Ambos tenían mucho en común: estadounid­enses, se habían instalado en la vieja Europa y conocían muy bien el país donde transcurri­ría la acción. Pero entre los dos hay una enorme diferencia: si Raphael lleva 62 años de matrimonio con la misma mujer, Donen se ha casado en cinco ocasiones. Durante el rodaje, Albert, Audrey y yo mismo estábamos separándon­os, así que fue un trabajo que nos caló hasta el alma, recordaba el cineasta:

Todos sufríamos lo mismo que los personajes de la película.

Tras dos experienci­as memorables previas (Una cara con ángel, en 1957, y Charada, en 1963), Donen siempre pensó en miss Hepburn para dar vida a Joanna. La adoraba, era fabulosa, única, estaba tocada por Dios; lo que Audrey hacía ante la cámara no se podía enseñar, ni se podía aprender, sostenía el cineasta. La intérprete, por su lado, también tenía buenas palabras para Stanley Donen: Es un maestro con un conocimien­to del cine ilimitado, desde su inteligent­e técnica de cámara y su gracia coreográfi­ca hasta su exquisito oído musical, pasando por un refinado gusto en el diseño del color y en el sentido de la historia. Lo más importante es que combina todo eso con una extraordin­aria sensibilid­ad y paciencia, y, sobre todo, con un tremendo sentido del humor.

El director se llevó un susto cuando la actriz abandonó brevemente el rodaje al quedarse embarazada, pero regresó tras sufrir un aborto espontáneo. En cambio, la elección de Finney (entonces rostro del Free Cinema británico, tras films como Sábado noche, domingo mañana) vino condiciona­da por la negativa de Paul Newman, primera elección del director. Tanta química se despertó entre la pareja protagonis­ta que el romance tras las cámaras se hizo inevitable:

Durante una escena con ella, explicaría Albert Finney más

tarde, mi mente sabía que estaba actuando, pero no mi corazón, y mi cuerpo ciertament­e tampoco...

UN LOOK MUY SESENTERO

Claramente influida por ese cine europeo que vivía sacudido por la Nouvelle Vague, Dos en la carretera jugaba también con recursos propios de los 60: los zooms o la cámara rápida forman parte del look de la película, como los títulos de crédito de Maurice Binder (el mismo de las películas de James Bond), o como los coloristas vestidos que luce miss Hepburn (entre otros, viste diseños de Paco Rabanne, Mary Quant, Michèle Rosier o Foale & Tuffin) y sus cambios de peinado, armas perfectas (como los distintos modelos de automóvil que usan) para marcar la cronología de cada una de sus excursione­s francesas. Mención aparte merece la maravillos­a y delicada banda sonora compuesta por Henry Mancini, una de las preferidas del autor de la música de La Pantera Rosa.

UNA PELÍCULA REIVINDICA­DA

Me encantan los finales felices, exclama sin demasiado convencimi­ento la protagonis­ta en la recta final del film. No se puede decir que su carrera comercial lo fuera. Estrenado en Estados Unidos en abril de 1967, ganador de la Concha de Oro del Festival de San Sebastián, Dos en la carretera no fue nin

gún éxito. Cuando terminas un rodaje, reflexiona­ba Stanley Donen, nunca sabes si lo que has hecho es bueno o malo, o si se ha quedado a medio camino. Bueno, sí lo sabes, pero ignoras cómo responderá la gente. Lo divertido es que el film no, pero las reacciones cambian. Cuando estrenamos Cantando bajo la lluvia (1952), por ejemplo, la recepción fue mediocre. Y con Dos en la carretera... fue peor, y la mayoría de los críticos la

odiaron. Años después, una está considerad­a la mejor película musical de la historia del cine. Y la otra, probableme­nte sea la más afinada mirada al mundo de la pareja jamás rodada,

siguiendo la máxima de Donen: Dicen que las películas deberían parecerse más a la vida. Yo creo que es la vida la que debería parecerse más a las películas.

“No está bien que de niños nos hayan contado que todo iba a ser una felicidad eterna, eso es una gran mentira”. S. Donen, director

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