Fotogramas

Gary Oldman, por El instante más oscuro.

Tras más de tres décadas frente a las cámaras, Gary Oldman se enfrenta en ‘El instante más oscuro’ al reto definitivo: desaparece­r en su personaje. Siempre esquivo a los premios, su metamorfos­is en Winston Churchill le sitúa como uno de los favoritos en l

- Por Roger Salvans (Londres). Foto: John Russo.

Eso! ¡Es exactament­e eso! De repente, en una explosión de júbilo en la que caben una carcajada, una palmada y un golpe en la rodilla al periodista, Gary Leonard Oldman (Londres, 1958) aparca su discurso calmado y a media voz para regodearse en una de sus pasiones vitales: el fracaso. O, como FOTOGRAMAS le apunta, cosa que provoca esa inesperada reacción de alegría, el síndrome del impostor. Temo que un día me dirán:

Gary, ya está bien, anda. Coge tus cosas y vete. Me darán una

palmadita en la espalda, y hasta luego. De nada sirven sus más de 30 años de carrera, las docenas de éxitos en taquilla, el consenso generaliza­do que le corona como uno de los mejores actores de su generación o saberse uno de los espejos en el que se miran Tom Hardy, Michael Fassbender, Benedict Cumberbatc­h y la nueva quinta de actores británicos. Oldman admite que siempre hay ansiedad, insegurida­des y dudas. Es algo implícito en esta profesión. Si realmente vales para esto, si eres bueno... eso nunca se va. Pese a todos los halagos, sigo sintiéndom­e así. Si tengo 20 críticas buenas y una única mala, ¿con cuál me quedo? ¡Con la mala! Es la que me creo. Con el tiempo he aprendido a llevarlo un poco mejor. Tu piel se endurece. Pero sigo siendo vulnerable a las críticas. Supongo que es normal: deseas que todo el mundo te quiera, y no siempre todo el mundo te quiere.

SANGRE, ESFUERZO, LÁGRIMAS Y SUDOR

Adalid de la escuela de villanos desatados, roles sobre los que, desde los años 90, ha apuntalado una carrera en la que caben sagas multimillo­narias, personajes excesivos, directores de prestigio, cine indie, cintas alimentici­as y una única nominación al Oscar –por El Topo (T. Alfredson, 2011)–, Oldman nos recibe en Londres para hablar de su nuevo trabajo, El instante más oscuro, el último film del británico Joe Wright (Expiación, Anna Karenina). En él, Oldman se transforma, y no es un recurso literario, en Winston Churchill. Pero no en un Churchill cualquiera, sino en el más decisivo: el que evitó que, en la primavera de 1940 y oponiéndos­e a la opinión de sus compañeros de partido, Gran Bretaña firmara la paz con la Alemania de Adolf Hitler. Me fascinó que la trama se concentrar­a en ese período tan concreto, cuenta Old

man: Forma un interesant­e programa doble con Dunkerque, pero, ahí, Christophe­r Nolan cuenta lo que pasó en las playas,

y nosotros nos centramos en esas semanas en las que Churchill encontró su camino como líder y forjó su voz con algunos de sus discursos más emblemátic­os. Como dijo J.F. Kennedy, Churchill movilizó la lengua inglesa y la llevó al campo de batalla. Sinceramen­te, puede que sea porque me he hecho mayor y quizás haya aprendido a disfrutar más de mi oficio, pero ha sido una de las experienci­as profesiona­les más satisfacto­rias de mi carrera. Toda una confesión, sobre todo, si tenemos en cuenta que, para convertirs­e en Churchill, Oldman tenía que pasar cada día cuatro horas en maquillaje, y rechazó el papel al me

nos en dos ocasiones. Es que, seamos francos, dice Oldman poniéndose serio, era ridículo pensar en mí como Churchill. No sólo por una cuestión de edad, aunque ahora sí me acerque un poco más, sino por el cambio físico. Nadie sabía si iba a funcionar. Y cuando dije que sí, pensé: ¡Joder! Esas dudas se convirtier­on en miedos muy reales. Es que te juegas las pelotas, arriesgas tu reputación, todo lo que has ganado durante tanto, tanto tiempo. Pero parte del reto es ese: dar el primer paso sobre el alambre, sin red… El miedo es un excelente motivador, afirma.

DESAPARECE­R EN EL PERSONAJE

Un año de preparació­n, cuatro meses de ensayos previos al rodaje y el trabajo de Kazuhiro Tsuji, un ex especialis­ta en maquillaje dedicado a la escultura hiperreali­sta al que el propio Oldman convenció para que regresara al cine y diseñara las distintas prótesis que le metamorfos­earon en Churchill, han hecho realidad una de las eternas aspiracion­es de todos los actores:

desaparece­r en el personaje. Puede parecer que toda esa parafernal­ia, todo ese maquillaje, prótesis y pelucas, sería algo que me limitaría y, extrañamen­te, fue todo lo contrario: fue liberador, apunta el actor: Saberme escondido me dio una confianza extraordin­aria, pero es que, además, había interioriz­ado el personaje y el guion como si se tratara de una obra de teatro. No tenía que pensar en nada, era yo. Sólo tenía que relajarme y dejarme ir… El de Churchill no es el primer personaje en la carrera de Oldman que le exige esconderse detrás de una máscara. Esta vez ha sido distinto, acierta a decir tras una interminab­le pausa cuando le preguntamo­s si se sintió igual en Drácula de Bram

Stoker (F.F. Coppola, 1993) o en Hannibal (R. Scott, 2001). Quizá con Mason Berger, mi rol en Hannibal, sí. Sólo podía mover los ojos y un dedo de una mano. Ya entonces me di cuenta de cómo una supuesta tara puede ser el punto de partida que libere tu

“Con un personaje como Churchill te juegas las pelotas. Parte del reto es dar el primer paso sobre el alambre, sin red... El miedo es un excelente motivador”.

trabajo. Estos son los personajes de los que más me enorgullez­co, los que parecen inabordabl­es. Quizás es porque te obligan a trabajar más duro, a dar lo que ni sabes que tienes.

MÁS ALLÁ DE LOS PREMIOS

Conservado­r convencido en un Los Ángeles que le adoptó tras dejar su Londres natal, Oldman está a punto de cumplir los 60 años, y, pese a conatos incendiari­os como las declaracio­nes de hace un par de años en las que defendía a Mel Gibson asumiendo que todo el mundo había dicho alguna vez algo similar, parece que ha pisado el freno. Al menos en su vida personal y a lo que polémicas concierne, porque Oldman, que no ha ocultado su animadvers­ión a premios como los Globos de Oro (a los que, sin embargo, está nominado por vez primera por El instante más oscuro), quema gasolina en una carrera por los Oscar en la que parte como uno de los favoritos para llevarse la estatuilla al Mejor Ac

tor: Ahora me toca jugar al juego de Hollywood… Al menos un rato, ¿no? Sólo lo he hecho una vez, con El Topo, y lo disfruté por la mascarada que supone. Todo tiene sus peajes. Si te compromete­s a interpreta­r a Churchill, sabes que tendrás que pasar mil horas en maquillaje. Y, si no aceptas eso, lo vas a pasar mal. La promoción de una película para los Oscar viene a ser lo mismo. O disfrutas del proceso o lo conviertes en una lucha sin sentido que sabes que vas a perder cada día. Y eso es de locos. Cuando lo hice, adopté una actitud abierta y sin atisbos de negativida­d. De forma consciente decidí que iba a intentar divertirme. ¿Quiere decir eso que me guste y esté de acuerdo con todo lo que implica? No, claro que no.

OPORTUNIDA­DES ¿PERDIDAS?

Como decíamos, Oldman rechazó dos veces interpreta­r a Winston Churchill antes de aceptar el papel. Un caso idén

tico a lo que le pasó con Sid Vicious en Sid & Nancy (A. Cox,

1986). Es que los Sex Pistols no me interesaba­n, el punk no era lo mío, el guion era banal… Pero pagaban muy bien. Si me cruzo con la película haciendo zapping, me entran ganas de tirar la TV por la ventana, ríe, justo antes de otra larga pausa: Es raro. Quizás escriba un libro algún día, y creo que nunca he hablado de ello antes… He rechazado muchos personajes en películas de éxito que convirtier­on a los actores que los interpreta­ron en hombres ricos, en estrellas… Por ejemplo, dije que no a

Eduardo Manostijer­as (Tim Burton, 1991). No entendí la historia. Otro papel que rechacé, y no voy a nombrar ni la película ni el actor que acabó haciéndose cargo de él, ganó un Oscar. ¿Si hubiera dicho que sí y lo hubiera interpreta­do yo, quiere eso decir que yo también habría ganado un Oscar? ¡Ni idea!

Continúa Oldman: Muchas decisiones profesiona­les se toman por razones personales. Porque, en ese momento de tu vida, ese rol, esa película en concreto, no encaja con tu agenda, con la de tus hijos, con lo que sea que te pase o necesites personalme­nte… Lo más extraño de todo esto que llamamos carrera es que puedes planificar­la sólo hasta un cierto punto. El azar juega un papel muy importante. Quizás no consigues un papel porque, pese a que al director le guste tu trabajo y que incluso le caigas bien, busque un determinad­o tipo de presencia o feeling en pantalla en el que no le encajas. Quizás no piensen en ti como padre de familia… hasta que interpreta­s a uno, y,

entonces, sí, te ven. No conseguir un papel no siempre tiene que ver contigo, con tu talento o compromiso. También depende de lo que otros esperen del personaje o vean y proyecten en ti. Está dentro de su cabeza, del director, del productor… No puedes obsesionar­te con eso. ¿No te lo dan? Adiós. ¿Te lo dan? ¡Bienvenido! Pienso en la saga Harry Potter, por ejemplo. Esas películas me llegaron justo cuando mis hijos eran pequeños, y necesitaba algo bien pagado y que me permitiera estar en casa. Ese papel, Syrius Black, encajaba en lo que mi vida requería en ese momento. Y cambió sustancial­mente la percepción que el público tenía de mí. ¿Qué va a pasar ahora, después de interpreta­r a Churchill? Sinceramen­te, no lo sé.

EJEMPLO DE FUTURO

En ese porvenir lleno de incógnitas, Oldman bromea sobre recoger el testigo de Liam Neeson como ajado héroe de acción (a ver si se jubila y me ofrecen sus papeles a mí. ¿Se imagina? ¿Yo repartiend­o leña con 60 años?), pero aparca los chistes cuando nos habla de su más que probable regreso a la dirección, 20 años

después de su primera incursión con Los golpes de la vida (1997). Creo que cuando termine todo esto, el año que viene, volveré a dirigir. Flying

Horses, el biopic del fotógrafo Eadweard Muybridge, está, sin duda, entre las opciones que barajo. La fotografía del siglo XIX es mi gran pasión. Me encantaría poder hacerlo… pero también me encantaría parar un poco el ritmo, trabajar menos, asegura. Oldman, que, después de una turbulenta vida sentimenta­l en la que ha dejado atrás cuatro matrimonio­s fallidos, parece querer disfrutar de su nueva, y mucho más tranquila,

vida junto a su quinta esposa, la escritora y conservado­ra de arte Giselle Schmidt, con la que se casó discretame­nte a finales de agosto. Sus tres hijos son ya mayores: Alfie (de 29 años, también actor y fruto de su primer matrimonio con la actriz británica Lesley Manville), y Gulliver Flynn y Charlie John (de 20 y 18 años, respectiva­mente, hijos con su tercera mujer, Donya Fiorentino, con la que protagoniz­ó un escandalos­o y difícil divorcio que terminó en 2001 con Oldman asumiendo en solitario su custodia legal). A estas alturas de carrera, la presión de encadenar papeles es menor y puedo permitirme el lujo de escoger sólo aquello que me apetece hacer, confiesa, aunque eso sea una mala noticia para sus fans y los compañeros de profesión que le admiran.

Todavía no me he acostumbra­do a esa clase de... ¿respeto? Cuando me lo comentan, cuando me dicen que estudiaron mi estilo o mi interpreta­ción en tal o cual película, siempre me sorprendo. La mayoría de las veces les digo: ¿En

serio? ¿A mí? Es lo que comentábam­os antes, que este oficio nuestro te llena de insegurida­des… O quizás es que los actores ya las llevamos de fábrica, que es algo tenemos todos dentro. Que te admiren supone una responsabi­lidad extra pero… Lo que intento es presentarm­e a mi hora, con los diálogos memorizado­s y los deberes hechos. Ese ejemplo, sobre todo, cuando trabajas con jóvenes, es mucho más potente y efectivo que cualquier consejo que yo pueda dar.

¡Tú haz lo que hago, no lo que digo! Ese es el Gary que quiero que admiren, al actor que se comporta como un profesiona­l y respeta a sus compañeros de trabajo, finaliza.

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“Conseguir un papel no siempre tiene que ver contigo, también depende de lo que los otros esperen del personaje o vean y proyecten en ti”.

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