Joyas digitales
NASCHYMANÍA. Disculpen que este columnista se ponga un poco en modo abuelo Cebolleta, pero es que hubo un tiempo (más cercano que esa era en que los altramuces casi los regalaban) en que los tomates aún sabían a tomate y la sangre de las películas de terror refulgía hasta tal punto, como si fuera terciopelo licuado, que popularmente se la rebautizaba como… salsa de tomate. Tiempos en los que el imaginario, en suma, era tan fértil que podían nacer subgéneros con considerable profusión. Subgéneros como ese llamado fantaterror, que construyó su iconografía con cierto espíritu de noche de difuntos disfrutada en el circuito de paradores nacionales.
En El espanto surge de la tumba
(Carlos Aured, 1973), Jacinto Molina/ Paul Naschy se triplicaba como Alaric, Hugo y Armand de Marnac en un delirante relato donde la brujería medieval y un destape que sólo podía manifestarse en el código de la doble versión se aliaban para construir un perfecto espectáculo para cines de barrio. Si Naschy sigue cargando con la leyenda de ser más racional y menos imaginativo que otros referentes del género en la época, en esta película (¡esa cabeza cortada dando órdenes desde su cofre!) se manifiesta una energía pulsional que amplifica la presencia de figuras tan icónicas como Helga Liné, Emma Cohen o María José Cantudo. El film abre la primera entrega de The Paul Naschy Collection, gran edición americana que Shout Factory ha dedicado a nuestro Lon Chaney castizo, rescatando, en ediciones exquisitamente restauradas, diez de sus trabajos. Todo en un revival Naschy al que también se suma el sello Mondo Macabro. Y una curiosidad: en los extras, las versiones vestidas de los momentos picantes, hechas para el consumo interno de un país aún bajo el Franquismo.