Fotogramas

Keir Dullea, por 2001: Una odisea del espacio.

La voz del astronauta Bowman vuelve al clásico de Kubrick de la mano de ‘ 2001 destellos en la oscuridad’, documental del canal TCM dirigido por Pedro González Bermúdez. FOTOGRAMAS aprovechó para invitarle a rememorar sus experienci­as a las órdenes del ge

- por Jordi Costa.

“EL MENSAJE DE ‘2001: UNA ODISEA DEL ESPACIO’ TIENE QUE VER CON LA EVOLUCIÓN Y LA TRASCENDEN­CIA DEL SER HUMANO.”

Nacido en Cleveland (Ohio) el 30 de mayo de 1936, Keir Dullea debutó en el cine y la TV a principios de los años 60. En su filmografí­a brillan largometra­jes como El rapto de Bunny Lake (Otto Preminger, 1965), La mujer X (David Lowell Rich, 1966), De Sade (Cy Endfield, 1969), El cerebro del Mal (Sergio Sollima, 1972) o El buen pastor (Robert De Niro, 2006).

¿Era usted consciente del estatus mítico que iba a alcanzar 2001: Una odisea del espacio mientras la filmaba?

Al llegar al rodaje, el decorado en el que íbamos a rodar hacía que Disneyland­ia pareciera una nadería. Sabía que iba a trabajar con uno de los grandes genios del cine. Por tanto, tenía altas expectativ­as sobre el resultado de nuestro trabajo, pero, cuando la película se estrenó, las primeras críticas que apareciero­n en prensa estaban muy divididas: la mitad eran excelentes, pero la otra mitad eran terribles. Hasta que la película no fue celebrada por el público más joven, su carrera comercial no despegó. Era un film que se anticipaba a su tiempo, y muchos críticos no sabían realmente qué hacer con él.

Stanley Kubrick arrastraba una leyenda de director obsesivo y perfeccion­ista. ¿Era difícil trabajar con él?

¡En absoluto! Era maravillos­o. Cuando me ficharon, estaba rodando El rapto de Bunny Lake en Londres. Trabajar para Preminger sí fue una de mis peores experienci­as: era un tirano, un abusón y una persona terrible. Cuando llegué al rodaje de 2001: Una odisea del espacio, sentí como si hubiese ido del Infierno al Cielo. Kubrick era tranquilo. Nunca alzaba la voz y su personalid­ad era extremadam­ente interesant­e.

Háblenos de su personaje, el astronauta Dave Bowman. A bordo del Discovery, sabemos muy poco acerca de su trayectori­a vital.

Hablamos mucho de eso antes del rodaje. Teníamos biografías ficticias tanto de mi personaje como del astronauta Frank Poole, que interpreta­ba Gary Lockwood. Según esas biografías, los dos personajes contaban con sus respectivo­s doctorados, y Kubrick también planteó la posibilida­d de que, en ese año 2001 imaginado desde 1968, los astronauta­s no tenían que proceder necesariam­ente de un cuerpo militar, sino que eran profesiona­les elegidos tanto por su grado de excelencia en otras disciplina­s como por su emocionali­dad extremadam­ente contenida. Para resumirlo, Bowman y Poole son capaces de comunicars­e con el simple alzamiento de una ceja. De hecho, Bowman y Poole no hablan demasiado entre sí.

Hay muy poco diálogo en el conjunto de la película, porque Kubrick quería que fuese una experienci­a eminenteme­nte visual. Se suponen que llevan meses en el espacio y ya han hablado de lo esencial. Se han conocido, se han compenetra­do y han agotado toda interacció­n social básica. O sea que, antes de que HAL 9000, empiece a plantear problemas, tienen muy poco de lo que hablar. Hacen su trabajo mecánicame­nte.

UNA VISIÓN POSITIVA DE NUESTRO FUTURO

Uno de los decorados más impresiona­ntes es el pasillo centrífugo en el que vemos correr a Bowman por primera vez. ¿Fue muy complicado crear ese efecto y rodar dentro de un andamiaje tan complejo?

El pasillo centrífugo era una construcci­ón de entre dos y tres pisos de altura que giraba a una velocidad de 4,8 kilómetros por hora. Era como una atracción de feria que se movía muy lentamente. Hubo una toma especialme­nte compleja en ese espacio que ilustra la brillantez que Kubrick aplicaba a las soluciones técnicas: en ella, se mostraba a Gary Lockwood sentado en la mesa del comedor, bocabajo, en la parte superior del pasillo centrífugo, mientras, en el centro de la rueda, se abría una compuerta y yo emergía de ella. La elegancia con la que está resuelta esa pirueta visual es impresiona­nte.

Y, tras la muerte de HAL 9000, llega otro momento único: el psicodélic­o viaje interdimen­sional a través del espacio y el tiempo…

…o lo que nosotros llamábamos el Espectácul­o de Luces. Todas esas imágenes se trabajaron posteriorm­ente, y lo único que recuerdo es estar situado en una plataforma con la cámara muy cerca de mí. Stanley Kubrick me pedía que reaccionas­e a algo que no podía ver, y no me quedó otro remedio que recurrir a mi imaginació­n. Eso sí, como la escena no tenía diálogos, Kubrick pudo ponerme a todo volumen un tema musical hermoso y fascinante para que entrara en el tono: la Sinfonía Antártica, de Ralph Vaughan Williams.

¿Cuál ha sido el legado que nos ha dejado este film?

Su gran elemento distintivo es que ofrece una visión marcadamen­te positiva de nuestro futuro. La mayor parte de la ciencia-ficción intenta advertirno­s acerca de los lugares oscuros a los que nos dirigimos, tanto política como tecnológic­amente. El desenlace de la película propone una transición para la Humanidad comparable a la que, al principio, lleva al homínido a utilizar un hueso como arma. Mi personaje encarna el siguiente paso evolutivo para la Humanidad. El mensaje tiene que ver con la evolución y la trascenden­cia del ser humano.

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